miércoles, 30 de noviembre de 2011

TIERRA INALCANZABLE

Tierra inalcanzable. Czeslaw Milosz. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores. 435 páginas.

Czeslaw Milosz es uno de los grandes poetas europeos de los últimos tiempos. En su larga y azarosa vida escribió casi una veintena de libros de poesía además de varios ensayos y un par de novelas. En 1980 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura como reconocimiento a una larga trayectoria que todavía se iba a prolongar casi veinticinco años más a pleno rendimiento.

Milosz había nacido en 1911 en Lituania, en el seno de una familia de orígenes polacos. Aunque utilizó el inglés en otros géneros literarios, toda su extensa obra poética está escrita en la lengua polaca. Estuvo en Varsovia en los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial, vivió los primeros tiempos de la Polonia comunista y no tardó en manifestar su disidencia política frente al estalinismo. Se exilió primero en París y después Berkeley, en los Estados Unidos, y en 1993 regresó a Polonia donde murió en 2004.

La poesía de Czeslaw Milosz apenas había sido traducida hasta ahora al castellano. En España solamente podía leerse una breve colección de poemas publicada por Tusquets en 1981. Por fin, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores ha reunido en una completa edición una amplia y representativa antología de la poesía del gran escritor polaco. Con el título de Tierra inalcanzable, tomado de uno de sus libros principales, se recoge una extensa selección de poemas ordenados cronológicamente desde su primer libro de 1933 hasta el último, ya póstumo, publicado en 2006.

La dilatada obra poética de Czeslaw Milosz es enormemente diversa y variada. Abarca desde largos poemas narrativos hasta poemas extremadamente breves de apenas un par de versos. Son también muchos los temas presentes en su poesía, aunque, simplificando en exceso, tal vez sean dos los contenidos más presentes en su obra: las hermosas descripciones de la naturaleza, sobre todo de los bosques y los ríos, y las profundas reflexiones de tipo filosófico y metafísico-religioso. Ya en alguno de sus primeros poemas el autor manifiesta la insuficiencia del lenguaje para su quehacer poético (“No hay lengua que baste para la belleza”). Se observa sin duda una clara tendencia hacia la simplicidad en los últimos años de su poesía. Sin embargo, la muerte de su mujer le lleva, en ese último periodo, a escribir una hermosa recreación del mito de Eurídice y Orfeo en un largo poema narrativo.

La traducción del polaco al español, sin duda complicada y difícil, la selección y el prólogo de la antología han corrido a cargo de Xavier Farré. Aunque con algunos mínimos detalles seguramente mejorables, la edición en español de la poesía de Czeslaw Milosz constituye un importante acontecimiento literario que nos permite conocer al menos en parte a una de las grandes voces de la poesía europea del último siglo.

Carlos Bravo Suárez

jueves, 24 de noviembre de 2011

EL VALLE DE LAS SOMBRAS

El valle de las sombras. Jerónimo Tristante. Maeva. 2011. 380 páginas.

Jerónimo Tristante (1969) se ha convertido en uno de los mejores escritores españoles actuales en el género narrativo de intriga y misterio. Hace aproximadamente un año reseñamos en esta sección su anterior novela, El enigma de la calle Calabria, tercera de una serie protagonizada por el detective madrileño Víctor Ros. Desde sus inicios literarios en 2001, Tristante va alternando las aventuras de este sagaz investigador decimonónico con otras novelas en las que construye brillantes tramas de resolución de misterios en diversas épocas históricas que el escritor murciano recrea de manera precisa y documentada. “El valle de las sombras”, ambientada en el periodo de la construcción del Valle de los Caídos, es su última narración, donde se vuelven a mezclar con excelentes resultados la historia, la investigación, la intriga y el misterio.

El valle de las sombras narra la relación de amistad entre Juan Antonio Tornell y Roberto Alemán. Ambos se conocen en 1943 en el Valle de los Caídos, el faraónico mausoleo que el general Franco mandó construir en Cuelgamuros, en la sierra madrileña, no lejos de San Lorenzo del Escorial. Tornell, policía de éxito antes de la guerra, es un preso republicano que, tras sobrevivir a los peores campos de concentración del franquismo, ha sido enviado a trabajar a las obras del Valle de los Caídos. Alemán es un héroe de guerra del bando nacional que debe investigar una posible malversación de fondos en el poblado obrero de Cuelgamuros. Una serie de extraños asesinatos pone a los dos personajes, que viven situaciones personales totalmente antagónicas, en una misma línea de investigación.

Tristante recrea con bastante realismo y verosimilitud las condiciones de vida de los presos políticos que trabajaron en las obras del Valle de los Caídos. El valle de las sombras no es, sin embargo, un libro más sobre la Guerra Civil y los primeros años de postguerra. Sobre todo, porque trata de superar el frecuente maniqueísmo de este tipo de relatos y presenta sin los partidismos habituales las atrocidades que ambos bandos cometieron en la contienda. Además, pretende mostrar cómo buena parte de la población estuvo en uno u otro bando por puro azar o por motivos que no eran estrictamente políticos. La extraña y sorprendente amistad entre los dos protagonistas tiene un cierto valor simbólico de llamada a la reconciliación entre los dos bandos enfrentados.

No obstante, lo mejor de la novela es cómo logra, a través de varias tramas paralelas que despistan tanto a los investigadores como al propio lector, mantener la intriga y el suspense hasta el último momento.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 18 de noviembre de 2011

ALATRISTE EN ITALIA

El puente de los asesinos. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. 384 páginas.

El puente de los asesinos es la séptima entrega de Las aventuras del capitán Alatriste. Su autor, Arturo Pérez-Reverte, tiene prevista la publicación de dos nuevos títulos antes de cerrar definitivamente la exitosa serie. Con ella ha demostrado que se puede escribir una novela de aventuras en español que no desmerece en absoluto ante los grandes clásicos del género. Además de entretener y divertir, el escritor cartaginense logra recrear con bastante verosimilitud un periodo crucial de nuestra historia, cuyo conocimiento todavía hoy nos permite entender mejor parte de nuestro presente y muchos de los defectos y virtudes de nuestra idiosincrasia nacional.

Tal vez El puente de los asesinos sea una de las mejores novelas de la serie Alatriste. Encontramos al bregado capitán cada vez más desencantado y escéptico, sabedor de que la muerte está al acecho y su final tal vez no muy lejano. Aunque a veces se revuelva con indolente ironía, no puede sino resignarse estoicamente a seguir en manos de quienes dirigen los rumbos del país y usan a sus subordinados como carne de cañón, sin arriesgar ellos nunca sus vidas y sus fortunas. En esta novela más que en ninguna otra dan ganas de gritar de Alatriste aquello que se escribe del Cid en su cantar: ¡Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor!

No abundan en nuestra historia los buenos gobernantes, y son frecuentes los nobles vasallos enviados directamente al matadero. Porque eso es lo que ocurre en esta magnífica novela de intrigas palaciegas y políticas cambiantes basadas más en la conveniencia que en la ética, la dignidad o el decoro. En este caso, es la defensa de los intereses españoles en Italia lo que en el año 1627 lleva a Alatriste a Nápoles, Roma, Milán y, sobre todo y finalmente, a la hermosa y traicionera Venecia, donde una arriesgada y difícil misión le deparará nuevos encontronazos y algún otoñal lance de amor entre góndolas, canales y oscuros y estrechos callejones.

Tal como debió de ocurrir en aquel tiempo, aunque escribirlo hoy pueda parecer reaccionario a algunos reinventores a su gusto de la historia, en la novela se destaca la plural procedencia geográfica de los hombres de Alatriste: un aragonés –el noble y rudo Sebastián Copons–, un catalán, un vasco, un moro, un portugués y un par de andaluces que luchan juntos en defensa de los mismos intereses. Junto a esos curtidos personajes que sostienen al país pese a la desvergüenza y la falsedad de quienes los gobiernan, volvemos a encontrarnos a viejos conocidos como Malatesta o Quevedo. Y por supuesto, al joven narrador Iñigo Balboa, quien, en un párrafo perdido en medio del relato, nos adelanta la futura muerte de su antiguo amo, cuyas aventuras aún podremos disfrutar sus seguidores al menos en dos nuevas novelas.

Carlos Bravo Suárez

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA NADA Y LOS SIGNIFICADOS

Nada. Janne Teller. Seix Barral. 2011. 158 páginas. 

Nada es en principio una novela dirigida a lectores adolescentes. Su publicación en Dinamarca en el año 2000 suscitó una fuerte polémica y algunos consideraron que su lectura podía ser nociva para los jóvenes. En otros países, como Suecia o Alemania, también tuvo el libro detractores muy activos. Sin embargo, años después, tal vez como reacción a esas enconadas campañas en su contra, Nada se ha convertido en un considerable éxito literario que ha transcendido en buena medida los límites de la novela juvenil. 

Todos los personajes de Nada son jóvenes estudiantes de catorce o quince años. Janne Teller (1964), la escritora danesa autora del libro, explica en una nota final que intentó ponerse en la piel de los adolescentes de esa edad al escribir la novela. El punto de arranque de ésta es una frase del joven estudiante Pierre Anthon que ha decidido renunciar a cualquier actividad y ver pasar la vida desde lo alto de un ciruelo: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”. 

Los compañeros del joven nihilista pretenden demostrarle que la vida sí tiene sentido. Para ello deciden reunir un montón de significados en una nave abandonada a las afueras de la pequeña ciudad danesa donde transcurre el relato. Cada joven elige de manera encadenada lo que otro compañero debe aportar a esa especie de altar de los sacrificios personales. Las peticiones de lo que cada uno ha de desprenderse comienzan siendo inocentes, pero las solicitudes pasan a ser cada vez más dolorosas y truculentas. Se pone así de manifiesto el aspecto más cruel y despiadado de esos adolescentes en su relación entre ellos mismos. La novela va tomando de ese modo un tono cada vez más sombrío, inquietante y macabro. 

El relato de Janne Teller tiene más fuerza como metáfora con pretensiones filosóficas que como obra literaria de fuste. Aunque pueden observarse indudables coincidencias en el tratamiento de la infancia y de la adolescencia con algunos clásicos del género como El señor de las moscas, su calidad literaria es notablemente inferior a la de la novela de William Golding. No obstante, Nada tiene muchos elementos de interés y es probable que por su temática y por su estilo fácil y fluido su lectura sea del agrado de muchos lectores, sobre todo de los jóvenes a quienes va principalmente dirigida. 

Carlos Bravo Suárez

martes, 8 de noviembre de 2011

LA ACABADORA

La acabadora. Michela Murgia. Salamandra. 2011. 190 páginas.

Cada cultura y cada momento de la historia tienen una determinada relación con la muerte. En la isla italiana de Cerdeña, la muy presente religión católica no logró al parecer terminar con algunas prácticas seculares que permitían hasta hace muy poco aliviar el dolor del último tránsito a los moribundos. Era en cierto modo un acto de compasión cuando no había más alternativa que el sufrimiento prolongado e irreversible del enfermo.

El título de la primera novela de la escritora sarda Michela Murgia hace referencia a Bonaria Urrai, una modista que cuando se lo piden y ella lo cree necesario reconforta a algunos enfermos del pequeño pueblo de Soreni con una intervención que hoy denominaríamos eutanasia o muerte dulce. La acabadora es una magnífica novela que ha tenido un enorme éxito en Italia, donde ha ganado algunos de los más prestigiosos premios literarios del país. Además de una brillante reflexión sobre la muerte y el sufrimiento de los seres humanos, el libro narra la relación entre la citada Bonaria Urrai, una mujer que se ha quedado sola en la vida, y la joven María Listru, adoptada por Bonaria con el consentimiento de su humilde familia. Esta forma de adopción se da -o se daba- al parecer con cierta frecuencia en Cerdeña y la criatura adoptada era conocida como “fill’e e anima” o “hija del alma”.

La novela, que está espléndidamente escrita y construida, permite conocer también algunos aspectos de la sociedad rural sarda. En la cultura y las costumbres de la isla perviven supersticiones ancestrales y violentas disputas entre campesinos. En un lenguaje realista, que por momentos recuerda a algunos escritores clásicos italianos como Giovanni Verga, vivimos una historia de amor, salpicada de algunos rechazos, entre dos magníficos personajes femeninos.

El tema de la muerte es abordado de manera directa y sin rodeos, con realismo y crudeza. La labor de la acabadora puede entenderse como una forma de compasión y en cierta medida como un servicio a la comunidad que la requiere y la acepta tácitamente. Un tema tan de actualidad como la eutanasia aparece aquí tratado en el seno de un pequeño pueblo sardo que vive entre la tradición y los primeros atisbos de modernidad, pero en un momento en que los enfermos todavía morían en su casa al cuidado de sus familiares, en el propio pueblo, lejos de hospitales y tratamientos médicos modernos. Y si las comadronas ayudaban a nacer a los niños, es la acabadora quien ayuda a morir a los habitantes de esa pequeña comunidad rural que tan bien describe Michela Murgia en esta su primera y magnífica novela.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL CASTILLO DE MUÑONES


Según la documentación medieval, el castillo de Muñones fue una de las fortalezas más importantes situadas al norte de la Barbitaniya, el distrito musulmán de la marca superior de al-Ándalus cuya capital era Barbastro. Con diferentes denominaciones que suponemos coincidentes, el castillo aparece citado en algunas fuentes árabes de los siglos VIII al X y en la documentación latina de finales del XI y los comienzos del XII. A partir del año 1132, las referencias escritas a la fortaleza, que geográficamente situaríamos hoy en la zona meridional de la actual comarca de la Ribagorza, desaparecen por completo.

Por algunos documentos cristianos bastante fiables, sabemos que la conquista del Castro Muñones a los musulmanes se produjo probablemente en el año 1081 y que su toma, junto a la de otros castillos próximos, resultó determinante para la conquista definitiva de Graus en el año 1083. El rey aragonés Sancho Ramírez no quiso caer en lo que consideraba un error de precipitación de su padre, Ramiro I, que encontró la muerte en su intento de tomar Graus en 1063. Por ello, recurrió a la estrategia de someter a un cerco asfixiante a la plaza grausina, conquistando antes los diferentes castillos que la circundaban y cerrando así los caminos que pudieran traer refuerzos desde el sur hasta la capital ribagorzana como le había ocurrido, unos años antes y para su desgracia, a su progenitor. En esa táctica resultaba fundamental la conquista de las fortalezas de Muñones, Lumbierre y Castro, que controlaban el acceso a Graus desde las importantes plazas árabes más meridionales. De los citados documentos se desprende que el monarca aragonés recurrió incluso a la compra de traidores, cuyos nombres se citan y a los que luego se recompensó por su favor, para acelerar la caída de estos estratégicos enclaves.

Si no hay ninguna duda de la ubicación de los antiguos castillos de Lumbierre -lugar al que dediqué hace unos años un artículo en estas mismas páginas- y Castro, uno a cada lado de la actual presa del embalse de Barasona a la entrada norte del congosto de Olvena, no ha estado nunca muy claro dónde se encontraba la importante fortaleza de Muñones. En el siglo XVI, el historiador zaragozano Jerónimo Zurita escribió escuetamente que se hallaba “cerca de Secastilla”. El doctor Cardús, en un artículo publicado en 1955 en “El Cruzado aragonés”, la sitúa en la partida denominada El Castiello, a algo más de tres kilómetros de dicha población ribagorzana. Desde entonces, tradicionalmente, se ha creído que el castro de Muñones se encontraba en ese lugar. Así lo consideró también Concepción Giménez Batarech, en su trabajo “El castillo de Muñones” publicado en 1988 en la revista “Argensola”, y algunos otros historiadores y estudiosos.

Los restos del castillo de Secastilla situados en la partida denominada El Castiello son bastante escasos. Se encuentran en un cerro rocoso visible desde Secastilla y a una hora de camino desde esta localidad. Se llega andando por el PR-HU77 que va de Secastilla a Puy de Cinca, siguiendo primero el cauce seco del río Sosa y subiendo después por su margen derecha. Tras una empinada subida, y cuando el camino comienza a llanear, podemos ver a la izquierda del sendero el citado cerro rocoso y los escasos restos del viejo castillo. En lo alto del roquedo queda en pie un lienzo de sillares de conglomerado perteneciente a la fortaleza. Un poco más abajo, hacia la base del cerro y entre la vegetación, pueden verse algunos otros restos de muros. Según los entendidos que han escrito sobre él, se trataría de un castillo árabe, probablemente del siglo X o principios del XI. Siguiendo por el mismo PR-HU77, unos doscientos metros más hacia delante y muy cerca del camino pero ahora a su derecha, se encuentran las ruinas de la ermita de San Valero. De estilo románico, conserva parte de sus gruesos muros con su ábside orientado al este. Una magnífica descripción de los restos del castillo y de la ermita puede encontrarse en la página web de Juan José Omedes (romanicoaragones.com), con texto y fotografías de Francisco Martí, cuyas precisas indicaciones que desde aquí agradezco me permitieron encontrar el enclave sin demasiada dificultad.

Según cuenta José Miguel Pesqué Lecina en su libro “Secastilla. Recuerdos y vivencias”, editado por la Diputación de Huesca en 2009, en la partida de El Castiello estuvo antiguamente el originario pueblo de Secastilla, cuyo topónimo habría sido antes Socastiello, derivado del latín “sub castellum”, es decir, “debajo del castillo”. Pesqué rechaza la etimología popular que vincula el topónimo Secastilla con “septa castella” (“siete castillos”) y descarta que la fortaleza de la partida de El Castiello se corresponda con el castillo de Muñones. Tampoco cree que éste se encontrara en el cerro del Calvario de La Puebla de Castro, al que enseguida nos vamos a referir, y estima que el enclave defensivo de Muñones sería muy probablemente, por su situación estratégica, el llamado castillo de Castro, ligeramente más al sur, en el término municipal de esa misma población ribagorzana, en el lugar donde se halla perfectamente conservada la magnífica ermita románica de San Román.

Como se sabe, en la ladera meridional del cerro del Calvario de La Puebla de Castro se encuentran los restos de la antigua ciudad romana de Labitolosa. En las excavaciones que desde 1991 se realizan cada verano en la zona, se descubrieron hace unos años, en lo alto del citado cerro, en su parte más occidental, las ruinas de una antigua torre musulmana. Las sucesivas excavaciones posteriores han ido confirmando la existencia en el lugar de una importante fortaleza árabe del periodo medieval. Ángeles Magallón Botaya, que dirige los trabajos arqueológicos en Labitolosa, y José Ángel Asensio Esteban publicaron, en el número especial de San Lorenzo de este diario del año 2007, un artículo titulado “La fortaleza hispano-musulmana de La Puebla de Castro” en el que consideraban que dicho conjunto fortificado se correspondía con el castro Muñones de la documentación medieval. Los mismos profesores, junto a Fernando López Gracia, profundizaron en esa misma tesis en un completo trabajo publicado en el nº 20 de la revista “Aragón en la Edad Media” que llevaba el explícito título de “La fortaleza andalusí del Cerro Calvario (La Puebla de Castro, Huesca). Propuesta de identificación de la misma con Castro Muñones”. J. A. Asensio y M. A. Magallón acaban de publicar, ahondando en el mismo tema, el libro “La fortaleza medieval del cerro Calvario, en La Puebla de Castro: un hisno en el extremo norte de la Marca Superior de al-Andalus” (Colección Perfil de Las Guías de Patrimonio Aragonés, nº 3).

El término “Muñones” puede tener el significado de “muñón o protuberancia”, que en este caso estaría referida a una elevación de terreno, acorde con su ubicación en lo alto de un cerro. Sin embargo, el nombre también podría vincularse con el antropónimo romano Munio, y de esta manera establecerse una posible conexión con alguno de los personajes importantes documentados en la ciudad romana de Labitolosa.

Por las dimensiones y características que van tomando los restos hallados en el cerro del Calvario de La Puebla de Castro, parece que podría tratarse de un “hisn” musulmán, es decir, una fortaleza central y más importante de la que dependerían otras menores de segundo orden. El conjunto fortificado musulmán habría mantenido su importancia durante un tiempo tras su conquista cristiana para caer después en el abandono y el olvido, como siglos antes le había ocurrido a la vecina Labitolosa.

Los descubrimientos arqueológicos recientes y los estudios citados de Asensio y Magallón parecen confirmar definitivamente la hipótesis de que fuera en el cerro del Calvario de La Puebla de Castro donde se encontrara el antiguo castillo de Muñones, una importante fortaleza andalusí de la zona norte de la Barbitaniya cuya toma a finales del siglo XI supuso un fuerte impulso para la expansión territorial de los cristianos aragoneses.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado en Diario del Alto Aragón.

Imágenes: Cerro del calvario con los restos del castillo de Muñones - dos fotos; en la segunda, los restos del castillo en lo alto a la izquierda y los de Labitolosa a la derecha-, cerro donde se encuentran los restos del castillo de Secastilla, lienzo del castillo de Secastilla y restos de la ermita de San Valero -dos últimas fotos-.

jueves, 3 de noviembre de 2011

EL CASO EZRA POUND

El espía. Justo Navarro. Anagrama. 2011. 215 páginas.

Ezra Pound (1885-1972) es uno de los principales poetas del siglo XX. Pionero en el uso del verso libre en composiciones largas, su poesía conceptual y fragmentaria tiene gran modernidad y vigencia. Sin embargo, la personalidad del escritor estadounidense resulta contradictoria, incómoda y, sin duda, moralmente reprochable. Pound fue desde los años treinta hasta el final de la Segunda Guerra Mundial un vehemente defensor del fascismo y, como ocurrió con Louis-Ferdinand Céline, un recalcitrante y peligroso antisemita en una época en que la persecución a los judíos alcanzó espantosas dimensiones de holocausto.

Sobre Ezra Pound trata la última y espléndida novela del escritor granadino Justo Navarro. Lo que en un primer momento puede parecer una visión novelada de una parte de la vida del poeta norteamericano gira luego hacia la hipótesis, lo que pudo ser sin que pueda afirmarse por completo que fue así . El relato se centra en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, cuando Pound vivía en Italia y desde la radio fascista lanzaba soflamas antisemitas en inglés en programas dirigidos a las poblaciones de Inglaterra y Estados Unidos. Su oratoria desordenada y a veces incomprensible llegó a hacer sospechar a los propios seguidores de Mussolini la posibilidad de que el autor estadounidense fuera un agente doble y lanzara en realidad mensajes cifrados al enemigo.

¿Pudo ser esto verdad? Nada permite afirmarlo pero, a diferencia de su maestro, el locutor fascista inglés conocido como Lord Haw-Haw, que fue ejecutado tras ser detenido, Pound estuvo unas semanas encerrado en una jaula en Pisa, luego internado en un centro de prisioneros y, ya trasladado a Estados Unidos, liberado al considerar los jueces que no estaba en sus cabales. Sorprende asimismo que el agente de la CIA James Angleton, encargado de su detención y posterior interrogatorio, hubiera sido también poeta y gran admirador del propio Pound. Además, el autor de los “Cantos pisanos” recibió pocos años después un importante galardón literario en su país, que lo había juzgado poco antes como un traidor a su patria.

Sobre esa hipótesis y sobre la realidad bien documentada de la propia biografía de Pound, construye Justo Navarro “El espía”. En ella se introduce al final del relato el propio autor con sus iniciales J. N. Se sirve para ello de un hecho real que fue el detonante de la novela. En el año 2009 Justo Navarro residió en Pisa prácticamente durante los mismos meses que en 1945 estuvo Ezra Pound encarcelado en esa ciudad.

Una novela magníficamente estructurada, que atrapa al lector de principio a fin y que consolida a Justo Navarro como uno de los mejores escritores españoles actuales.

Carlos Bravo Suárez