Los mutilados. Hermann Ungar. BackList. 2012. 208 páginas.
La
reciente lectura de la novela Los
mutilados me atrapó de tal modo que devoré el libro prácticamente de una
tirada, entre una tarde y una noche lluviosas. Los mutilados fue publicada en 1923 por Hermann Ungar (Boscovice,
Moravia, 1893 – Praga, 1929), un escritor judío, checo de habla alemana, que no
fue demasiado valorado en su tiempo si lo comparamos con otros autores centroeuropeos
de su generación como Hermann Broch, Robert Musil o el propio Franz Kafka. Sólo
Thomas Mann declaró entonces mostrarse impresionado por sus textos. Su muerte
prematura a los 36 años hizo que su producción no fuera muy extensa y que incluya
solamente tres novelas y varias obras de teatro. En los años sesenta, dentro de
una interpretación casi más freudiana que literaria de su obra, Ungar fue en
parte redescubierto en Europa.
Los mutilados había sido publicada en España en
1989 por la editorial Seix Barral. Aquella misma traducción de Ana María de la Fuente es la que el pasado
año 2012 sirvió de base para dos nuevas ediciones del libro, una de la Editorial Siruela
y otra de la colección BackList del grupo Planeta. Esta última, con un prólogo
impecable del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón.
El
principal protagonista de Los mutilados
es Franz Polzer, un empleado de banca preso de su rutina diaria y sus
complejos, marcado por la violencia sufrida en su infancia, con un carácter débil
y desconfiado, obsesionado con el orden y siempre temeroso del contacto carnal
con el cuerpo femenino. Su soledad le lleva a vivir en casa de Frau Porgues,
una viuda voraz y ambiciosa que lo domina y lo encadena a sus deseos. A esa
misma casa va a parar más tarde el lisiado Karl Fanta, amigo de la infancia de
Polzer, procedente de una buena familia y convertido en un paranoico que no se
fía de nadie. Le acompaña un enfermero fornido que fue antes matarife y
carnicero y ahora es un fanático religioso obsesionado con el pecado y su
expiación. Ni siquiera Franz, el hijo adolescente de Kart Fanta, queda al
margen de esa espiral de decadencia patológica. Un conjunto de personajes cínicos
y grotescos que son movidos en general por la ambición del dinero y unos deseos
sexuales obsesivos y morbosos.
Como se dice en la sinopsis de la obra, “codicia, desamparo y sadismo se
combinan en un estilo que mezcla la fuerza del expresionismo y la impasible
lucidez del objetivismo. Delirio grotesco donde el vicio, la vergüenza y la
miseria están por todas partes. Danza macabra o gabinete de espejos de
inspiración neurótica: una verdadera obra maestra”.
Carlos
Bravo Suárez
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