“El libro de los vicios”. Adam Soboczynsky.
Anagrama. 2013.168 páginas.
Adam Soboczynski (1975) es un escritor y analista cultural
polaco afincado en Alemania que, además de numerosos artículos, ha publicado
tres libros de gran éxito en el país germánico. Dos de ellos han sido
traducidos en los últimos años al español: “El arte de no decir la verdad” y
“El libro de los vicios”,
cuyo título original en alemán equivaldría a “Tiempos
brillantes. Casi una novela”.
“El libro de los vicios” es una mezcla
de ensayo y narración donde el autor, siempre en primera persona, critica con
acidez e ironía algunos aspectos de las actuales sociedades modernas europeas. El
libro se estructura de una manera
original en 29 capítulos breves, en los que se combinan la reflexión crítica
con algunos elementos narrativos de menor extensión. En las anécdotas y
pequeñas historias contadas, se incluyen varios personajes que reaparecen a lo
largo de los capítulos y casi nunca son designados con su nombre de pila, sino
por expresiones como “un amigo que se dedica con éxito a algo
relacionado con la cultura” u otras de ese estilo.
Centro de las críticas de Soboczynski son los nuevos
convencionalismos sociales que hacen, por ejemplo, que las ciudades europeas
sean hoy como clones, en los que todo es previsible, repetido y monótono, y donde
el encuentro con lo inesperado resulte más que improbable. Así, en el segundo
capítulo, “Amabilidad”, el autor cuenta que en una reciente visita a Barcelona,
donde años atrás vivió una experiencia sorprendente, “si no hubiera sido por el
calor y las impertinencias arquitectónicas de Antonio Gaudí, habríamos podido
creer que no habíamos viajado”. “Los tranvías tenían la misma línea elegante
que en nuestra ciudad, en las cafeterías proliferaban los profesionales
autónomos con gafas de pasta gruesa sentados frente a portátiles y lectores
electrónicos, recorriendo las pantallas con el dedo índice con aire misterioso
y mágico. Desde el taxi que tomamos en el aeropuerto divisamos el logotipo de
una tienda de muebles que nos resultó de lo más familiar. Las pequeñas tarjetas
de plástico blancas que han reemplazado a las llaves de los hoteles eran
exactamente iguales a las de Frankfurt, incluso las tazas de váter y los
cuadros de mando del baño eran de la misma marca que los de mi casa”.
En todas
partes impera la misma amabilidad impostada y falsa que identifica al viajero
con el cliente. Todos los lugares se muestran abundantemente iluminados, con
fachadas acristaladas que exponen a todo el mundo a la vista, sin dejar espacio
a las viejas oscuridades más sugerentes y encubridoras de defectos. Si antes
era fácil conocer la marca de los coches, hoy, la dictadura de la moda
aerodinámica hace que todos los modelos parezcan iguales. En todas partes
encontramos gentes de cualquier edad y condición que corren o hacen jogging por
las aceras exponiendo impúdicos sus sudorosas carnes. Víctimas de los cánones
estéticos y esclavos de una férrea autodisciplina ascética, los europeos de hoy
deben controlar desde la borrachera, la alimentación y el tabaco hasta la
manifestación en público del enfado o la cólera. Si el libro se titula “de los
vicios” es porque, según Soboczynski,
estos están siendo desterrados de la modernidad en aras de un ascetismo
tiránico y absurdo.
Así vemos a ese pobre amigo del autor acomplejado
por ser un hombre peludo en una época en que los varones se depilan. O a esa
otra amiga que en su paroxismo antitabaco agrede a un invitado a la
inauguración de su piso porque osa encender en él un cigarrillo. Una sociedad
en la que, en términos metafóricos, lo pornográfico predomina sobre lo erótico. Dice
el autor que “hoy en día tenemos
libertades de forma superficial, ya que nunca en la historia habían existido tantas normas y tantas
leyes" que todo lo regulasen.
Se podrá estar más o menos de acuerdo con las
muchas críticas que vierte Soboczynski
en este “Libro de los vicios”, pero desde luego las formula con elegante
ironía, exquisito ingenio y un impecable y brillante estilo literario.
Carlos Bravo Suárez
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