domingo, 1 de mayo de 2016

SIN DESTINO

Sin destino”. Imre Kertész. Acantilado. 2009. 14ª Edición. 264 páginas.

El reciente fallecimiento de Imre Kertész (Budapest, 1929 – 2016) es una buena ocasión para leer, o releer, la obra literaria de este gran escritor judío y húngaro, que recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 2002. Sus libros han sido publicados en España por la editorial Acantilado. La primera y más importante de sus obras literarias fue “Sin destino”, una novela en la que su autor trabajó durante quince años y que pasó sin pena ni gloria cuando se publicó en Hungría en 1975. Después de la caída de la dictadura comunista, que siempre ninguneó ignominiosamente a Kertész, su obra comenzó a difundirse en Alemania y en el resto de Europa, y “Sin destino” fue adquiriendo la valoración de indiscutible obra maestra. En España, fue publicada en 2001 por Acantilado y ha tenido sucesivas reediciones. La traducción es de Judith Xantus, con la revisión de Adan Kovacsics, principal especialista mundial en la obra de Kertész.

Aunque basada en la peripecia personal del autor en los campos de concentración nazis, “Sin destino” no es del todo una novela autobiográfica. Su protagonista es György Köves, un adolescente judío de 15 años que en 1944 es deportado desde el Budapest ocupado por los nazis al campo de exterminio de Auschwitz, donde solo permanece tres días, y a los campos de trabajo de Zeitz y Buchenwald, de donde consigue salir vivo tras la liberación por las tropas estadounidenses en abril de 1945. En los primeros capítulos, György vive la despedida del padre, que es también enviado a un campo nazi (luego nos enteramos de que se trata de Mauthausen), junto a su madrastra y el resto de la familia, judía pero escasamente practicante en lo religioso. Cuando empieza a descubrir el placer de los besos con una niña vecina y a trabajar forzosamente en una fábrica de las afueras, es obligado a ir a los campos regentados por los alemanes, en los que transcurre casi toda la novela. En Auschwitz, salva la vida porque cuando forma en la fila de selección, y siguiendo los consejos de unos prisioneros más veteranos, dice a los guardianes que tiene 16 años y no los 15 que tiene en realidad. Eso hace que los alemanes lo manden al campo de trabajo de Buchenwald y no directamente a la cámara de gas del propio Auschwitz.

Lo que más sorprende de “Sin destino”, y lo que ha suscitado más de una reacción de rechazo, es el tono apático y resignado, aparentemente falto de cualquier crítica, con el que György encara su condición de prisionero. Una visión fría, objetiva y distante, que contrasta con la brutalidad y la sordidez de las situaciones extremas que narra. Es este aspecto, esa falta de acusaciones o lamentos del protagonista, el que hace de “Sin destino” una narración diferente a cualquier otra de las inscritas dentro de la llamada literatura del Holocausto. Difícil de entender para el lector, como para sus interlocutores en la novela, son algunas de las afirmaciones de György al final de su relato: “Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas, algo que se parecía a la felicidad”. Así ha matizado estas frases el propio escritor en algunos textos posteriores: “Experimenté mis momentos más radicales de felicidad en el campo de concentración […] Estar muy cerca de la muerte es también una especie de felicidad. Sólo sobrevivir se convierte en la mayor libertad de todas”. En cualquier caso, puede verse una simbiosis entre la aparente, y ciertamente para el lector no demasiado comprensible, aceptación resignada de su situación y la necesidad de adaptación a un medio tan hostil para lograr la supervivencia a toda costa. El propio narrador se sorprende: “Nunca lo hubiese creído y, sin embargo, es una verdad como un templo: en ninguna otra circunstancia importa tanto llevar una vida ordenada, ejemplar y hasta virtuosa como estando preso”. Porque además, y en referencia al título de la novela, György afirma que “si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino”.

Pero, añadida a este aspecto literario diferenciador, en la novela hay una magnífica crónica de la vida en los campos de concentración nazis, contada -no hay que olvidarlo- a través de los ojos de un narrador de solamente 15 años. Allí, el joven descubrirá los humos de las chimeneas de los hornos crematorios y su olor dulzón y pegajoso; la diferencia entre los campos de exterminio y los campos de trabajo; la permanente escasez de comida, la agónica espera de la sopa y el hambre que avasalla los cuerpos y embota las mentes; la existencia de los llamados “musulmanes”, presos esqueléticos que han abandonado ya cualquier deseo de supervivencia; las pulgas, los piojos y las numerosas enfermedades; la torre de Babel de nacionalidades, culturas y lenguas entre los prisioneros (György solo sabe el húngaro, que casi nadie habla y, por suerte, algo de alemán, pero desconoce el yiddish y eso lo aleja en parte de los demás judíos). Solo hay tres formas de evadirse de esa realidad terrible: la huida, el abandono o la imaginación. Y, por descontado, György elegirá la tercera.

“Sin destino” es una lectura casi obligatoria, una de las grandes novelas de la literatura europea del pasado siglo XX.

Carlos Bravo Suárez

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