“El balcón en invierno”. Luis Landero. Tusquets Editores. 2014. 248 páginas.
Desde su deslumbrante debut
literario con “Juegos del amor tardío” en 1989, Luis Landero (Alburquerque,
1948) se ha consolidado como uno de los narradores más importantes de la
literatura española actual. El escritor extremeño afincado en Madrid acaba de
publicar “El balcón en invierno”, su octava novela, que sucede a la magnífica
“Absolución” que reseñamos aquí hace dos años.
Aunque catalogada y
presentada editorialmente como tal, si atendemos a la ausencia de ficción en la
obra, “El balcón en invierno” no es propiamente una novela. Se trata de un
relato de memorias personales del autor, que evoca algunos momentos de su
infancia y juventud y se remonta en lo posible en el pasado de su familia de
campesinos extremeños. En el primer capítulo, titulado “No más novelas”, el
narrador nos dice que, aunque ha comenzado a escribir una nueva novela cuyo
protagonista va a ser un jubilado, se muestra cansado y algo aburrido ante la
ficción (“¿Es que no ves que hoy casi nadie lee novelas, o al menos novelas
literarias, y que hay placeres y modos de entretenimiento, y ofertas de ocio en
general, más fáciles, baratas e instantáneas, y que tú mismo durante estos
meses te has entregado gustosamente a ellas, como un niño en una tienda de
chuches, feliz quizá sin atreverte a confesarlo?”). Fue al salir al balcón
(“ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo
público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie, ni a
resguardo”) cuando recordó un anochecer de finales de verano de 1964, pocos
meses después de la muerte de su padre, y –como si el balcón a la noche
madrileña fuera la magdalena prusiana que Landero necesitaba para disparar su
memoria– los recuerdos del pasado se precipitan y lo que iba a ser una novela
se convierte en un aluvión de episodios del pasado personal y familiar. Los
recuerdos de una familia –sus padres, sus tres hermanas mayores y él mismo,
único hijo varón del matrimonio– que abandonó el campo extremeño para
instalarse en un piso del barrio de la Prosperidad en Madrid, donde las mujeres
del grupo familiar van a regentar un taller de confección bajo la mirada vigilante
y supervisora del malhumorado padre.
Y así, Landero va recordando
sus años juveniles de zascandil y algo golfillo, sus diversos trabajos poco
duraderos, sus pinitos como guitarrista con el tío Paco y los, tal vez
idealizados, años de la infancia en el campo y el pueblo extremeños, de los que
evoca con nostalgia y emoción una cultura antigua y campesina de raíces
ancestrales que ha sido aniquilada por los nuevos tiempos. Un mundo perdido
para siempre que ya nunca volverá.
Si un personaje adquiere una
relevancia especial en el libro, este es el padre del escritor. Un hombre
severo y amargado, que vive con la esperanza de que sea su vástago el “hombre
de provecho” que él nunca ha podido ser. Sin embargo, la muerte del progenitor
le impide a este ver el cambio experimentado más tarde por el hijo, que recibe
con cierto retraso la llamada del saber, estudia en academias nocturnas, lee
con desordenada avidez y acaba convirtiéndose en profesor y escritor, él, que
procedía de una familia de labradores en la que nunca había habido un solo
libro.
“El balcón en invierno” es
una hermosa narración, evocadora de un mundo rural ya extinguido, con
historias, anécdotas y recuerdos entrañables, contados con la prosa rica y el
estilo primoroso de uno de los mejores escritores de nuestra lengua.
Carlos
Bravo Suárez
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