“Primera persona del singular” es el esperado nuevo libro de Haruki Murakami (Kioto, 1949), el más conocido e internacional de los escritores japoneses y eterno aspirante al Premio Nobel de Literatura. Murakami, nacido en Kioto pero residente en Tokio desde hace años, ha publicado más de una veintena de libros entre novelas, libros de relatos y ensayos. Es autor de títulos como “Tokio blues”, “Kafka en la orilla”, “1Q84” o “La muerte del comendador”, por citar solamente cuatro de sus novelas más exitosas. Ahora, acaba de publicarse en España, como siempre en la colección Andanzas de Tusquets, “Primera persona del singular”, su quinto libro de relatos, con traducción del japonés de Juan Francisco González Sánchez.
“Primera persona del singular” está compuesto por ocho narraciones cortas. Todas ellas escritas en primera persona del singular, aunque es el último de sus relatos el que coincide con el título del libro. El narrador, que en la mayor parte de los casos puede identificarse como el propio Murakami, parte siempre de recuerdos anteriores, generalmente de la época de su juventud, y parece más que probable que muchos de ellos sean de carácter autobiográfico. Pero, a partir de estas rememoraciones, crecen unos relatos en los que se mezclan con habilidad la realidad y la fantasía, el mundo consciente y lo onírico, lo verosímil y lo inverosímil. De tal manera, que el mundo de la ficción desborda casi siempre por completo las vivencias personales y reales, que funcionan como punto de partida para activar el juego de la imaginación literaria. Lo autobiográfico desencadena la fantasía, a veces llevada al extremo del surrealismo.
En “Áspera piedra, fría almohada”, el narrador recuerda un fugaz encuentro sexual de juventud con una chica que en el orgasmo grita el nombre de otro hombre y días después le envía un autoeditado libro de tankas (poemas breves japoneses) en los que ella, de la que él nunca volvió a saber, parece invocar su propia muerte. En “Flor y nata”, encontramos otro recuerdo de juventud en el que aparece un anciano que, de manera misteriosa, y tal vez con elementos de la filosofía zen de fondo, hace referencia a la enigmática existencia de un círculo con muchos centros. “Charlie Parker Plays Bossa Nova” tiene como arranque un artículo juvenil del narrador donde hace la crítica musical de un inexistente disco en el que el mítico músico de jazz toca junto a Antonio Carlos Jobim temas brasileños. El desencadenante de “Whit the Beatles” es el recuerdo de una bella compañera de instituto paseando por los pasillos con la carpeta de un elepé del cuarteto de Liverpool pegada a su pecho. Este es el único relato no inédito del libro, pues había sido publicado previamente en “The New Yorker”. “Antología poética de los Yakult Swalows de Tokio” es posiblemente para el lector español el menos interesante de los relatos. En él, Murakami rememora su gran afición al béisbol y su condición de seguidor de un equipo de Tokio que habitualmente perdía casi todos sus partidos. “Carnaval” narra la amistad del autor con la que él mismo llama “la mujer más fea que he visto en mi vida”, con la que comparte su pasión por la música clásica de piano y, sobre todo, por Schumann, cuya pieza preferida de ambos da título al relato. “Primera persona del singular” cierra el libro con una narración diferente, con referencia simbolista final a la presencia de la muerte.
Conocida su condición de melómano, hay también en estos relatos de Murakami bastantes referencias a la música. Al jazz y a la música clásica, por las que siente preferencia, y al pop, con algunas reflexiones sobre la beatlemanía, como fenómeno social que inundó como banda sonora casi permanente la vida de los jóvenes de los sesenta. Pero si algo translucen estos relatos es nostalgia del pasado y de la juventud y la constatación del paso rápido del tiempo que nos lleva a la vejez sin apenas darnos cuenta. Ya en el primer relato queda esto bastante claro: “Resulta enigmático que envejezcamos en lo que dura un parpadeo, que todo parezca tan breve y que no haya marcha atrás, que cada momento sea un paso más hacia la decadencia, la ruina y la extinción”.
Parece evidente que “Primera persona del singular” está muy por debajo de las mejores obras del escritor nipón, pero a mí no me han disgustado estos relatos, que se leen con facilidad, están escritos con una prosa de periodos largos pero siempre elegante y parecen divertimentos literarios construidos a partir de los recuerdos juveniles del autor. Aunque puedan sonar en cierto modo a despedida, o a obligación o compromiso con el exigente mercado editorial, tal vez Murakami aún pueda sorprendernos en el futuro con alguna otra obra de altos vuelos como algunas de las que sobresalen en su dilatada y exitosa carrera como escritor.
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