El vigilante del fiordo. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 2011. 184 páginas
Aunque Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha publicado varias novelas -la última Viaje con Clara por Alemania- , fue su anterior libro de cuentos, Los peces de la amargura, el que lo dio a conocer a muchos lectores. En aquel libro valiente y necesario, el escritor donostiarra mostraba con crudeza el despiadado terrorismo de ETA y la soledad y la amargura de unas víctimas sometidas al implacable y brutal hostigamiento del nacionalismo imperante, que las trataba, para mayor escarnio, como si fueran culpables de la injusta situación que padecían.
Cuatro años después, Aramburu publica El vigilante del fiordo, un conjunto de ocho relatos breves de diversa temática que confirman su habilidad literaria en las distancias cortas. Sólo en tres cuentos del libro aparece en esta ocasión el tema del terrorismo. En Chavales con gorras se muestra el miedo permanente a ser encontrado en un matrimonio de empresarios vascos que debió abandonar su tierra tras las amenazas recibidas. Carne rota, relato encadenado por anadiplosis o repetición de una palabra al final de una secuencia e inicio de la siguiente, compone un mosaico trágico de los momentos vividos por varios personajes en el atentado del 11-M. El vigilante del fiordo, que da título al libro, es un cuento literariamente más complejo donde se mezcla la realidad y la ficción por medio de narración en tercera persona, fragmentos con diálogos dramatizados y secuencias epistolares. El relato muestra el hundimiento psicológico de un funcionario de prisiones cuya madre murió al recoger un paquete bomba que los terroristas de ETA habían enviado para él.
Lengua cansada está narrado en primera persona por un adolescente que en unas vacaciones de verano conoce la bajeza moral y el comportamiento repugnante de su propio padre. La mujer que lloraba en Alonso Martínez está dedicado a José María Merino y pretende entroncar, probablemente sin conseguirlo, con las magníficas historias extrañas y racionalmente inexplicables del gran cuentista castellano. Cierto humor hay en Mártir de la jornada y, sobre todo, en Nardos en la cadera, que narra un encuentro entre dos viudos programado a través de Internet. El libro se cierra con un relato de humor negro en el que el narrador describe su propia muerte y su posterior entierro.
El vigilante del fiordo no tiene tal vez la unidad temática ni la fuerza de denuncia de la injusticia que encontrábamos en Los peces de la amargura, pero confirma la capacidad de Fernando Aramburu para componer notables historias breves sobre temas de diversa índole, ligados a la realidad poliédrica y variada del mundo en que vivimos.
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