Las lágrimas de San Lorenzo. Julio Llamazares. Alfaguara. 2013. 200
páginas.
En este año en que se
cumplen veinticinco de la primera edición de La lluvia amarilla, posiblemente su libro más conocido, Julio
Llamazares (Vegamián, León, 1955) ha publicado Las lágrimas de San Lorenzo, su quinta novela, una narración cuyo
tema principal es el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. Si en aquella
novela elegíaca publicada en 1988, el autor leonés contaba el efecto devastador
de la emigración y la soledad sobre el último habitante del pueblo pirenaico
de Ainielle, símbolo del hundimiento de un mundo rural que la modernidad se estaba
llevando por delante, en Las lágrimas de
San Lorenzo el paso ineludible del tiempo no afecta a un pueblo o a una
persona en un momento determinado de la historia de un país, sino al género
humano en general, a la propia existencia del hombre, siempre efímera y caduca,
y condenada a un final inevitable del que apenas quedará después recuerdo. Así
lo resume Homero en La Ilíada en una
cita que Llamazares repite varias veces en su libro: “Cual la generación de las
hojas, así la de los hombres. / Esparce el viento las hojas por el suelo…”
El protagonista y narrador
del libro es un profesor de 52 años, nacido en Bilbao e hijo de emigrantes
leoneses, que pasó los que en el recuerdo cree los mejores años de su juventud
en Ibiza y que luego ha trabajado en universidades de media Europa enseñando
literatura. Ahora, tras ese periplo incesante, lleva durante unas vacaciones
estivales a su hijo Pedro, de 12 años y de cuya madre está separado, a aquella
idealizada Ibiza para contemplar juntos la lluvia de estrellas fugaces de la
noche San Lorenzo, de la misma manera que él hizo con su padre en una era de un
remoto pueblo de León cuando también era un niño. Durante esa noche especial,
el narrador rememora su viajera vida para concluir por encima de todo en la
trayectoria cíclica de la vida con el hijo convertido en padre y en la
fugacidad del tiempo que todo lo destruye y renueva. Y así, de la experiencia
personal del narrador y de su hijo, el relato deviene existencial para
entroncar a su manera con la visión de muchos de nuestros mejores clásicos como
Séneca, Jorge Manrique o Quevedo. Algo que tan bien resumen estos hermosos
versos de Catulo varias veces citados en el libro: “Los soles pueden ponerse y
salir de nuevo. / Pero para nosotros, cuando esa breve luz se ponga / no habrá
más que una noche eterna / que debe ser dormida”.
Las
lágrimas de San Lorenzo es una novela que combina, con maestría
y equilibrio, reflexión con relato, narración con pensamiento, geografía con
historia, deseo con resignación. Todo ello en una envoltura de solo doscientas
páginas, con una estructura ágil que reparte el contenido en breves capítulos
encabezados, como si fueran estrellas fugaces de esa mágica noche de agosto,
con el epígrafe “otra”. Una novela repleta de madurez y de esencial sabiduría.
Carlos Bravo Suárez
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