viernes, 11 de agosto de 2017

EL VIAJE DE SENDER A RUSIA EN 1933




Coincidiendo con el centenario de la Revolución Rusa de 1917, se ha reeditado en España el libro “Madrid-Moscú. Notas de un viaje, 1933-1934”, en el que Ramón J. Sender narra su estancia de dos meses en la URSS en el año 1933. Las crónicas del viaje fueron publicadas en el periódico progresista “La Libertad”, entre el 27 de mayo y el 13 de octubre de 1933, y sirvieron de base, con algunas modificaciones y ampliaciones, al libro publicado en Madrid en 1934 por el editor Juan Pueyo, con portada del dibujante Sebastián Alfaraz. Ahora, Fórcola Ediciones reedita por primera vez el libro con un espléndido prólogo del profesor José-Carlos Mainer.

En los años 30 del pasado siglo, Sender, que había nacido en 1901, eclosiona como importante periodista y escritor. En 1930 publica su primera y magnífica novela “Imán”, a la que siguen “El verbo se hizo sexo: Teresa de Jesús” y “O.P. (Orden Público)” en 1931 y “Siete domingos rojos” en 1932. Como periodista, en 1925 había narrado de manera destacada el desenlace del llamado crimen de Cuenca para el prestigioso diario “El Sol” y en enero de 1933 publica en “La libertad” una serie de reportajes sobre los sucesos de Casas Viejas, que ese mismo año recogió en su libro “Casas Viejas (Episodio de la lucha de clases)” y que al año siguiente fue publicado, con algunos añadidos y modificaciones, con el renovado y explícito título de “Viaje a la aldea del crimen”.

Es sabido que en esos años Sender se hallaba en un principio muy cercano al pensamiento anarquista y libertario. Fue corresponsal en Madrid de "Solidaridad Obrera", periódico anarcosindicalista y órgano de la CNT, y formó parte del grupo denominado "Espartaco". Sin embargo, en libros como "Viaje a la aldea del crimen" y “Siete domingos rojos”, el escritor parece estar diciendo adiós al anarquismo y saludando a sus nuevos compañeros comunistas. Sender se muestra bastante crítico con la estrategia anarquista, que juzgaba estéril y poco eficaz, y se va aproximando a las posiciones más pragmáticas y organizadas de los comunistas. “Mundo Obrero”, órgano oficial del Partido Comunista de España, reseña bastante favorablemente los artículos de Sender sobre Casas Viejas y el escritor contesta halagado con una carta en la que afirma que “si políticamente no estoy dentro de vuestros cuadros, prácticamente estoy a vuestro lado”. El 11 de febrero de 1933 se constituye en Madrid la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, entre cuyos numerosos firmantes estaba el escritor altoaragonés. El viaje a la URSS durante la primavera-verano de ese mismo año confirma y consolida ese anunciado viraje.

En los años 20 y 30, fueron muchos los periodistas, políticos y escritores españoles que visitaron la nueva URSS, en lo que Ernesto Giménez Caballero denominó irónicamente “las romerías a Rusia”. Ya en 1921, el socialista Fernando de los Ríos escribió a su vuelta las desfavorables impresiones que le causaron las cosas que allí vio. También el anarcosindicalista Ángel Pestaña mostró su decepción en su informe como representante de la CNT. Igualmente crítico fue el excepcional periodista Manuel Chaves Nogales, cuyo libro “La vuelta al mundo en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja” ha sido reeditado recientemente por Libros del Asteroide. Otros volvieron con impresiones más favorables y algunos, como Julio Álvarez del Vayo, manifestaron una gran credulidad y entusiasmo. Aunque en sus crónicas puede entreverse alguna solapada crítica, Sender, que visitó la URSS invitado por la Internacional Comunista, se muestra, como veremos, muy satisfecho y esperanzado con la realidad que encontró en la nueva sociedad soviética.

En su magnífico prólogo a la reciente edición del libro, José-Carlos Mainer resume acertadamente que “la estrategia del narrador de ‘Madrid-Moscú’ es una calculada mezcla de impasibilidad y desparpajo, de curiosidad abierta a los hechos y de dogmatismo en sus presupuestos”. Además de su estancia en la URSS, Sender relata diversas incidencias de su viaje, deteniéndose sobre todo en su itinerario de ida: “Son seis días de viaje –avión, tren, automóvil–, hablando más o menos mal catalán, francés, alemán”. El relato de ese itinerario inicial resulta hoy casi más interesante que la narración, demasiado plana y poco crítica, de su estancia en el país de los soviets.

 Su primera parada es en Barcelona, donde no puede entender el nacionalismo de corte medieval que se ha apoderado de Esquerra y de la ciudad. No me resisto, por su actualidad, a reproducir casi íntegro el párrafo correspondiente: “Estando enterado, como todo español lo está, de la línea ideológica de la autonomía catalana, basta con alguna observación, al parecer fútil, para acabar de situar las cosas en su lugar. Yo no he visto en la Generalidad ni en el Parlamento ningún retrato de Francisco Ferrer, ni siquiera de Pi y Margall, y en cambio me he tropezado dos veces con San Jorge. En el despacho de Macià suenan las campanas de la catedral como debieron sonar en tiempos medievales. Probablemente el edificio es el mismo. Yo no he encontrado el espíritu juvenil de Cataluña en la radio de la Esquerra. He encontrado, sin embargo, dispuestas las cosas como para una reconstrucción escénica de la corte de los condes de Barcelona. Lo que más me ha molestado en todo eso ha sido el espíritu mediocre que revela. Yo admiro y quiero a Cataluña por razones diversas y hasta por sentimientos contraídos en la infancia”.

El auge del nacionalismo va a ser una constante en su periplo por Europa. Eso decepciona a Sender que se lamenta: “la civilización mecánica, el progreso material, influye poco en la mentalidad de las gentes”. En Francia, “el patriotismo pequeñoburgués se nos volvió a ofrecer en distintas ocasiones”. Lo que más le sorprende es la recuperación de la figura “salvadora” de Juana de Arco. Más páginas se dedican a la estancia en Alemania y su capital Berlín. Sender reflexiona sobre la llegada de Hitler al poder y el ascenso del nazismo: “¿No es el fascismo, antes que todo, un supersentimiento fermentado, idealizado en delirio?”. Las perspectivas no pueden ser más pesimistas: “Cuando bajamos en Berlín-Zoo estamos persuadidos de que la guerra está en el ambiente. Es un hecho inevitable. Todos los países lo ven y se preparan. Todos están atentos, sin embargo –y éste es un síntoma mortal–, a desenvolver su política de modo que la responsabilidad histórica no caiga sobre ellos”. En Polonia, donde enseguida advierte que hay muchos curas y monjas y bastantes oficiales del ejército, encuentra la misma vena nacionalista de reivindicaciones territoriales, en un país cuya estructura económica y social considera próxima al feudalismo.

Las impresiones sobre Rusia ya son otro cantar. Aunque, a diferencia de otros compañeros de viaje, Sender no entona La Internacional cuando su tren entra en suelo ruso, sus opiniones sobre la nueva sociedad soviética son aplastantemente favorables y sólo algunas tímidas críticas asoman en las muchas páginas en que narra su estancia en Moscú y otras ciudades soviéticas. Si una crítica hace sobre todo a sus colegas escritores y artistas rusos es que están todavía demasiado occidentalizados, presos de un cierto complejo de inferioridad ante “la burguesía de los países capitalistas”: “Lo más desagradable ha sido encontrarme en el ambiente intelectual una posición servil en relación con la cultura burguesa de Occidente”.

Los aspectos más negativos y preocupantes de la sociedad soviética, que tan bien supieron ver otros viajeros de aquel tiempo, pasan prácticamente desapercibidos a ojos de Sender. O son justificados por las necesidades revolucionarias del momento o no se pone en duda su condición de propaganda burguesa antisoviética. Sólo en las referencias a la situación en Ucrania, con las hambrunas y la resistencia de los campesinos a las colectivizaciones forzosas, buscó Sender otras versiones “por conductos autorizados no oficiosos”.

La presencia de algunos jóvenes vagabundos o de antiguos aristócratas deambulando sucios por las calles moscovitas le genera cierta inquietud. Sobre todo, cuando se da de bruces con un joven ensangrentado que está tirado en la calle y del que los viandantes se alejan con cierta indiferencia al pasar. La respuesta de sus acompañantes rusos, calificando a estos jóvenes de inadaptados, parece acabar convenciendo al escritor.

Tampoco supone para él ninguna preocupación, sino todo lo contrario, la llamada “chistka” o autocrítica que se está realizando en toda la URSS. Sender acepta la explicación oficial que la considera como una nueva arma de la lucha de clases, en la que todos pueden opinar sobre la marcha de la revolución. En ningún momento llega a pensar, o al menos no lo expresa, que sea éste un procedimiento de control que desemboque en las famosas purgas estalinistas. Por cierto, cuando Sender alcanza por única vez a ver a Stalin en uno de los continuos desfiles militares que se celebran en la Plaza Roja, sus impresiones personales sobre el dictador soviético son plenamente favorables y no asoma en su descripción la más mínima crítica.

Casi en lo único en que Sender se atreve a discrepar abiertamente de las disposiciones del partido comunista ruso, adelantándose en muchos años al famoso eurocomunismo de los años setenta, es en que las estrategias para que la revolución comunista triunfe deben ser distintas en cada país y adaptarse a las características económicas de cada uno de ellos. Esas afirmaciones harán que algunos comunistas ortodoxos españoles lleguen a considerar posteriormente a Sender como un peligroso trotskista. 

En su entusiasmo incontenible del momento, Sender se despide de Rusia con una verdadera oda a la ortodoxia y la esperanza revolucionaria: “Ahí queda ese enjambre afanoso de hombres nuevos con la misión abrumadora de edificar otra humanidad […]. Cada vez que claváis el azadón en la estepa tiembla el campo andaluz, se agitan las espigas de Egipto y la vibración llega al cogollo financiero de Nueva York. Cada vez que estalla un barreno en Siberia se estremecen las cajas blindadas de los bancos en Inglaterra, en Alemania, en Francia”.

Ciertamente, la posición de Sender a lo largo de casi todo el libro es políticamente ortodoxa y dogmática y sus constantes loas al régimen soviético llegar a resultar cansinas y algo empalagosas. Menos mal que su prosa siempre fluida y sus ingeniosas y ágiles observaciones hacen que, pese a todo, la lectura del libro acabe resultando amena y hasta a ratos divertida. Incluso podría convenirse con José-Carlos Mainer que, leídas a la luz de su trayectoria posterior, “las páginas febriles de ‘Madrid-Moscú’ –más allá de sus cegueras y sus legítimas esperanzas, que de todo hay– son una inmersión de primer orden  en la cenagosa historia del siglo XX”.

Sender se mantuvo próximo a los postulados comunistas durante toda la Guerra Civil española. En su posterior exilio en Estados Unidos se fue alejando de ellos hasta caer en un furibundo anticomunismo. Pero esa ya es otra historia y otro momento de la intensa y fluctuante biografía del gran escritor altoaragonés.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón)


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