EL CASTILLO DE BENABARRE, CON ZOOM, DESDE EL CERRO
DOS FOTOS MÁS DE LOS RESTOS DEL ÁBSIDE DE LA ERMITA
EL CERRO CHIRAC DESDE BENABARRE
CON CRISTIAN LAGLERA EN EL CERRO CHIRAC EN UN DÍA DE MUCHO VIENTO
Ya hemos escrito aquí en
colaboraciones recientes que la comarca de Ribagorza, al menos en lo que a
románico se refiere, todavía era capaz de depararnos nuevas sorpresas e
insospechados descubrimientos. Sin embargo, no era fácil imaginar que a escasa
distancia de Benabarre, en el muy próximo cerro Chirac, se escondieran los
restos de una ermita románica prácticamente inédita y desconocida incluso para
los habitantes del lugar.
Los restos de este antiguo
templo, de admonición hasta ahora desconocida, no aparecen recogidos en ninguno
de los diversos libros dedicados al arte románico publicados hasta la fecha.
Solamente en el reciente “Ermitas de Huesca. Tomo 2. Ribagorza”, del abajo
firmante Cristian Laglera Bailo (Editorial Pirineo, 2019, página 81), encontramos
referencia a estos exiguos y olvidados vestigios. Fue Josep Sansalvador, archivero
y continuador del trabajo de Josep Maria Gavin, quien hace aproximadamente dos
décadas llegó hasta ellos. Gracias a sus indicaciones hemos podido después
localizarlos en el llamado cerro Chirac, sito a las afueras de Benabarre.
El cerro Chirac se halla a un
kilómetro escaso al este de Benabarre. Es un emboscado montículo situado junto
a otro más reconocible que tiene unas antenas en su cima. El pequeño barranco
Guart fluye entre ambos altozanos. La manera más sencilla de ascender al cerro
Chirac es desde el parque de bomberos de Benabarre. Allí dejaremos el vehículo
y comenzaremos la subida por la ladera colindante con un campo de labor.
Siguiendo algunas trazas de sendero, que aparecen y desaparecen a tramos entre
una espesa y punzante vegetación, si tenemos suerte y sabemos localizarlas
visualmente, cosa no del todo fácil, en alrededor de veinte minutos desde el
punto de salida llegaremos a los escasos restos de la desconocida ermita. Sus ocultos
vestigios, que apenas levantan del emboscado suelo, se encuentran, mirando al
este, en una pequeña terraza natural situada un nivel por debajo de la cota más
alta del cerro.
De la antigua ermita apenas
queda una hilada de la cabecera absidial, que era semicircular y estaba
perfectamente orientada al sol naciente. La nave era rectangular, de poco más
de tres metros de ancho. Subsisten, a ras de suelo, algunos pequeños tramos de
sus muros norte y sur. De la zona de cierre por el oeste no queda ni rastro. La
puerta, siguiendo la pauta lógica de este tipo de edificios, debió de abrir al
sur o quizá al oeste. Los pocos ejemplares que perviven del aparejo apenas
están trabajados y tienen un calibre medio. A pesar de una intensa pero
dificultosa búsqueda, no encontramos restos de sillares por los alrededores. A
duras penas nos abrimos paso hasta el extremo rocoso del cerro donde pensamos
que tal vez pudiera haber algún vestigio de una posible torre de vigilancia de
la que la ermita pudiera ser construcción castrense, pero el resultado fue
infructuoso. Pudimos, sin embargo, comprobar el amplio dominio que desde
allí se tiene de la zona y su alineamiento visual con el muy próximo castillo
de Benabarre y con los cercanos de Purroy, Pilzán o Viacamp.
Como ya se ha dicho, al tratarse
de unos restos indocumentados no hemos podido averiguar la advocación de la
ermita. Ni siquiera la toponimia nos ha servido esta vez en las pesquisas. Tampoco,
pese a nuestra insistencia posterior, hemos podido dar con nadie del pueblo que
tuviera noticia alguna de estas ruinas, cuya existencia parece haberse borrado por
completo de la memoria colectiva de la gente. Este olvido parece confirmar los
años de abandono y ruina del edificio, que debió de perder el culto hace mucho
tiempo.
Precisamente por ese olvido, y
por estar situados en una población de la importancia histórica de Benabarre, aunque
estemos ante unos restos verdaderamente exiguos, nos parece más importante, si
cabe, dejar constancia de la existencia de esta olvidada construcción religiosa
que posiblemente, y por las características románicas que apunta, se remonte a
épocas medievales. Lo que nos confirma que el territorio ribagorzano sigue siendo
una agradable caja de sorpresas para los buscadores de vestigios del pasado.
Carlos
Bravo Suarez y Cristian Laglera Bailo
(Artículo publicado en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón, 10 de agosto de 2019)
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