domingo, 6 de diciembre de 2020

LÍNEA DE FUEGO


En los últimos años, a este reseñista y lector le entra una cierta pereza cada vez que se publica una nueva novela sobre la Guerra Civil española. Porque puede parecer que es un tema ya agotado, porque la memoria histórica no es únicamente ese periodo –hay otros más cercanos sobre los que se nos invita, sin embargo, con cierto descaro a pasar página– y, sobre todo, porque según quién sea el autor del libro ya se sabe cuál va a ser el tratamiento. Y uno está ya algo cansado de tanto maniqueísmo tópico y simplista.

Pero, si el autor de un libro sobre aquel pavoroso drama colectivo es Arturo Pérez-Reverte, la cosa cambia. Y este lector vence la pereza y sus temores más o menos fundados y se lanza a la lectura de un nuevo libro sobre la Guerra Civil, aunque la novela tenga más de setecientas páginas. Y lo hace porque, al contrario que un buen número de sus colegas, este reseñista considera a Pérez-Reverte un magnífico escritor y, sobre todo, porque lo tiene por persona independiente y alejada de los tópicos imperantes, tan manidos y al uso. Y porque está convencido de que el escritor cartagenero va a abordar el tema con la distancia necesaria y alejado de los habituales prejuicios ideológicos tan cansinos como lastrantes.

Y tras leer el libro comprueba satisfecho que sus expectativas se han cumplido y que ha devorado en pocos días “Línea del fuego”, la última novela de Arturo Pérez-Reverte, en la que se aborda la trascendental Batalla del Ebro de julio de 1938 desde un enfoque abierto y desde los puntos de vista de un elenco equilibrado de personajes que pertenecen a los dos bandos enfrentados.

Como otros libros del autor (en especial, “El Asedio”), “Línea de fuego” es una novela histórica, es decir, un relato inspirado, y muy bien documentado, en sucesos reales, pero con unos personajes y otros elementos narrativos de ficción que, aunque se acerquen a los reales en su verosimilitud, han sido inventados por el novelista. En este caso, el hecho histórico novelado es la Batalla del Ebro, de la que, de los cuatro meses que duró el sangriento combate, se narran solo diez días de aquel caluroso y crucial julio de 1938. Aunque casi todos los lugares geográficos que se citan son reales (El Fayón, Gandesa, etc), la acción se sitúa en la ofensiva republicana sobre el imaginario pueblo de trescientas casas de Castellets del Segre, situado casi en la raya entre las provincias de Zaragoza y Tarragona. La encarnizada ofensiva y defensa, conquista y reconquista de algunos puntos estratégicos del lugar centra la acción bélica de la novela.

Como personajes principales del intenso y documentadísimo relato bélico, el autor elige a ocho combatientes, cuatro de cada bando, que van alternando sus apariciones. Personajes, incluida alguna mujer, de diferentes edades y condiciones, que proceden de lugares diversos y que están allí por muy distintas motivaciones, unos porque son comunistas o falangistas convencidos, otros porque han sido movilizados y obligados a ir al frente por encontrarse en un lugar u otro del país al inicio del conflicto. Alrededor de estos ocho personajes principales, giran unos cuantos más siempre en equilibrado reparto entre ambos bandos, si bien encontramos algunos periodistas extranjeros que cubren la batalla sobre el terreno. Estos personajes principalmente actúan, pero también tienen tiempo para reflexiones e introspecciones de tipo ideológico o incluso sentimental.

Como es habitual en las novelas de Pérez-Reverte, tampoco en esta falta un personaje altoaragonés. En este caso, Saturiano Bescós, un joven de 20 años natural de Sabiñánigo, alto y grande, analfabeto y pastor del Pirineo, excelente tirador, que está con los falangistas porque tanto a él como a otros mozos de la zona los pusieron un día en un camión y los llevaron al frente. 

Pero conviene tal vez poner el énfasis en el enfoque desde el que se cuentan los hechos. Y hay que decir que, aunque obviamente es el autor el que lo selecciona y supervisa todo, son los propios personajes quienes opinan y nos cuentan lo que va sucediendo desde sus propias intervenciones. Y es esa sucesión de relatos desde la perspectiva de cada uno de los personajes, con el salto continuo de unos a otros y de un lado al otro de la trinchera, lo que hace que el libro, a pesar de sus más de setecientas páginas, no se haga largo en absoluto sino todo lo contrario. Además de la minuciosa documentación sobre armamento, vestimenta y múltiples detalles, hay en la novela momentos de todo tipo: dramatismo, humor, aventura, compañerismo, dictadura y control ideológico en los bandos contendientes, sentimientos…

No hay aquí espacio para más pero, en mi opinión, y en este tema y con este autor las habrá variadas y contrapuestas, Arturo Pérez-Reverte ha logrado con “Línea de fuego” una magnífica, y en estos momentos plenamente oportuna, novela sobre nuestro sempiterno y parece que inagotable conflicto civil por excelencia. Una visión que sigue la estela excepcional de antecesores como el gran escritor sevillano Manuel Chaves Nogales y su indispensable “A sangre y fuego”. Y, además, Pérez-Reverte ha puesto por delante en su relato a las personas que a las ideas por las que se enfrentaron.

“Línea de fuego”. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. 2020. 740 páginas.





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