domingo, 29 de abril de 2012

DE SECASTILLA A PUY DE CINCA POR EL CASTIELLO Y SAN VALERO


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El PR-HU77 es un sendero de pequeño recorrido que se inicia en La Puebla de Castro y termina en Puy de Cinca. Sin embargo, sólo voy a describir en este artículo una parte de este trayecto, la que nos lleva al despoblado Puy de Cinca desde la localidad de Secastilla. Se trata de un camino señalizado de unos siete kilómetros que, debido a las subidas y bajadas sucesivas, se recorre en aproximadamente dos horas y media.

Antes de iniciar nuestro recorrido, merece la pena realizar una detenida visita al pueblo de Secastilla, cuyo nombre procede según unos de “septa castella” (“siete castillos”) y según otros, probablemente con más razón, de “sub castellum” (“debajo del castillo”), de donde habría derivado a Socastiella y luego al actual Secastilla. Esta segunda tesis es la defendida por el historiador local José Miguel Pesqué Lecina, autor del interesante libro “Secastilla. Recuerdos y vivencias”, editado por la Diputación de Huesca en 2009.

Secastilla, a poco más de diez kilómetros de Graus, es una acogedora población que cuenta en la actualidad con algo menos de 150 habitantes. Conocida por sus vinos -siempre fue muy apreciada su variedad local de garnacha-, destaca entre su caserío la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Llano, situada en una de los lados de la plaza Mayor. Es una construcción de origen románico que sufrió numerosas transformaciones durante los siglos XVI o XVII. Del primitivo templo románico conserva su ábside semicircular de grandes sillares que llama la atención por su inusual altura, consecuencia de la elevación a la que fue sometido el templo cuando fue reformado. El resto de la construcción se inscribe dentro de un estilo renacentista aragonés, con una galería de arcos de medio punto y ladrillos caravista. La esbelta torre tiene cinco plantas y está remada con punta piramidal.

Tras visitar Secastilla y su espléndida iglesia, buscaremos a la derecha de la entrada al pueblo la continuación del PR-HU77 que, como hemos dicho, viene procedente de La Puebla de Castro. Dejaremos a nuestra derecha la pista que lleva a la ermita de San Martín y tomaremos otra a la izquierda en sentido descendente. Veremos una granja de ovejas y, a su izquierda y por un camino viejo, bajaremos, en fuerte pendiente, hasta el barranco de Sosa. Durante un rato, seguiremos por su cauce seco, atentos a las marcas blancas y amarillas y observando los profundos surcos excavados por la erosión en el lecho del río a lo largo de los siglos.

Al cabo de un rato, abandonaremos el cauce del barranco por su margen derecha, es decir a nuestra izquierda, para iniciar una fuerte subida en sucesivas lazadas. Al final de la pendiente, corta pero intensa, el sendero llanea entre un bosque de pinos y carrascas. Al cabo de una hora desde nuestra salida de Secastilla, habremos llegado a la zona llamada del Castiello y la Ilesieta. A la izquierda del camino, en lo alto de un roquedo, quedan muy escasos restos del antiguo castillo de Secastilla, que muchos historiadores consideraron como el castillo de Muñones. El reciente descubrimiento de una importante fortaleza árabe en lo alto del cerro del Calvario de La Puebla de Castro, muy cerca de los restos de Labitolosa, ha cambiado esta opinión. Los historiadores Ángeles Magallón y José Ángel Asensio, en su reciente libro “La fortaleza medieval del cerro Calvario, en La Puebla de Castro: un hisno en el extremo norte de la Marca Superior de al-Andalus” (Colección Perfil de Las Guías del Patrimonio Aragonés, nº 3) identifican de manera bastante convincente estos restos con el antiguo castillo de Muñones.

Si, tras dejar a nuestra izquierda los restos del castillo, andamos unos doscientos metros más, encontraremos, ahora a la derecha del sendero, a pocos metros de éste y escondidos entre un bosque de carrascas, los restos de una antigua construcción religiosa. Se trata de la ermita de San Valero, que conserva parte de sus gruesos muros y del ábside románico orientado canónicamente al este. San Valero es el patrón de las fiestas de invierno de Secastilla y, según parece, aquí pudo encontrarse, junto al castillo citado, la antigua población de Secastilla antes de desplazarse a su actual emplazamiento.Sobre el castillo de Secastilla y la ermita de San Valero escribí algunas líneas en el artículo “El castillo de Muñones”, publicado en este mismo suplemento hace algunos meses.

El PR-HU77 continúa hasta llegar a un collado con buenas vistas desde donde se inicia una pronunciada bajada hasta el barranco de La Selva. Tras cruzarlo, iniciaremos otra fuerte subida en una zona que, haciendo honor a su nombre, presenta mucha vegetación. Destaca en este tramo del camino la presencia de madroños, llamados “alborzeras” en aragonés. Después de un ligero descenso llegaremos a una pista desde donde veremos en lo alto la peña de San Martín y, enseguida, el pueblo de Puy de Cinca al que nos dirigimos. En el camino de descenso, tomaremos un sendero que discurre en paralelo a la derecha de la pista. Un poco antes de llegar a Puy de Cinca, veremos a nuestra izquierda la ermita de San Pedro, para algunos de San José, construcción popular del siglo XVII con no demasiado interés arquitectónico.

Puy de Cinca  -Puizinca en el habla de la zona-  es una localidad que quedó despoblada a finales de los años sesenta del pasado siglo XX como consecuencia de la construcción del pantano de El Grado. Contaba entonces con alrededor de 150 habitantes y en la segunda mitad del siglo XIX llegó a tener más de 200. Situada a orillas del citado embalse que represa las aguas del Cinca, pertenece al municipio ribagorzano de Secastilla, en el que también se incluyen los núcleos de Ubiergo, Torreciudad, Boltorina y la Aldea de Puy de Cinca.

Lo más llamativo de Puy de Cinca es su magnífica iglesia parroquial dedicada a San Esteban, cuyas ruinas nos reciben nada más entrar en el pueblo. Se trata de un gran edificio, hoy en avanzado estado de ruina, que debió de tener mucho porte cuando estuvo en su esplendor. Es de planta rectangular con tres naves separadas por pilares. De su origen románico conserva la nave central con bóveda de cañón y su ábside orientado al este. Los añadidos son de los siglos XVI y XVIII. De este último siglo es la monumental portada neoclásica orientada a occidente. Una gran grieta, que hace años que amenaza con partirla por la mitad abriéndola como una granada, recorre de arriba abajo la espléndida torre cuadrangular de la iglesia.
Sobre Puy de Cinca escribió Manuel Benito un magnífico y completísimo trabajo titulado “Rescate etnográfico en zonas despobladas: Puy de Cinca”, publicado en 1982, en el nº 24 de la revista Argensola. En él se hace referencia, entre otras muchas cosas, a la existencia en el pueblo de algunas grandes casas, como Casa Blanco y Casa Vidal, una herrería y dos molinos, uno harinero y otro de aceite, datado éste en 1818.

Además de la citada ermita de San Pedro, hay en las afueras de Puy de Cinca tres ermitas más: la de Santa Agueda, parecida a la de San Pedro, aunque fechada en el siglo XVIII; la de San Martín, situada muy lejos del pueblo en lo alto de la sierra a la que da nombre; y la de Nuestra Señora del Romeral, la más interesante de todas desde el punto de vista arquitectónico. La ermita del Romeral es un edificio híbrido que conserva el ábside románico del siglo XII unido a una gran planta de cruz latina construida probablemente en el siglo XVI.

El PR-HU77 nos ha permitido realizar una atractiva excursión entre Secastilla y Puy de Cinca, dos poblaciones históricamente importantes a las que los tiempos recientes han deparado suertes muy distintas.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado en Diario del Alto Aragón.

Imágenes: Iglesia de Secastilla (dos fotos), cerro y restos del castiello (dos fotos), ermita de San Valero (dos fotos), Puy De cinca, ermita de San Pedro (dos fotos), iglesia de Puy de Cinca (exterior -dos fotos- e interior) y ermita de Nuestra Señora del Romeral (interior y exterior).

UNA CRISIS DE FAMILIA


                  
Los niños de los bellos días. Eduard von Keyserling. Nocturna ediciones. 2011. 125 páginas.

Eduard von Keyserling (1855 -1918) fue un escritor alemán perteneciente a una rica familia de la nobleza germana asentada en el Báltico. Afincado en Munich, escribió varias obras de teatro y destacó sobre todo como autor de novelas. Su obra narrativa, apenas conocida en España hasta la fecha, está siendo difundida por Nocturna Ediciones, que ha publicado recientemente sus novelas Otoño en Berlín (Beate y Mareile)Un ardiente verano, Princesas y Los niños de los bellos días.

Los niños de los bellos días fue la última novela escrita por Eduard von Keyserling. En realidad, como varios de los anteriores, el libro fue dictado a sus hermanas por su autor, quien al quedarse ciego no pudo escribir durante los últimos diez años de su vida.

No parece casualidad que en una nota final de su reciente edición se destaque que el libro se terminó de imprimir el mismo día del pasado año en que se celebraba el aniversario de la aparición en Francia de Madame Bovary en 1857. Hay sin duda muchos elementos en común entre la extraordinaria novela de Gustave Flaubert y “Los niños de los bellos días”, sobre todo entre Emma Bovary e Irma, principal personaje femenino de la novela de Von Keuyserling.

Los niños de los bellos días relata la vida de una aristocrática familia alemana en la que marido y mujer tienen caracteres totalmente contrapuestos. El barón Ulrich von Buchow es un hombre trabajador y pragmático, poco dado a exteriorizar sus emociones y entregado, de manera honrada, generosa y cumplidora, al cuidado de sus negocios y su hacienda. Su esposa Irma es una mujer soñadora y sensible, que se siente aprisionada y mustia entre las convenciones y rutinas de su vida diaria. La pérdida de un hijo en un accidente y la presencia en la casa de Achaz, hermano de Ulrich y hombre mundano y seductor, desencadenará una crisis profunda en el matrimonio von Buchow.

Los niños de los bellos días es una deliciosa novela corta, escrita con mucha sensibilidad, que contiene bellas descripciones y pretende indagar, con sencillez aparente pero con no poca hondura, en la complejidad de los comportamientos humanos, en las atracciones entre hombres y mujeres, en las ingratitudes y en los sueños que probablemente acabarán convirtiéndose más tarde en nuevas frustraciones.

Carlos Bravo Suárez

martes, 24 de abril de 2012

ADIÓS A LEVON HELM



The Band ha sido en mi opinión el mejor grupo de folk-rock de la música estadounidense. Lo descubrí, siendo yo un adolescente, en The Last Waltz, la película en la que Martin Scorsese grabó su despedida en 1976. Desde entonces han sido parte fundamental de la banda sonora de mi vida. Por eso he sentido la muerte de Levon Helm, el miembro más entrañable y vitalista de aquel grupo extraordinario. A pesar de su enfermedad, Levon Helm aún grabó varios magníficos discos en solitario en los últimos años de su vida. Sus seguidores lo echaremos de menos, pero por suerte podremos seguir escuchando su música en lo que nos quede de camino. 

Carta publicada hoy en el diario El País.


Fotografía: Levon Helm en The Last Watz.

domingo, 22 de abril de 2012

EL ORIGEN DEL MUNDO



El origen del mundo. Pierre Michon. Anagrama. 2012. 83 páginas.

Después de Los once, reseñada el pasado año en esta misma sección, la editorial Anagrama ha publicado recientemente en España “El origen del mundo”, una nueva novela del prestigioso escritor francés Pierre Michon. Aunque inédito en español hasta la fecha, el libro se publicó originalmente en Francia en 1996 con el título de Le grande Beune, el nombre del río junto al cual se halla Castelnau, una pequeña población francesa de la región de Dordoña en la que transcurre el relato.

El origen del mundo responde a las características de la narrativa de Michon, un escritor muy apreciado por la crítica y por los más exquisitos gourmets de la literatura gala. De nuevo una novela muy corta,  escrita en un estilo cuidado y hermoso, de frase larga y cadencia musical prolongada, llena de matices y sugerencias. Y de nuevo aquí, lo particular y lo universal, lo irracional y lo reflexivo, el mundo y la carne, el mito y la razón.

La novela se sitúa en el año 1961, en un pueblecito de la Francia rural, rico en cuevas prehistóricas que esconden pinturas rupestres, al que llega un joven maestro de veinte años para hacerse cargo de la escuela rural. En el único hotel de la localidad es acogido por la vieja Hélène, una mujer recia y amable que gobierna con instinto maternal a los rudos pescadores que frecuentan su establecimiento. Junto al hotel, hay un pequeño estanco regentado por Ivonne, una mujer cuya rotunda belleza carnal subyuga al joven maestro desde el primer momento y despierta en él un ardiente deseo sexual.

Esta turbadora mujer es presentada, en un largo párrafo literariamente magnífico (“No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco; sólo me importan las apariciones”) por un narrador que ha quedado deslumbrado a primera vista. En un ambiente de lluvias persistentes, ríos brumosos y bosques que encierran impenetrables misterios, Ivonne se convierte en el irrefrenable objeto de deseo y de lujuria del joven maestro. Entra entonces en juego, el mito, la metáfora, la vuelta al origen. La visita al interior de la cueva -útero simbólico de ida y vuelta y origen primitivo de la vida-, las pinturas de los cazadores prehistóricos -crueles y ya artistas a la vez-, la fuerza primigenia y destructora del deseo, el apetito y el deseo irracionales, la belleza y la bestialidad que parecen mutuamente alimentarse.

No espere el lector, sin embargo, una novela con mucha trama y muchos sucesos en las escasas ochenta páginas que tiene el libro. Todo es apunte, metáfora, símbolo y sugerencia, en una exquisita y formidable combinación de brevedad y contenido denso, de realismo brutal y poesía. El origen de la vida cuyo cordón umbilical nos une de manera irracional e inevitable con la animalidad primitiva de la que procedemos. El gran río que nos lleva.

Carlos Bravo Suárez            

domingo, 15 de abril de 2012

CHIRIVETA, LA ERMITA DEL CONGOSTO Y EL CASTILLO POR EL PR-HU206



Chiriveta es una pequeña localidad situada en la zona más oriental de la comarca de la Ribagorza. Perteneciente al municipio de Viacamp-Litera, se accede hasta ella por la carretera N-230 que lleva al Valle de Arán. Un poco antes de llegar a Puente de Montañana desde Benabarre, sale a nuestra derecha una estrecha carretera recientemente asfaltada que en poco menos de tres kilómetros nos deja en Chiriveta.

Aunque hoy ya no queda en Chiriveta ningún habitante permanente, su caserío presenta algunos edificios en ruina junto a otros recientemente restaurados. La iglesia parroquial de La Piedad, construida en los siglos XVIII o XIX, muestra aparentemente un buen estado de conservación. Hay en el pueblo algunos interesantes ejemplos de arquitectura tradicional y, en sus eras, varias bonitas bordas construidas con losas de piedra.

El PR–HU206 es un sendero de pequeño recorrido recientemente acondicionado que en alrededor de un par de horas nos permite realizar una atractiva y fácil excursión de unos seis kilómetros con inicio y final en Chiriveta. En este itinerario circular, que podemos seguir en el sentido que prefiramos, visitaremos las dos construcciones históricas más interesantes de esta población, en ambos casos situadas lejos del casco urbano de la misma. Se trata de la ermita románica de Nuestra Señora del Congost y de los restos de la torre circular del antiguo castillo medieval de Chiriveta, que algunos denominan también castillo de Montgai. Los dos lugares se sitúan próximos al río Noguera Ribagorzana, en su margen derecha, en la parte aragonesa de la sierra del Montsec, justo a la entrada norte del impresionante congosto de Montrebei.

Iniciamos nuestro recorrido en la plaza de Chiriveta. Frente a la fachada de la iglesia parroquial tomamos un sendero en dirección a la ermita de Nuestra Señora del Congost, a donde según la tablilla indicadora tardaremos unos cuarenta minutos en llegar. Poco después de salir de Chiriveta dejaremos a nuestra derecha la fuente subterránea del lugar: un edificio cubierto en cuyo interior se halla el pozo del manantial y junto al cual hay un hermoso roble o caixigo con un banco de madera para sentarse a su amplia sombra. Entre Chiriveta y la ermita hay algún tramo de camino de gran belleza, con el suelo empedrado y flanqueado por sendos muros de losas.

La ermita de Nuestra Señora del Congost se halla situada en el extremo de un espolón rocoso en un paraje con espléndidas vistas sobre el Noguera Ribagorzana y la entrada del Congosto de Montrebei. Es una ermita románica con ábside orientado al este y bóveda de cañón de arco ligeramente apuntado. Fue construida en dos etapas claramente diferenciadas. La parte inferior es de sillarejo y podría datar del siglo XI, de la misma época que la torre del castillo que enseguida vamos a visitar y del que algunos creen que la ermita del Congost pudo ser iglesia castrense. La mayor parte del templo, de sillares más grandes y muy bien alineados, correspondería al siglo XIII. Nuestra Señora del Congost fue amplia y acertadamente restaurada en el año 1996.

La ermita estuvo al parecer anteriormente dedicada a San Pere o San Pedro, pero cambiaría de advocación cuando fue traslada hasta ella la imagen de la Virgen que estaba en otra ermita también románica, cuyas ruinas pueden verse no muy lejos de ésta, más allá del barranco de las Ortigas, en un paraje más próximo a las aguas del río Noguera o del pantano de Canelles y, por este motivo, de acceso casi siempre difícil. Ahora ambas ermitas son homónimas y se conocen la vella (la vieja) en un caso y la nova (la nueva) en el otro.

Desde la ermita nueva hasta la torre del castillo de Chiriveta o de Montgai (Monte Gaudio en algunos documentos medievales) tenemos unos veinte minutos de subida. En lo alto de un cerro, el castillo de Chiriveta conecta visualmente con el de Viacamp en la zona aragonesa y con los núcleos de Castisent, Castellnou y Alsamora, todos ellos con antiguos castillos, situados en la actual zona catalana, al otro lado del río Noguera. De la  torre cilíndrica del castillo de Chiriveta, construida en el siglo XI y en cuyo origen tendría al menos cuatro niveles o plantas diferentes, se conservan actualmente unos quince metros de altura. En la primera planta, orientada al sur, se abría la puerta de entrada al interior de la torre, encima de la cual asomaba también una ventana al exterior. Por este motivo, este lado de la torre es el que presenta un peor estado de conservación y mayores riesgos de un progresivo deterioro. Sobre todo en esa zona meridional quedan cerca de la torre bastantes restos de la muralla que cerraba el recinto defensivo del antiguo castillo.

El castillo perteneció durante un tiempo a los señores de Chiriveta, que mantuvieron este patronímico en su apellido al menos hasta el siglo XIII. Originariamente eran vasallos de los condes de Pallars, dueños en última instancia de esta fortaleza situada al sur de sus dominios. Según algunos historiadores, durante el siglo XII el castillo pudo estar al cargo de la Orden del Temple, a la que sería donado juntamente con los de Monzón y Chalamera. En el siglo XIV pasó a poder de los Mauleón-Anglesola y, más tarde, a los pudientes Erill, uno de cuyos miembros creó la rama de los barones de Chiriveta-Montgai. Posteriormente pasó a depender de los barones de Espés.

Desde el castillo de Chiriveta el PR-HU206 nos lleva al núcleo conocido como El Mas, donde hubo antes tres casas habitadas. Hoy, junto a varios edificios en ruina hay alguno, al parecer destinado a colonia veraniega, arreglado recientemente. Al adentrarnos en el caserío de El Mas abandonamos momentáneamente la pista que nos ha traído hasta él. Antes de volver a ella, el sendero transita entre robles por un bellísimo camino empedrado con llamativas paredes de losas a ambos lados. Una vez de nuevo en la pista, en aproximadamente diez minutos, llegaremos a nuestro punto de partida en Chiriveta.

El PR-HU206 es uno de los nuevos senderos que se han acondicionado recientemente en la sierra del Montsec, un amplio espacio natural de bellos paisajes y abundantes lugares con historia.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón.

Fotografías: Ermita de Nuestra Señora del Congost (cuatro fotos), torre del castillo de Chiriveta (cuatro fotos), Chiriveta con el Pirineo al fondo, camino flanqueado de muros, roble o caixigo junto a la fuente e iglesia parroquial de Chiriveta. 

ZENOBIA Y JUAN RAMÓN

Las siluetas del fuego. Elisa Arráiz Lucca. Alrevés. 2011. 208 páginas.

Elisa Arráiz Lucca es venezolana, con orígenes corsos por parte materna. Ha trabajado en diversos medios de comunicación audiovisual y ha publicado tres novelas hasta la fecha. En España la editorial Alrevés publicó el pasado año Las siluetas del fuego, una novela de la que es protagonista Zenobia Camprubí, la esposa del poeta Juan Ramón Jiménez, con quien estuvo casada durante cuarenta años, entre 1916 y 1956. Zenobia falleció tres días después de que Juan Ramón recibiera el Premio Nobel de Literatura. El exquisito escritor onubense murió dos años más tarde, en 1958, también, como su mujer, en San Juan de Puerto Rico.

Las siluetas del fuego está narrada en primera persona por una mujer venezolana que suponemos que es la propia autora del libro. Durante prácticamente toda la novela, la narradora dialoga y viaja con Marisa, una amiga puertorriqueña con quien comparte devoción, interés y estudio por la figura de Zenobia Camprubí y, por tanto y sobre todo, por la singular relación que esta mujer moderna y avanzada mantuvo con Juan Ramón Jiménez, un escritor obsesionado por su obra que sufría frecuentes ataques de neurastenia que le obligaban a recibir una permanente atención médica.

La narradora y su amiga han investigado a fondo sobre la vida de Zenobia y en sus sucesivos encuentros en Puerto Rico -al inicio y al final de la novela-, Caracas y Nueva York, ponen en común sus investigaciones y se leen mutuamente lo que sobre Zenobia y Juan Ramón han ido escribiendo anteriormente cada una por su cuenta. Estos fragmentos de sus lecturas constituyen el grueso de la novela y convierten a ésta en casi una biografía de Zenobia Camprubí y de su relación con Juan Ramón Jiménez. La dedicación absoluta, y en buena medida la subordinación, de Zenobia a su marido, renunciando incluso a desarrollar su propia personalidad, exigen una explicación que estas dos inquietas mujeres buscan denodadamente sin que encuentren nunca del todo una respuesta satisfactoria.

Para que el libro no sea casi un ensayo sobre estos dos interesantísimos personajes de la cultura española, las dos amigas nos van contando sus propias peripecias sentimentales dentro de sus respectivos matrimonios más bien fluctuantes e inestables. Y en el caso de la narradora, declaradamente antichavista, nos presenta su visión de la realidad política de la actual Venezuela, un país en manos del populismo sectario del ínclito Hugo Chávez.

En Las siluetas del fuego se pueden encontrar muchos ingredientes para una lectura interesante, pero el libro gustará especialmente a quienes deseen conocer más a fondo la rica y compleja relación entre Zenobia y Juan Ramón, dos personajes prácticamente indisolubles, que conformaron una simbiosis artística sin la que la extraordinaria obra poética de Juan Ramón Jiménez probablemente nunca hubiera sido posible.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 8 de abril de 2012

COMPENDIO DE ENFERMEDADES RARAS

El asesino hipocondríaco. Juan Jacinto Muñoz Rengel. Plaza y Janés. 2012. 220 páginas.

El asesino hipocondríaco es la primera novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), un escritor que, además de firmar numerosos artículos en diversas publicaciones y dirigir varios programas culturales en la radio, había publicado hasta la fecha un par de libros de relatos.

El asesino hipocondríaco está protagonizada por un asesino a sueldo, de moral kantiana y con el imperativo categórico de cumplir siempre con su obligación de matar, que tiene un montón de enfermedades raras, síndromes extraños y una salud aparentemente por los suelos. Desde luego el lector aprende sobre muchas de esas extrañas dolencias sobre las que el escritor se ha documentado exhaustivamente, hasta el punto de que por momentos el libro más parece un tratado de medicina que un relato con una trama y un ritmo narrativo que la haga avanzar. Eso sí, además de las enfermedades del protagonista y su continua incapacidad para terminar el trabajo criminal que le han encomendado, se intercalan sucesivos capítulos en los que se ofrecen interesantes datos sobre las dolencias que padecieron unos cuantos personajes históricos ilustres. Estos son Kant, Poe, los hermanos Goncourt, Swift, Descartes, Byron, Coleridge, Tolstoi, Voltaire, Proust, Moliere y, en otro plano, Joseph Merrick, más conocido como El Hombre Elefante.

El libro ha sido promocionado como un relato original, inteligente, divertido e incluso desternillante. No puede negarse que tiene cierta originalidad y buenas dosis de humor negro, pero, al menos en mi opinión, ni es excesivamente divertido ni mucho menos resulta desternillante. Hay en la novela una exposición rigurosa y precisa de muchas enfermedades poco comunes y un buen número de síndromes extraños e inusuales, sin embargo, su ritmo narrativo va decayendo a medida que avanza la lectura, y la trama detectivesca no acaba de tener ni suficiente enjundia ni excesivo interés. Es cierto, por otro lado, que El asesino hipocondríaco es un libro bien escrito, que su autor tiene oficio y que usa una prosa elaborada y un estilo cuidado. No obstante, a pesar de su interés como catálogo médico y anecdotario de personajes ilustres, apenas hay una historia que contar, salvo los continuos fallidos intentos del asesino por lograr su objetivo y una mínima averiguación final sobre la identidad de quien le ha encargado ese asesinato.

Posiblemente habrá muchos lectores que disfrutarán más que yo con la lectura de este libro, que sin duda tiene originalidad y méritos, pero que a lo largo de sus páginas no logra levantar el vuelo como obra narrativa de ficción. De todas maneras no sería de extrañar que al protagonista le ocurra como a algunos de los personajes históricos a los que se asemeja en sus dolencias reales o imaginarias y que, pese a su hipocondría y su salud lamentable que le hacen pensar que apenas le queda vida por delante, aún pueda seguir dando guerra y protagonizar futuras aventuras.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 1 de abril de 2012

PÉRDIDA Y DESCUBRIMIENTO

Historia de una desaparición. Hisham Matar. Salamandra. 2012. 220 páginas.

Hisham Matar (1970) es un escritor de origen libio que nació en Nueva York, pasó su infancia en Trípoli y El Cairo y actualmente reside en Londres. Con su anterior y primera novela, Solo en el mundo (Salamandra, 2007), obtuvo un considerable éxito internacional. Ahora, al calor de la reciente revolución libia, Historia de una desaparición ha sido presentada como un exponente de la nueva literatura árabe.

En realidad, Historia de una desaparición fue escrita en inglés con el título original de Anatomy of a Disappearance, traducido al español de manera libre y algo equívoca. Porque, aunque inspirada en el hecho real de la desaparición de su padre a manos de la dictadura de Gadafi, Matar escribe una novela sobre las relaciones filiopaternas, los despertares sexuales masculinos y el paso de la adolescencia a la juventud. En el tiempo interno de diez años en que transcurre el relato, el joven narrador Nuri el Alfi pasa de los catorce a los veinticuatro años. Es al inicio de la novela cuando conoce a la bella Mona, una joven anglo-egipcia por la que se siente fascinado y que acaba siendo su madrastra al casarse con su padre viudo. El tema principal de la primera parte del libro es el despertar sexual de Nuri y su obsesiva atracción hacia Mona.

Luego la novela da un giro cuando el padre de Nuri, un rico monárquico constitucionalista libio que debió abandonar su país con la llegada de Gadafi al poder, es secuestrado en Ginebra sin que vuelva a saberse nada más de él. Es entonces cuando Nuri, que ha sido enviado a cursar estudios a un caro colegio inglés, va descubriendo cosas que desconocía de la vida sentimental de su progenitor.

La novela transcurre principalmente en El Cairo -muy interesantes resultan los personajes cairotas del servicio doméstico de la familia el Alfi-, Ginebra y Londres. No se cita en ningún momento a Libia ni la condición de originario de aquel país del padre de Nuri. Es como si el autor pretendiera quitarle importancia a ese dato que, sin embargo, su propia biografía y los acontecimientos políticos recientes en aquel país han convertido en el más destacado a la hora de promocionar la novela.

Historia de una desaparición está escrita con un estilo austero y directo, de tal manera que las sensaciones y los sentimientos adquieren más importancia que las propias palabras. El resultado es una novela breve en la que tal vez puede faltar en algunos momentos algo de verosimilitud, por demasiado adulto, en el comportamiento del joven narrador.

Carlos Bravo Suárez