“No hay cuervos”. John Hart. Editorial
Pàmies. 2014. 448 páginas.
“No hay cuervos” ha sido otra de las gratas sorpresas
entre mis lecturas más recientes. Una acertadísima elección de la pequeña y
selectiva editorial Pàmies que nos ha
dado a conocer una espléndida novela de un escritor hasta ahora completamente desconocido
por estos lares: John Hart (Durham, Carolina del Norte, 1965), autor de cuatro
novelas de gran éxito en Estados Unidos. Dos de ellas, “Down River” y “The Last
Child”, obtuvieron excepcionalmente de manera consecutiva en los años 2008 y
2009 el prestigioso premio Edgar de novela negra. Es justamente “The Last
Child” la que cinco años después de su publicación original en inglés fue
editada por Pàmies el pasado año en nuestro país con el título de “No hay
cuervos” y magnífica traducción de Cristina Alegría. Esperemos que tanto las
dos anteriores como la posterior “Iron House” (2011) sean también publicadas
pronto aquí tras la buena acogida de “No hay cuervos”, hasta ahora la única de
las obras de John Hart que ha sido traducida a nuestro idioma.
“No
hay cuervos” se desarrolla en el Condado de Raven, una zona más o menos rural
del estado de Carolina del Norte. Johnny Merrimon es un niño de trece años que
vive con la obsesión de encontrar a su hermana melliza Alyssa, desaparecida
misteriosamente hace más de un año y a la que busca desesperadamente por el
condado en el que reside, convencido de que aún puede estar viva en manos de
algún secuestrador o pervertido pedófilo. Abandonados por su padre, Johnny vive
con su todavía joven y hermosa madre, quien, protegida por un violento ricachón
local, ha caído en el alcoholismo, el abuso de pastillas y el abandono físico y
mental. También obsesionado con el caso de la desaparición de Alyssa, y
secretamente enamorado de la madre del chico, está el policía Clyde Hunt,
separado de su mujer y en difícil relación con el hijo adolescente que tiene a
su cargo. La desaparición de otra niña del condado, la enigmática muerte por
atropello de un motorista y el fugaz encuentro de Johnny con un extraño
gigantón obsesionado con los cuervos y que parece saber algo sobre Alyssa ponen
a su hermano y al policía Hurt de nuevo en la investigación, cada uno por su
cuenta y a su manera.
Aunque el capítulo inicial del libro puede hacer pensar
en un relato complejo y de difícil lectura, a medida que avanzamos por sus
páginas la novela se hace fácilmente comprensible y va adquiriendo un ritmo
endiablado, que engancha con fuerza al lector y lo envuelve en una hermosa y
apasionante historia con muchas líneas argumentales y un desasosegante suspense
que se mantiene hasta el final. Las más de cuatrocientas páginas del relato son
devoradas una tras otra con una creciente e incontenible avidez.
Novela de iniciación, de abandono precipitado y forzoso
de la infancia por parte del protagonista, algunos críticos han vinculado acertadamente
esta obra con el clásico “Huckleberry Finn” de Mark Twain. Pero sin duda
también puede relacionarse “No hay cuervos” con otras narraciones norteamericanas
más contemporáneas y recientes. Especialmente, y en lo que yo conozco, con “Los
huesos del invierno” y, más todavía, con “La muerte del pequeño Shug”, las dos
novelas –publicadas en nuestro país el pasado año por la editorial Alba y reseñadas
en su momento en esta sección– del también escritor estadounidense Daniel
Woodrell. Tal vez podría decirse que Woodrell carga algo más las tintas en sus
relatos sobre los aspectos más sociales y económicos para mostrar el lado más
pobre y desfavorecido de la sociedad estadounidense, mientras que John Hart,
sin desdeñar lo anterior, busca y consigue crear en “No hay cuervos” una
historia más completa y ambiciosa desde el punto de vista de la narración y la
trama novelesca. En cualquier caso, las tres novelas pueden considerarse como
tres destacados ejemplos de la mejor narrativa norteamericana actual.
Carlos
Bravo Suárez
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