Los
castellanos. Jordi Puntí. Xordica Editorial. 2013. 144 páginas.
Jordi Puntí (Manlleu, 1967)
es uno de los escritores más destacados de la literatura catalana actual. Sus
libros de relatos Piel de armadillo y
Animales tristes, y sobre todo su
novela Maletas perdidas, han obtenido
el reconocimiento de crítica y lectores y han sido traducidos a varios idiomas.
Colaborador habitual en diversos medios de comunicación, Puntí ha publicado
recientemente en la editorial aragonesa Xordica su libro Los castellanos, que él mismo ha traducido de su edición original en
catalán.
En Los castellanos, Jordi Puntí recuerda su infancia y primera
adolescencia en Manlleu, una pequeña ciudad industrial de la Cataluña interior
a la que en los años sesenta y setenta del pasado siglo XX llegaron numerosos
emigrantes procedentes del sur de España, que se instalaron en nuevas barriadas
de enormes bloques de pisos y a quienes los autóctonos denominaban genéricamente
como els castellans o los
castellanos. Se los llamaba así más por su condición lingüística que por su
procedencia geográfica, pues en su gran mayoría se trataba de andaluces y
extremeños. Entre los catalanes y los castellanos de Manlleu, y es de suponer
que así ocurrió en muchas otras poblaciones industriales, se produjo en esos
primeros años de encuentro una palpable separación tanto espacial como
psicológica. En el caso de los niños y adolescentes, esa distancia se traducía en
frecuentes peleas y disputas en descampados o cines, o en el diferente uso
temporal de algunos lugares públicos como las piscinas municipales. El autor, que
era un niño catalán en aquel tiempo, sentía una mezcla de recelo y admiración
por aquellos otros chicos “castellanos”, más morenos y atrevidos, que parecían
vivir más libres y mucho menos controlados por sus padres y familiares.
Pero que nadie crea que en Los castellanos se esconden las intenciones
nacionalistas o identitarias tan frecuentes y cansinas de la actualidad
catalana. Bien al contrario, Jordi Puntí realiza un destacado ejercicio de
memoria personal y colectiva que, además de ofrecer casi un documento histórico
de aquellos años, convierte sus recuerdos personales en materia literaria con
su correspondiente pequeña dosis de invención narrativa. Y más teniendo en
cuenta que, como el propio autor se encarga de recalcar, la propia infancia de
uno es siempre una ficción. Y lo es tanto en la memoria que de ella perdura tras
su pérdida como en su misma vivencia en el instante. Más aún en aquellos años
en los que la imaginación infantil se veía modelada por las películas del oeste
de los cines de barrio o por las novelas juveniles de moda.
Los
castellanos es también un relato diacrónico que muestra
los cambios en la ciudad y sus barriadas obreras, desde aquellos años de
emigración del sur de España hasta los tiempos posteriores en que fueron
llegando nuevas gentes procedentes de otras geografías. La desconfianza, a veces
convertida en hostilidad, entre catalanes y castellanos fue en general superada
en poco tiempo, y los degradados barrios que aquellos emigrantes fueron
abandonando en su relativa prosperidad se vieron luego ocupados por los
llamados moros y por otros inmigrantes que llegaban de diferentes lugares del
planeta.
Cada capítulo del libro se
abre con una fotografía en blanco y negro que ilustra acertadamente su
contenido. Todo ello hace que Los
castellanos sea una lectura muy amena, con una prosa directa, sencilla y
muy bien elaborada; muy recomendable para entender mejor aquellos años de
grandes cambios en las sociedades catalana y española.
Carlos Bravo Suárez
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