domingo, 7 de diciembre de 2014

LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA



“La fiesta de la insignificancia”. Milan Kundera. Tusquets Editores. 2014. 144 páginas.
            
Con sus 85 años cumplidos, y tras una ausencia literaria de casi tres lustros, Milan Kundera (Brno, 1929) acaba de publicar una nueva novela titulada “La fiesta de la insignificancia”. Y, aunque deseamos que no sea así, tal vez esta pequeña pero jugosa obra suponga el testamento narrativo del escritor checo, que desde hace años reside en París y posee también la nacionalidad francesa.

“La fiesta de la insignificancia” parece un divertimento literario del todavía lúcido e inspirado Kundera, una burla, una broma, un vodevil, un esperpento, una novela surrealista en la que no se cuenta ninguna historia y cuyos personajes (Alain, Ramón, Calibán, Charles, D’Ardelo) pueden parecer guiñoles, marionetas, caricaturas, seres absurdos y disparatados que dialogan entre sí o inventan a otros personajes en un ambiente algo etéreo e irreal. Todo para elevar al humor al único trono reinante, y convertirlo en la única respuesta posible ante el predominio trágico de la insignificancia y la estupidez humanas.

Si bien la obra literaria de Kundera es en general más bien seria y trascendente, la broma y la risa ya aparecían incluso en los títulos de algunos de sus libros anteriores, aunque en ninguno tiene el humor tanto protagonismo como en “La fiesta de la insignificancia”. Hay un párrafo de esta divertida novela que permite entender perfectamente la intención que el escritor ha querido trasmitir con ella. Ramón, uno de los personajes, afirma lo siguiente: “[…] En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: ‘infinito buen humor’. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”. Unas páginas antes, el mismo personaje asegura: “Comprendimos desde hace mucho que ya no es posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia delante. Solo había una resistencia posible: no tomarlo en serio”.
           
“La fiesta de la insignificancia” empieza con la contemplación de las muchachas que enseñan el ombligo en un parque parisino y con la reflexión sobre la actualidad de esa parte del cuerpo como nuevo reclamo erótico femenino.  Frente a otras partes de la mujer más clásicamente eróticas, como los pechos, los muslos o las nalgas, el triunfo moderno del ombligo significa la pérdida de la individualidad frente a la repetición uniformadora propia del mundo de hoy. Esa falta de diferenciación de los individuos, tan criticada por el escritor checo en los regímenes comunistas, parece haberse extendido también sin remedio al mundo capitalista occidental.
           
Junto a los cinco principales antes citados, otro personaje guiñolesco algo más secundario de la novela es Josef Stalin, centro habitual de la crítica al totalitarismo en Kundera y que aquí se enmarca en el tono general de broma de la narración. De Stalin se cuenta –a través de las memorias de  Kruschev– alguna anécdota de caza y la broma pesada que solía gastarle al pobre Kalinin, que sufría de incontinencia urinaria. Sin embargo, en un insólito rasgo de indulgencia, el gran tirano acabó recompensando a Kalinin poniendo su nombre a una importante ciudad rusa.
           
“La fiesta de la insignificancia” muestra, pese a su carácter bromista, el escepticismo de Kundera y su desencanto al final del camino. Como dice otro de los personajes de la novela, “hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta; eso crea inevitablemente el caos”. Y, frente al caos de la vida y la insignificancia de los humanos, solo caben la bufonada, el humor, la broma y la risa.

Carlos Bravo Suárez
         

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