domingo, 14 de abril de 2013

EL SENTIDO DE UN FINAL



El sentido de un final. Julian Barnes. Anagrama. 2012. 192 páginas.

Julian Barnes (Leicester, 1946) es uno de los escritores británicos más prestigiosos de la actualidad. Se dio a conocer internacionalmente en 1985 con su novela El loro de Flaubert, a la que siguieron otros libros de un alto nivel literario. Con su último relato, El sentido de un final, publicado en España a finales del pasado año, ganó el premio Booker, el más importante galardón de la letras anglosajonas del que Barnes ya había sido finalista en varias ocasiones.

El sentido de un final es una novela corta pero densa, que trata sobre los recovecos y las trampas que nos tiende con frecuencia la memoria. Dividida en dos partes de casi la misma extensión, el relato está narrado en primera persona por Tony Webster, un sesentón acomodadamente jubilado, separado de su mujer y con una hija treintañera con la que se lleva soportablemente bien. En la primera parte del libro,  Tony recuerda sus años de adolescente en el instituto y la amistad con dos amigos inseparables a los que se añadió el recién llegado Adrian, que destaca por su gran inteligencia y su aguda capacidad de análisis. Tony Webster rememora también en esas páginas su noviazgo con Veronica, quien, tras haberlo presentado a su familia, acabó dejándolo por su nuevo amigo Adrián.

En la segunda parte, el narrador recibe, después de muchos años, una extraña herencia de la madre de aquella antigua novia de juventud. Este hecho le hará volver sobre el pasado y descubrir en él cosas que ignoraba. No se puede desvelar aquí nada más del argumento de está novela, cuyo sorprendente desenlace no conocerá del todo el lector hasta llegar literalmente a la última línea del libro.

Con una brillante estructura literaria, Julian Barnes construye un espléndido relato que, además de presentar algunas pinceladas de la sociedad británica, se adentra en el laberíntico mundo de la memoria y de los recuerdos de juventud y el paso del tiempo. Porque, como dice el narrador al principio de su historia, “el placer o el dolor más nimio bastan para enseñarnos la maleabilidad del tiempo; algunas emociones lo aceleran, otras lo enlentecen; de vez en cuando parece que no fluye, hasta el punto final en que desaparece de verdad y nunca vuelve”. Y, sin duda, la memoria falsea con frecuencia nuestro pasado y puede ser fuente, incluso muchos años más tarde, de angustias y desasosiegos ya  inesperados.

Julian Barnes ha escrito una magnífica novela, una pequeña joya literaria, que al llegar a la última página obliga al lector a volver atrás para buscar aquel momento anterior que permite explicar del todo la historia que el narrador nos ha estado contando.

Carlos Bravo Suárez

1 comentario:

Waldeska dijo...

Novela melancólica, alguna de cuyas reflexiones seguramente podemos compartir la inmensa mayoría: "Sí, desde luego que éramos pretenciosos: ¿para qué otra cosa sirve la juventud?" " Recuerdo un período del final de la adolescencia en que mi mente se embriagaba de imágenes intrépidas. Así sería yo de mayor. Iría allí, haría esto, descubriría esto otro,amaría a esa mujer y luego a ella y a ella y a ella. Viviría como viven y habían vivido los personajes de novela (...) ¿Quién dijo lo de la pequeñez de la vida que el arte exagera"?
Un final inquietante que,confieso, no acabo de entender.