“El jardín”. Ismael Grasa. Xordica
Editorial. 2014. 150 páginas.
Oscense afincado en Zaragoza, donde
trabaja como profesor de Filosofía, Ismael Grasa (Huesca, 1968) ha publicado
cuatro novelas, un libro de viajes, un ensayo, varios libros de relatos y algunos
poemas. Su última obra, publicada el pasado año por la zaragozana Xordica
Editorial, es “El jardín”, un libro que contiene cinco relatos que, según ha
contado el autor en alguna entrevista reciente, fueron escritos inmediatamente
después de terminar “Trescientos días de sol”, su anterior y magnífico libro de
cuentos también publicado por Xordica en 2007.
Los cinco relatos que componen “El
jardín” son más largos y complejos que los que integraban “Trescientos días de
sol”. Son cuentos que pretenden retratar una realidad cotidiana que puede
resultar insulsa y poco atractiva a los lectores acostumbrados a otro tipo de
literatura. No hay en estas narraciones ningún tipo de trama ni episodios con
cambios de ritmo o abundancia de acción, tampoco finales que las cierren de
manera más o menos concluyente y definitiva. Existen situaciones y acciones
cotidianas -como los trabajos en una granja de cerdos, la matacía de este mismo
animal, la carga y descarga de camiones con objetos viejos o el cuidado de una
piscina y un jardín-, realizadas por personajes carentes de otro heroísmo que
no sea el de sobrevivir en la aburrida y cotidiana rutina, con proyectos
futuros que casi siempre van a quedar aplazados y sin realizar. Como se aplaza también
la conclusión de las relaciones sentimentales entre los personajes. Así ocurre
en el extraño noviazgo entre Víctor y Gladis del relato “Huellas de jabalí”, o
en la relación entre Nora y el narrador en “Reflejo nocturno”. Unos personajes
aparentemente fríos e indecisos, aunque el propio Grasa haya dicho en algún lugar
que esa manera de actuar pueda ser una cierta forma de romanticismo.
También extraño es el principal
personaje de “El vigilante”. Un hombre algo atormentado por tener que hacer el
trabajo de mantener el orden en contra de sus principios morales y formas de
vida anteriores. Celoso cumplidor de su trabajo, es además amante de la Lógica
y amigo de un profesor de matemáticas que lo ha aficionado a la materia. Sin
embargo, nadie valora su disposición y sus aficiones intelectuales y es visto
por los demás como un tonto del que todos parecen reírse.
En el primero y en el último de los relatos aparece
el tema del proselitismo religioso y de la dicotomía entre el bien y el mal a
la se intenta someter a los dos jóvenes protagonistas de ambos cuentos. En “Instrucciones
de verano”, un adolescente, disciplinado y buen estudiante, es prácticamente
acosado por unos empleados de un almacén donde se compran objetos viejos que le
insisten en hablarle de Dios y en que debe obrar el bien y figurar entre los
buenos. En “El jardín” –cuento que cierra el libro y le da título–, es el joven
narrador del relato, al que han contratado para que cuide el jardín de una casa
en Garrapinillos, quien recibe continuas observaciones religiosas por parte del
propietario, que cree en la existencia del demonio y teme su cercana presencia.
Relatos extraños y diferentes, nada
convencionales, los que componen este libro de Ismael Grasa. Historias
magníficamente escritas que presentan personajes minúsculos, aparentemente nada
literarios, que viven una cotidianidad rutinaria y aburrida. Fragmentos o
secuencias de vidas grises convertidas en una literatura excepcional y
diferente.
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