Canto rodado. Maria Barbal. El Aleph Editores. 2010. 118 páginas.
Hace ya bastantes años leí en Barcelona Pedra de tartera, el libro que dio a conocer a la escritora leridana Maria Barbal (Tremp, 1949). Me pareció entonces una magnífica novela sobre el mundo rural y campesino de un tiempo pasado cuyos estertores yo había llegado a conocer en mi infancia y adolescencia. La obra se tradujo al castellano con el título de Canto rodado y posteriormente a otros idiomas europeos, obteniendo en los últimos años un éxito considerable entre los lectores alemanes. Ahora he vuelto a leer el libro en la edición que, con motivo del veinticinco aniversario de su publicación original, acaba de editar El Aleph, en la espléndida traducción al castellano que Ana Maria Moix realizó en 1995, y su lectura me ha resultado de nuevo plenamente atractiva y satisfactoria.
Canto rodado es una novela breve que narra en primera persona la vida de una mujer en un pequeño pueblo del Pirineo leridano. El relato abarca buena parte del pasado siglo XX, sobre todo en su primera mitad, antes de que la protagonista, ya abuela, emigre a Barcelona, donde su hijo y su nuera van a trabajar en la portería de un inmueble de la ciudad. Desde que de niña es enviada a la casa de unos tíos que no han tenido hijos hasta su vejez solitaria y nostálgica en la capital catalana, la narradora nos va contando los principales momentos del pasado que han ido marcando su vida. Los exigentes trabajos del campo en una familia pobre que vivía como casi todas de la agricultura y el ganado, su enamoramiento y posterior boda con un hombre de la comarca, el nacimiento de sus hijos, su amistad con Delina y las relaciones con otras familias del pueblo, la brutal irrupción de la guerra civil con sus trágicas consecuencias, la dureza de la posguerra, las visitas para concertar matrimonios ventajosos que encubrían una verdadera venta de la mujer por intereses económicos, las bodas de sus hijos, las difíciles relaciones con la nuera, la fría soledad de la gran urbe reflejada en unas espléndidas líneas finales, la nostalgia de un mundo perdido, la paciente espera de la muerte.
La enorme fuerza de la novela y el interés que sigue despertando entre los lectores actuales, veinticinco años después de su publicación original, radican sin duda en la hermosa sencillez con que se cuenta la historia, en la voz humilde de una mujer del campo, y en la magnífica recreación de un mundo pirenaico ya desaparecido. Un mundo que prácticamente acabó con la emigración rural a las ciudades y que es, por supuesto, muy anterior a la llegada a nuestras montañas del turismo masivo y de las segundas y terceras residencias.
Carlos Bravo Suárez
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