domingo, 13 de octubre de 2013

INFANCIA Y MEDITERRÁNEO

         
Solsticio. José Carlos Llop. RBA LIBROS. 2013. 128 páginas.

Escribe José Carlos Llop (Palma, 1956) al principio de Solsticio que cuando el paraíso desaparece siempre aparece la literatura. El paraíso perdido que describe el escritor mallorquín en este breve y hermoso libro es el de los veranos de su infancia, en los años sesenta, en una batería del ejército español –su padre era militar– situada en una zona alejada y solitaria de la costa insular de Mallorca. A principios del mes de agosto, todos los años, un Simca de color cereza llevaba a la familia a este tranquilo rincón isleño donde el tiempo se paraba en una quietud rutinaria que al pequeño José Carlos le parecía infinita.

Esos veraneos en una isla todavía rural y aún no invadida por las hordas de turistas son recordados en Solsticio desde dos planos literarios y temporales distintos: el del niño que ni siquiera podía sospechar su posterior dedicación a la literatura y el actual escritor que hace pasar el recuerdo de aquellos años felices por el tamiz de su vasta cultura y su exquisita sensibilidad actuales. Porque en ese paisaje arquetípico y primario late la esencia mediterránea que se extiende de Algeciras a Estambul, “de Mallorca a Corfú, pasando por la Sicilia de Lampedusa”. Y ese lugar, curiosamente llamado Betlem, de estíos rutinarios y tranquilas vacaciones, se relaciona con un lejano mundo antiguo y primitivo del que todo procede y con unos paisajes poblados por una pléyade de mitos tanto cristianos como paganos. Son los paisajes de La Biblia y La Odisea, dos libros que aquel niño leía, o le leían, en aquellos días felices y que encarnan en cierto modo la esencia cultural del Mediterráneo.

Pero si en la Biblia la tierra prometida puede ser el premio final a un camino doloroso, en Solsticio la tierra prometida de la infancia es aquello que se pierde de manera inevitable porque la vida va dejando atrás el paraíso, que también dispone de sus ritos de iniciación, sus miedos y su posterior y casi seguro sufrimiento.

Desde el punto de vista narrativo, pocos son los personajes que aparecen en las páginas del libro. Destaca sin duda entre ellos la figura del padre; ordenado, obedecido por todos y profundamente religioso. Pero en ningún momento asoma la menor crítica social a un orden que a los ojos del niño nada ni nadie puede alterar ni mucho menos cuestionar. Sólo en el epílogo, el autor reflexiona brevemente sobre algunas formas casi feudales que han pervivido en las relaciones humanas insulares, de las que culpa a la ausencia de un verdadero siglo XVIII en la historia reciente del país.

La memoria se convierte así en Solsticio en una brillante forma de literatura. Y la literatura de Juan Carlos Llop es, en su sencillez y ritmo, siempre elegante, contenida y armoniosa. Buscando las palabras justas y rememorando un amplio vocabulario ligado a la flora y la fauna del paisaje mítico de la infancia. Pese a lo dicho, no estamos ni mucho menos ante un libro de memorias, tampoco del todo ante una novela. De ambas cosas tiene algo este Solsticio, pero en su brevedad, estilo y elegancia, hay también mucho de lirismo y de poesía.

José Carlos Llop es un escritor que ha cultivado antes la novela, los relatos, el dietario y el verso. Con este libro híbrido transciende lo que de anecdótico y particular pueda tener un periodo de su infancia al que convierte en una rica y sugestiva pieza breve de la mejor literatura. 


Carlos Bravo Suárez

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