“Siete
casas vacías”. Samanta Schweblin. Páginas de Espuma. 2015. 128 páginas.
Samanta Schweblin
(Buenos Aires, 1978) ha estudiado cine, se formó como escritora en diferentes
talleres literarios bonaerenses y vive hoy transitoriamente en Berlín, como
antes lo hizo, siempre con becas de residencias de escritura, en México, Italia
o China. Con sus dos libros de cuentos, “El núcleo del disturbio” y “Pájaros en
la boca”, y la novela “Distancia de rescate”, había recibido varios premios
literarios que la destacaban como una de las principales promesas de la
literatura actual en lengua española. “Siete casas vacías”, su último libro de
cuentos, ganó el IV Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero y parece
confirmar las expectativas existentes sobre la escritora argentina. El libro ha
sido recientemente editado en España por la magnífica editorial Páginas de
espuma.
“Siete casas vacías” contiene siete cuentos breves. Uno
de ellos, “Un hombre sin suerte”, ya publicado anteriormente, no figuraba entre
los que ganaron el premio Ribera del Duero y sustituye a otro que no era tan
del gusto de la autora. El jurado –del que formaron parte los escritores Pilar
Adón, Jon Bilbao, Guadalupe Nettel, Andrés Neuman y Rodrigo Fresán como
presidente–, valoró en “Siete casas vacías” “la precisión de su estilo, la
indagación en la rareza y el perverso costumbrismo que habita sus envolventes y
deslumbrantes relatos”. Según Rodrigo Fresán, “la narradora es una científica
cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse
loca.” Aunque independientes entre sí, podría decirse que hay algunos elementos
comunes a todos o casi todos estos cuentos. Por un lado, serían las casas, la
presencia de espacios cerrados y bien delimitados de los que los personajes
pueden buscar por momentos salir o escapar aunque no siempre consigan hacerlo.
Por otro, la presencia de unos personajes extraños, solitarios, víctimas de
traumas o pérdidas irreparables, de miedos inconfesables, que transitan entre
los bordes exteriores de la normalidad en clara dirección a la locura, con
extrañas manías y comportamientos extravagantes, que conviven con otros
personajes o con fantasmas del pasado que condicionan y desvirtúan su propio
presente.
“Nada de todo eso” es el relato que abre el libro y
posiblemente el mejor de todos ellos. Cuenta la historia de una madre que, acompañada de su hija, visita casas residenciales de las que se lleva algún
objeto con más valor sentimental que material. En “Mis padres y mis hijos”, el
divorciado narrador se avergüenza por una insólita y extraña presencia de sus
pares y sus hijos ante la llegada a la casa de su exmujer y su nuevo marido. En
“Para siempre en casa”, encontramos a un hombre, perturbado por el pasado, que
tira continuamente la ropa de su hijo a la casa de sus vecinos. “La respiración
cavernaria”, cuya protagonista es una mujer enferma y obsesionada, es el más
largo y claustrofóbico de los relatos, tanto que lo reiterado de la situación vivida
puede llegar a cansar en algún momento al lector. “Cuarenta centímetros
cuadrados” incide en un comportamiento similar en la situación vivida ahora por
la nuera y antes por la suegra, con la casa común como eje del relato. “Un
hombre sin suerte” se aparta un poco de la temática general y nos presenta a
dos hermanas que rivalizan por llamar la atención de los padres; la presencia
de un pederasta, acechando a una de ellas al quedar sola, mantiene la tensión del
relato. Cierra el libro “Salir”, otro cuento con la presencia de la casa y la necesidad no
consumada de una mujer de escapar de ella y de la asfixiante relación que
parece mantener con su marido.
Con una prosa afilada y directa, y también con notables
influencias de escritores estadounidenses como John Carver y otros, Samanta Schweblin
parece llamada a convertirse en un nuevo e importante eslabón de la ya larga y
brillante tradición cuentista hispanoamericana.
Carlos
Bravo Suárez
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