Si hace unas semanas escribí en esta sección que la novela Ru, de la vietnamita Kim Thúy, había sido una de las revelaciones literarias del pasado año, lo mismo, o tal vez más, podemos decir de Ilustrado, el tan alabado debut literario del escritor filipino Miguel Syjuco (Manila, 1976). Syjuco y Thúy tienen algunas semejanzas biográficas. Ambos proceden de dos países del sudeste asiático y residen en la actualidad en la ciudad canadiense francófona de Montreal. Tanto Ru como Ilustrado son novelas que tratan sobre la historia reciente de los países de origen de sus respectivos autores, pero con un enfoque y un tratamiento absolutamente diferentes. Si Ru es un alarde de lirismo y austeridad, Ilustrado desborda exuberancia, ambigüedad literaria y profusión de recursos verbales por los cuatro costados.
Los protagonistas de Ilustrado son dos escritores que se buscan y entre quienes se establece un complicado juego de espejos, simetrías y vidas paralelas. Uno, Crispín Salvador, está muerto, asesinado o suicidado, tras una vida ajetreada intensa y viajera. El otro, discípulo y amigo del anterior, desea escribir sobre la vida de Salvador y encontrar el manuscrito de Los puentes malditos, su supuesta gran novela póstuma. Este segundo escritor es Miguel Syjuco, personaje narrativo y alter ego del homónimo autor de Ilustrado.
La novela recorre buena parte de la historia moderna de Filipinas, casi desde su independencia de España hasta nuestros días. El método utilizado se aleja por completo de la novela histórica al uso y resulta bastante moderno y poco convencional. Ilustrado es un verdadero collage literario en el que tienen cabida textos de Syjuco en primera persona, fragmentos de la obra de Crispín Salvador, entrevistas en la prensa del mítico y controvertido escritor, fragmentos de blogs con sus comentarios, e incluso chistes que no siempre resultan del todo graciosos.
Con todo ello se pretende componer un variado mosaico de la sociedad filipina, sobre todo de los años más recientes. Aspecto este de la novela que tal vez escape en parte a la total comprensión del lector español, que, por lo general, desconoce muchos de los entresijos y episodios de la política y la vida filipina de las últimas décadas. El retrato que Syjuco hace de su país de origen resulta crítico y mordaz, trazado con no pocas dosis de ironía.
La novela tiene indudablemente un gran interés, tanto por su contenido como por el uso de tan variados recursos para su composición. Pero ese mismo cóctel literario acaba siendo en parte su principal defecto, pues tal vez no todos sus ingredientes resulten del todo necesarios ni contribuyen de igual modo al resultado final de la mezcla.
Carlos Bravo Suárez
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