“Un caballero en Moscú” es la
segunda novela del escritor estadounidense Amor Towles (Boston, 1964), graduado
por la Universidad de Yale y doctor en Literatura Inglesa. Su anterior
narración fue “Normas de cortesía” (Salamandra, 2012), que obtuvo un
considerable éxito de crítica y ventas. “Un caballero en Moscú”, que en España
ha sido publicado también por Salamandra con traducción de Gemma Rovira
Ortega, ha vendido ya más de un millón de ejemplares y fue considerado Libro
del Año por The Times y The Sunday Times.
La
novela tiene como personaje principal al conde Aleksander Ilich Rostov, un
refinado y culto noble ruso que no quiso huir del país en 1917 y al que en
1922, y gracias a un sorprendente poema subversivo escrito diez años antes, se
le conmutó la pena de muerte inicial por un insólito exilio interior: su
confinamiento en el hotel moscovita Metropolitan, del que era cliente habitual
y en el que se le obliga a pasar el resto de su vida. En este pequeño
microcosmos transcurren tres décadas de la existencia de Rostov, un verdadero caballero a la
antigua usanza y un buen conocedor de los placeres culinarios y de los
entresijos del hotel, que va a trabajar como miembro del equipo del restaurante
que se dedica a preparar y servir las comidas del prestigioso establecimiento.
Allí conoce a diversos e interesantes personajes y vive, directamente o por
referencias, el devenir del régimen soviético: los cambios producidos por la
revolución, las hambrunas ucranianas y las obligadas colectivizaciones
campesinas, las purgas estalinistas o la muerte del propio Stalin y su
sustitución por Jruschov al frente de la URSS.
Sobre
el extraño y sorprendente papel del conde Rostov en su aislamiento hotelero, el
propio autor del libro ha dicho en una entrevista: “Enseguida descubre que no
merece la pena tomarse en serio a sí mismo. Pide trabajo como camarero en el
restaurante del hotel. Lo irónico es que, al ser aristócrata, se convertirá en
el camarero perfecto porque ha sido educado con modales, habla cinco idiomas y
sabe valorar la gastronomía y los vinos. Experimentará lo gratificante de trabajar
con otras personas: baja de clase pero sube en sensibilidad”.
Además
del claro protagonismo del erudito y educado noble, hay otros interesantes
personajes que lo acompañan en su exilio interior. Destacan sobre todo dos
personajes femeninos a los que vemos transformarse a lo largo del relato: Nina
Kulikova, que aparece en la primera parte de la historia siendo una niña y
reaparece brevemente luego como madre de Sofía, que crece y se convierte a su
vez en un personaje fundamental del último tramo de la narración. Menos cambios
sufre Anna Urbanová (“el sauce”) en sus sucesivas e intermitentes apariciones
en la novela.
Otro
personaje con interés es Miskha, escritor y amigo de la infancia del conde, que
prepara una edición de las cartas de Chéjov y acabará cayendo en desgracia y
represaliado por el régimen soviético. También los diferentes trabajadores del
hotel tienen una presencia continua y algunos diplomáticos extranjeros que se
hospedan en el Metropolitan. Con uno de ellos, un alemán que las estima nulas,
tiene Rostov un debate sobre las aportaciones de Rusia a la cultura universal.
El conde aporta las figuras literarias de Chéjov y Tolstói, con los que “los
rusos hemos colocado los sujetalibros de bronce a ambos extremos del estante de
la narrativa”. También la escena primera del primer acto de “El cascanueces” de
Chaikovski. Y el caviar. Porque al conde el vodka no le gusta.
La
novela, de más de 500 páginas, está magníficamente narrada –en cierto modo a la
antigua usanza y con un encantador y mágico toque vintage– y cuenta una
historia deliciosa, con varias ramificaciones narrativas que vuelven al tronco
común que es Rostov en el hotel. Aunque no exento de crítica al régimen
comunista soviético, cuyas hipocresía y locuras describe con humor, el relato tiene
un tono sutil, amable, irónico y, en ocasiones, muy divertido y jocoso. Una
magnífica muestra de la mejor literatura. Literatura con mayúsculas.
“Un
caballero en Moscú”. Amor Towles. Salamandra. 2018. 510 páginas.
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