domingo, 30 de mayo de 2010

DE LASCUARRE A BENABARRE POR LA MELLERA



Lascuarre y Benabarre son dos poblaciones ribagorzanas con un rico pasado histórico. Ambas tuvieron gran importancia en el periodo de dominación árabe, cuando eran destacadas plazas de la frontera septentrional de la España musulmana. Mantuvieron su papel relevante en el posterior condado de Ribagorza, del que Benabarre fue capital durante largo tiempo. Una y otra tuvieron un importante castillo: el de Benabarre aún conservado en parte y el de Lascuarre situado en tiempos donde hoy se levanta su voluminosa iglesia parroquial.

Las dos localidades cuentan con un bello casco urbano de trazado medieval, con callejuelas, plazas, soportales y rincones de gran encanto. Tanto en uno como en otro lugar hubo en el pasado una notoria presencia religiosa. En Benabarre tuvieron convento agustinos, dominicas y dominicos; estos últimos a las afueras de la población, en el importante convento de Linares, hoy completamente arruinado. A la entrada de Lascuarre quedan los restos de un antiguo convento trinitario.


Lascuarre y Benabarre se encuentran separadas por la sierra del Castillo de Laguarres. Esta modesta estribación meridional pirenaica, de orientación este-oeste, puede atravesarse por una pequeña carretera (la A-1606) y por varios caminos, el más importante de los cuales es el GR-18.1, que la cruza por el denominado Coll y está balizado con marcas blancas y rojas. Voy a referirme sin embargo aquí a otro itinerario menos conocido que permite unir las dos poblaciones atravesando la sierra de Laguarres por su parte más oriental, por la denominada sierra de La Mellera.


Se trata de un recorrido con una distancia de unos dieciocho kilómetros, de los que prácticamente la mitad son de subida y la otra mitad en sentido descendente. Este camino, tal como aquí se propone, sólo se encuentra balizado, como PR-HU131, en su segunda parte, desde el mirador de La Mellera y la Font Freda hasta Benabarre. Lascuarre se halla a 648 metros de altitud y Benabarre a 788; el mirador de La Mellera, punto más alto de nuestro itinerario, se sitúa a 1105 metros.


Empezaremos nuestro recorrido en Lascuarre en dirección sureste, tomando un camino que sale desde la fuente pública de la localidad. Descartamos a nuestra izquierda la pista que va a Luzás y tomamos el GR-1 que se dirige a Laguarres. Justo un kilómetro después de haber abandonado Lascuarre, dejamos a la derecha el GR-1 y seguimos por la izquierda, por una pista en buen estado que en el lugar denominan del Ubago. Por un bosque de pinos y algunos robles centenarios, siempre en subida, alcanzamos el extremo oriental de la sierra de La Mellera. Aquí, el camino gira a la derecha y continúa, por pista de tierra y en dirección al oeste, hasta la llamada “caseta bllanca”, un antiguo refugio forestal frente al que se levanta un vértice geodésico. Antes habremos dejado a nuestra izquierda y bastante cerca de nuestro camino la ermita de San Justo y Pastor, con ábside poligonal y construcción aparentemente moderna. Sin hacer caso a la pista que sale por la izquierda de la “caseta bllanca” y que nos llevaría a Tolva, continuamos hacia el oeste por una ligera bajada. Siguiendo el camino, encontraremos enseguida el llamado roble de la Mellera, un gran árbol centenario que se levanta en medio de un campo y cuya silueta solitaria recortada en lo alto de la sierra se reconoce desde la lejanía al acercamos a Lascuarre. Muy cerca de este árbol majestuoso y singular veremos las casas de la denominada aldea ecológica. Son varias construcciones modernas, distanciadas entre sí, con orientación al mediodía y habitadas por familias alemanas.


Aquí nos encontraremos con el PR-HU131 que viene de Benabarre y unas tablillas indicadoras del mirador de la Mellera y la Font Freda. La Font Freda (Fuente Fría) está descendiendo unos metros en dirección al norte por una pista en mal estado que va a parar a la que nosotros hemos utilizado para subir hasta aquí, y que puede usarse como atajo si se quiere acortar el camino. Se trata de una pequeña fuente situada en una oquedad de la roca, en un paraje que, como su nombre indica, rezuma frescura y humedad. Si volvemos sobre nuestros pasos hasta el citado indicador, andando unos metros hacia el oeste llegamos al mirador de la Mellera y a los restos del castillo del mismo nombre.


Desde este punto se contemplan unas inmejorables vistas del valle del Isábena, con la cordillera pirenaica como magnífico telón de fondo. Justo en la cortada que cae hacia el norte, quedan restos de una de las paredes del que fuera el antiguo castillo de La Mellera. Se trata de una fortaleza ya documentada en el siglo XI como perteneciente al rey Ramiro I, que tal vez la habría heredado de su padre Sancho el Mayor. En lo alto de la roca y por los alrededores quedan esparcidas algunas piedras de lo que sería el viejo castillo, que probablemente contaría con una torre defensiva y un recinto amurallado.


Para descender a Benabarre seguiremos siempre las marcas amarillas y blancas del PR-HU131. Pasaremos primero junto a una de las casas de la aldea ecológica y al cabo de unos minutos atravesaremos un amplio complejo ganadero con almacenes y establos para ovejas. Siguiendo la pista llegaremos al Coll Nuevo, donde, atentos a las señales, tomaremos a nuestra derecha un estrecho sendero que desciende en fuerte pendiente entre un bosque de pinos. Al final de la bajada se llega a la Fuente de Catró. Allí, junto a una pequeña presa que retiene las aguas del barranco de dicho nombre, se ha habilitado un agradable rincón con un par de mesas de madera. Desde aquí el camino transita durante un rato en paralelo al barranco de Catró, cuyo pequeño cauce encajonado entre rocas dejamos siempre a nuestra izquierda. Tras girar a la derecha y pasar junto a unos campos de labor, nuestro camino confluye con el GR-18 que, procedente de Benabarre, sube a la sierra por el llamado Coll. A pocos metros de esta confluencia de caminos, vemos a nuestra derecha las ruinas del antiguo convento dominico de Nuestra Señora de Linares, sobre el que escribí un artículo en estas mismas páginas hace ya varios años. Fue construido en 1413 y llegó a ser panteón de los condes de Ribagorza. Se expropió en el siglo XIX con motivo de la desamortización. Una interesante lápida procedente de este convento se guarda en el pequeño museo parroquial de Benabarre.


A medio kilómetro de Linares se encuentra el parque-merendero de San Medardo. Es éste un agradable lugar de esparcimiento y descanso, muy apreciado por los benabarrenses por estar dedicado a su santo patrón, un obispo medieval de procedencia francesa. En el parque, con abundantes árboles, algunas barbacoas y mesas para realizar comidas campestres, destaca la ermita dedicada al santo. Es una curiosa construcción del siglo XVIII, de planta hexagonal con tejado en forma de pirámide. Junto a la ermita se halla la antigua casa del ermitaño y un enorme nogal o “nuguera” de más de veinticinco metros de altura. Desde San Medardo a Benabarre quedan unos dos kilómetros de camino para concluir nuestro itinerario. Un tranquilo paseo por la bonita villa ribagorzana es el mejor colofón para la excursión que aquí hemos propuesto.


Carlos Bravo Suárez


(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)


(Fotos: Lascuarre desde La Mellera, la ermita de los santos Justo y Pastor, restos del castillo de La Mellera (dos fotos), mirador de La Mellera con "el puro" en su extremo, la Font Freda, el roble de La Mellera y la ermita de San Medardo de Benabarre)

viernes, 28 de mayo de 2010

POESÍA DE LA TIERRA

Arar. Ángel Gracia. Prames. 2010. 63 páginas.

Ángel Gracia es uno de los jóvenes escritores aragoneses más interesantes de los últimos años. El autor zaragozano ha publicado la novela Pastoral, unos cuantos relatos recogidos en varios libros colectivos, dos recopilaciones de artículos y tres espléndidos poemarios. Ahora acaba de aparecer Arar, su tercer libro de poemas, que continúa y perfecciona la línea poética iniciada en Valhondo y Libro de ibones.


La poesía de Arar trata sobre la esencia de la vida y de la muerte, sobre la relación íntima y profunda que se establece entre el ser humano y la madre tierra, sobre las fuerzas telúricas y la naturaleza esencial y primigenia de la que formamos parte inseparable, de la que venimos y a la que irremisiblemente hemos de volver. En unos versos de una sobria belleza, desnuda de adornos innecesarios, penetramos en la tierra y nos fundimos en comunión con ella, en un hermoso panteísmo lírico y profundo. Desde su sugerente y acertado título, también metafórico porque arar y escribir se identifican, los poemas surgen de las semillas sembradas en los surcos de la tierra y, una vez levantados y crecidos, vuelven a su seno para, como el estiércol fertilizante, ayudar a fermentar la nueva vida en un ciclo inagotable y eternamente repetido.


Arar se divide en cuatro partes (Erial, Fiemo, Sementera y Laya) que corresponden a cuatro etapas sucesivas en el cultivo de la tierra y la escritura. El punto de partida de ese proceso productivo y creador es el campo yermo y la página en blanco. En Ningún lugar, al inicio del libro, se define así el objetivo de la escritura: “No se trata de escribir, / tampoco de borrar. / Se trata de abrir un espacio / entre la palabra y el silencio, / y de permanecer allí, a la escucha.”. Progresivamente, y constatando que hay tanta nada como vida, los poemas adquieren un creciente tono panteísta. Hay algunos espléndidos, como el titulado Scardenelli, uno de los más largos del libro, en el que el poeta se convierte en naturaleza (Camino por la tierra lenta / hacia las landas de la muerte. / Encuentro mi cabaña tallada por el rayo verde. / Me tumbo y espero el gozo del cielo”), de la misma manera que el escritor romántico Friedrich Hölderlin se transmutó en Scardenelli en su locura creativa. Hay en la poesía de Ángel Gracia influencias del mejor romanticismo europeo, desde el citado Hölderlin al visionario William Blake, dos de cuyas citas abren y cierran el libro.


Predominan en los versos los sustantivos referidos a la tierra: intemperie, relámpago, rayo, lluvia, viento, valle, nieve, sol, trueno, río, mar, piedra, surcos, agua, cielo, y muchos más. Arar es poesía profunda y hermosa, en la que hay que entrar con hondura, como entra el arado en la tierra sazonada.


Carlos Bravo Suárez

sábado, 22 de mayo de 2010

LA BIBLIA SEGÚN SARAMAGO

Caín. José Saramago. Alfaguara. 2009. 189 páginas.

José Saramago es uno de los escritores más conocidos por el público lector de nuestro país. Sus libros, cada vez más frecuentes en los últimos años, tienen una amplia difusión y un considerable éxito de ventas. Así ha ocurrido de nuevo con Caín, su novela más reciente, de la que ya se han hecho varias ediciones desde su aparición a finales de 2009.


En esta novela, el escritor portugués vuelve a tomar como punto de partida un texto religioso o sagrado. Si hace casi veinte años en su polémico El Evangelio según Jesucristo fue el Nuevo Testamento, en esta ocasión se trata de la Biblia, tal vez el libro más influyente en la historia de la humanidad. Caín se inicia con la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal y con la muerte de Abel a manos de su hermano. A partir de este momento, Caín, estigmatizado por Dios por el crimen cometido, es condenado a vagar por el mundo sin lograr asentarse en parte alguna. En su peregrinar de un sitio a otro va a ser testigo de algunos de los principales sucesos narrados en los textos bíblicos: el in extremis abortado sacrificio de Isaac por parte de su padre Abraham, la completa destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra, las terribles penalidades a las que es sometido el pacientísimo Job, la ascensión de Moisés al Monte Sinaí o la construcción del arca de Noé y el posterior diluvio universal que anegó el mundo. En su destierro Caín vivirá también, en la llamada tierra de Nod, una apasionada relación carnal con la sensual Lilith.


No hay duda de que leída en su literalidad, como parece haber hecho Saramago, la Biblia cuenta muchas historias que resultan incoherentes para la lógica y la racionalidad actuales. Además, es cierto que su protagonista, Dios o Yahvé, se muestra casi siempre como un ser extremadamente caprichoso y cruel. Y esto último es sobre todo lo que Saramago, a través de Caín, le recrimina a ese dios bíblico que es capaz de proponer a un padre sacrificar a su propio hijo para probar su obediencia o de arrasar por completo una ciudad por el comportamiento equivocado de algunos de sus habitantes.


Dejando de lado los aspectos polémicos que inevitablemente comporta el tema elegido, la novela está narrada con una escritura precisa, fluida y estéticamente atractiva. Contiene también, claro está, acentuadas dosis de ironía y crítica que tal vez puedan herir algunas susceptibilidades, tan a flor de piel en estos asuntos divinos. Probablemente Caín gustará más o menos a los lectores según atiendan éstos a sus creencias religiosas o a unos criterios exclusivamente literarios.


Carlos Bravo Suárez

sábado, 15 de mayo de 2010

INFANCIA Y GULAG EN RUMANÍA

El rey blanco. György Dragomán. RBA. 255 páginas.

Es ésta una espléndida novela que viene del este de Europa. En concreto, de Rumanía, un país del que han llegado a nuestra tierra miles de personas en los últimos tiempos. El autor de El rey blanco es György Dragomán, nacido en Transilvania en 1973, residente en Budapest y perteneciente a la minoría húngara asentada en Rumanía desde hace siglos. Esta es su segunda novela, traducida a numerosos idiomas y recibida con gran alabanza por la crítica internacional más exigente.


El rey blanco es el relato de un niño en la Rumanía comunista. Un chico de once años que cuenta en primera persona y en su lenguaje coloquial un año y medio de su vida. El tiempo que transcurre sin poder ver a su padre, condenado a un campo de trabajo en el canal del Danubio por su disidencia política. Los capítulos del libro reflejan distintas vivencias del pequeño, que vive con su madre y lleva a cabo con sus amigos del barrio algunas travesuras más o menos propias de su edad. Pero detrás de esas peripecias infantiles se observa la realidad social y política de la decadente Rumanía del final del comunismo. Un régimen dictatorial e intransigente, arbitrario y paranoico, hipócrita e injusto además de doctrinario. Vemos al condecorado abuelo del niño, que fue secretario del partido en su ciudad y que no puede soportar ver a su hijo encarcelado por disentir con la doctrina que lo convirtió a él en privilegiado capitoste. Observamos el desahogo con que viven los cargos comunistas mientras la mayoría del pueblo pasa verdaderos apuros económicos. Escuchamos los pomposos discursos oficiales, ortodoxos, delirantes y totalmente alejados de la realidad. Y cuando el niño vuelva a ver fugazmente a su padre será testigo, junto a los lectores, del poder de destrucción que sostiene a un régimen que se muestra extremadamente cruel con quienes discrepan de sus trasnochadas tesis.


No obstante, El rey blanco es ante todo una novela de iniciación de un chico que se ve obligado a crecer deprisa. Conocemos sus peleas con los compañeros, sus primeros tanteos torpes e inocentes con el sexo, el descubrimiento por azar de las películas pornográficas reservadas para pases privados de los jefes del partido, la arbitrariedad y la violencia en la escuela, la soledad de su madre o su esperanza inquebrantable en el regreso del padre ausente. Todos los capítulos del libro son unas espléndidas piezas literarias breves. Algunas excepcionales, como el titulado Yacimiento de oro, con la metáfora final de las pepitas doradas que no son sino balas incrustadas en un muro.


Salvo algún inesperado error ortográfico de bulto en su traducción, El rey blanco es posiblemente una de las mejores novelas editadas recientemente.


Carlos Bravo Suárez

sábado, 8 de mayo de 2010

DE MITO A BESTIA

La fiesta del oso. Jordi Soler. Mondadori. Barcelona. 2009. 157 páginas.

Jordi Soler, hijo de exiliados catalanes, nació en México en 1963. Tras trabajar como periodista radiofónico e iniciar su carrera de escritor en el país americano, se trasladó hace unos años a Barcelona donde reside en la actualidad. En España se han publicado sus tres últimas novelas: Los rojos de ultramar (2004), La última hora del último día (2007) y, la más reciente, La fiesta del oso. Las tres tienen relación, desde enfoques muy distintos, con la pasada Guerra Civil Española.

La fiesta del oso es una magnífica novela que se aparta de la línea partidista y maniquea que suelen frecuentar las narraciones recientes inspiradas en la Guerra Civil. Y el caso es que su comienzo parece ir en esa línea y puede despistar al lector. Porque si sus primeras páginas parecen traer como protagonista del relato a un héroe que al final de la guerra muere ayudando a sus compañeros a pasar la frontera francesa, el conjunto de la novela desmonta ese falso mito y presenta a un personaje que, lejos de haber muerto, se ha convertido en un desalmado que asalta a víctimas indefensas que intentan escapar de Francia a España durante la Segunda Guerra Mundial.

El personaje en cuestión es Oriol, tío abuelo del narrador y hermano de Arcadi, personaje principal de Los rojos de ultramar. Oriol había sido dado por muerto al atravesar herido la frontera francesa por el Pirineo catalán. La familia se había construido una versión de conveniencia cuya falsedad el narrador descubre un día casualmente. Y a partir de ahí va desentrañando, y narrando magníficamente, una historia que se desarrolla en las montañas y los bosques de la línea pirenaica entre España y Francia, en los Pirineos orientales, entre Camprodón y Prats de Molló. Una historia llena de intriga y misterio en la que aparecen gigantes, mujeres con aspecto de bruja o niñas inocentes víctimas de un ogro. Hay un personaje que constituye una espléndida creación literaria, un gigante de una familia de gigantes pirenaicos, bonachón, inocente y extremadamente fuerte, que responde al nombre de Noviembre Mestre. Y, desde luego, Oriol, un hombre que en pocas líneas pasa de ser héroe y mito a personaje abyecto, verdadero antihéroe capaz de las mayores bajezas morales.

La historia está contada con un ritmo magnífico, dosificando la intriga, en nueve capítulos -el último sorprendente hasta la última línea-, escritos sin solución de continuidad, sin puntos y aparte que corten el relato. Con una torrencialidad que tiene mucho del lenguaje de las narraciones orales y nos transporta a un Pirineo convertido, él sí, en un espacio literario mítico, de reminiscencias mágicas y ancestrales. Una novela diferente y extraordinaria.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 1 de mayo de 2010

TIERRA DESACOSTUMBRADA


Tierra desacostumbrada. Jhumpa Lahiri. Salamandra. 2010. 348 páginas.

Jhumpa Lahiri es una de las revelaciones de la nueva literatura estadounidense. Nacida en Londres de padres bengalíes, se trasladó a los dos años de edad a los Estados Unidos donde reside actualmente. Los tres libros que ha editado hasta la fecha han recibido importantes premios y obtenido un gran éxito de ventas en el país norteamericano. Tierra desacostumbrada, el último de ellos y recién publicado en España, fue considerado mejor libro del año 2008 por el diario The New York Times.


Tierra desacostumbrada es un libro de relatos dividido en dos partes. La primera contiene cinco narraciones independientes. Los tres relatos de la segunda cuentan la historia de Hema y Kaushik en lo que podría ser perfectamente una espléndida novela corta. Los personajes de Jhumpa Lahiri son casi siempre indios, más en concreto bengalíes, que han emigrado a Estados Unidos y viven de diferentes maneras el contraste entre su cultura de origen y la de su país de adopción. Pertenecen en todos los casos a una minoría selecta que no ha emigrado impulsada por la pobreza sino por motivos de prestigio laboral. En los relatos se destacan los cambios de vida entre los padres, aún muy ligados a la cultura y las tradiciones indias, y los hijos, una segunda generación ya nacida y educada en los Estados Unidos.


En Tierra desacostumbrada, que toma el título del primero de los relatos del libro, se analizan sobre todo las siempre difíciles y complicadas relaciones familiares. Entre padres e hijos, hermanos y hermanas, maridos y esposas e incluso entre diferentes familias indias llegadas a Norteamérica. La familia adquiere una doble función, contradictoria y a veces enfrentada, para los personajes del libro. Proporciona un cobijo y una identidad reconfortantes pero también puede llegar a convertirse en una carga y una limitación. En estos aspectos, los relatos de Jhumpa Lahiri superan el marco del mundo bengalí para convertirse en un brillante y profundo análisis de este tipo de vínculos en las cambiantes sociedades modernas. Las relaciones de pareja y la fuerza del destino adquieren una relevancia especial en el último relato del libro, de un marcado romanticismo de la mejor raigambre literaria, sobre todo en unas páginas espléndidas ambientadas en Roma y otros lugares de Italia. El relato Sólo bondad trata de manera convincente el drama del alcoholismo, desde sus inicios juveniles hasta sus determinantes consecuencias posteriores.


Tierra desacostumbrada es un libro excelente, y Jhumpa Lahiri una escritora con un mundo literario personal y aparentemente limitado que ella es capaz de abordar desde diferentes perspectivas y convertir en atractivo para cualquier lector de cualquier lugar del mundo.


Carlos Bravo Suárez