Si
Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ya figuraba por mérito propio entre
los mejores novelistas españoles actuales, su última novela “Castillos de
fuego” lo consolida de manera incontestable en la cima de la narrativa
contemporánea en nuestro país. Desde “La ternura del dragón”, publicada en
1984, el escritor zaragozano, afincado en Barcelona, ha escrito una quincena de
novelas, entre las que destacan “Carreteras secundarias”, “Dientes de leche”,
“El
día de mañana”, “La buena reputación”, “Derecho natural” o “Fin de
temporada”. También ha publicado el ensayo “Enterrar a los muertos”, el libro
de relatos “Aeropuerto de Funchal” y la novela de no ficción “Filek, el
estafador que engañó a Franco”. Ahora, Seix Barral acaba de editar “Castillos
de fuego”, una extraordinaria y voluminosa novela de setecientas páginas,
ambientada en los primeros años de las posguerra española, en los iniciales y
más duros años del franquismo tras la terrible y fratricida guerra civil.
El relato de “Castillos de fuego” transcurre en Madrid entre 1939 y 1945, en unos años de represión y miseria, violencia y estraperlo, en los que la supervivencia del franquismo parece marcada por el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Franco, alineado claramente al inicio de la guerra con el nazismo alemán, que parece como claramente ganador de la contienda, va cambiando su discurso y su estrategia política, sacrificando a sus partidarios más pro alemanes, como su cuñado Serrano Suñer, a medida que Alemania va perdiendo la guerra y la supervivencia del régimen parece cada vez más difícil. Ya sabemos que el Generalísimo jugará después la baza del anticomunismo para lograr mantenerse en el poder.
Pero lo mejor de la novela es la extraordinaria conjunción y equilibrio literario entre la historia y sus hechos y la vida cotidiana de los personajes. Martínez de Pisón consigue abarcar a través de un amplio y logradísimo elenco de personajes todo el espectro social del Madrid de aquellos años. Unos personajes que van alternando sus apariciones en el relato, un poco a la manera de “La colmena” de Cela, y que, a grandes rasgos, se pueden dividir en dos grupos: los que están entre los vencedores de la guerra civil y quienes figuran entre los perdedores. Pero, y ese es otro gran logro de la novela, no hay un claro y determinante posicionamiento de maniqueísmo moral ni político ante ellos. Los vencedores tienen sus disputas internas y aspiran a obtener cargos importantes y colocar a los suyos, evitando caer en desgracia ante los cambios del generalísimo y la jerarquía franquista. Los vencidos son, principalmente, miembros del Partido Comunista que intentan organizar el partido en el interior y articular la resistencia al régimen. Son víctimas con frecuencia del dogmatismo del partido, que no duda en purgar e incluso en eliminar físicamente a cualquiera que discrepe o caiga bajo sospechas de la dirección exterior, aunque sean estas falsas o infundadas.
Los personajes luchan, cada uno a su manera, por salir
adelante en una ciudad, todavía en parte destruida (pero en la que se ha
inaugurado la sala de fiestas más importante de Europa), marcada por el hambre,
la penuria y el estraperlo. Algunos de ellos son inolvidables: Valentín que es
capaz de cualquier vileza por ocultar su pasado comunista y trepar sin
escrúpulos como policía del nuevo régimen; Eloy, un joven tullido que intenta
salvar como sea de la pena de muerte a su hermano; Basilio, un profesor
universitario que abraza la vida mística tras ser depurado por las delaciones de
algunos de sus compañeros ávidos de ocupar su puesto; Alicia, una taquillera de
cine que cae en la prostitución para sobrevivir tras haber sido madre soltera;
el falangista Matías que se enriquece traficando con objetos requisados; o
Cristina, hermana de Eloy, que, sin otro ideal político que el de ayudar a su
hermano, expondrá su trabajo y su vida. Aparecen también insertados en el
relato algunos personajes alineados con el franquismo como los escritores
Jacinto Benavente y Dionisio Ridruejo, este con un mayor protagonismo por su
disidencia con el régimen desde posiciones radicales falangistas. También
algunos miembros de la resistencia interior del partido comunista como Jesús
Monzón, Heriberto Quiñones o Gabriel León Trilla.
Aunque algunos escritores (Francisco Umbral o Andrés
Trapiello, entre otros) han ambientado algunas de sus novelas en el Madrid de
la postguerra, ningún autor ha sabido reflejar tan bien ese periodo de la
historia como lo ha hecho Ignacio Martínez de Pisón en esta novela. Escribe con
acierto el crítico Jesús Ferrer que estamos ante una “novela de aliento
galdosiano, que habría admirado Baroja y fascinado a Delibes, y se inscribe en
un realismo crítico de cuidada prosa, detallada ambientación, conseguidos
personajes e incisiva denuncia de sus injustas penalidades”.
He leído unas cuantas de las novelas publicadas hasta la
fecha por el escritor zaragozano y todas me han gustado mucho, pero es esta, en
mi opinión, la mejor de todas ellas.
“Castillo de fuego” es, sin duda, una gran novela sobre la posguerra española y
una de las mejores narraciones de la reciente literatura de nuestro país.
“Castillos
de fuego”. Ignacio Martínez de Pisón. Seix Barral. 2022. 704 páginas.
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