Castarlenas
es un despoblado perteneciente al municipio de Graus, del que dista unos
catorce kilómetros. El acceso más rápido a Castarlenas se realiza desde Torres
del Obispo, por una pista de tierra de unos cuatro kilómetros. Hay, al menos,
otros dos caminos para ir de Torres a Castarlenas. Uno, situado más al oeste, y
otro, que se conoce como el camino del Medio. Desde Torres, la pista principal a
Castarlenas se toma en la entrada al pueblo, pero en vez de ir hacia el
interior de la localidad por el Paseo, hay que desviarse hacia La Cruz, en dirección
al cementerio. Antes de llegar al cementerio, encontramos un pilaret dedicado a
San José. Si, en este punto, no continuamos por la pista principal y tomamos un
desvío a la izquierda, subiremos al despoblado por el camino del Medio. Por uno
u otro camino, ir de Torres del Obispo a Castarlenas andando viene a costar
alrededor de una hora.
El
topónimo Castarlenas (Castarllenas en el habla local) procede del término
latino “castro”, que significa “castillo”, y del posiblemente prerromano “liena”,
que significaría “laja” o “losa”. El significado del nombre del lugar sería,
por tanto, “castillo de losas”. Hay una primera referencia histórica a
Castarlenas en un documento del año 1078 en el que el rey Sancho Ramírez dona
este lugar a un tal Gombao Ramón para que lo repueble y construya en él un
castillo. Tal vez esta fortaleza tuviera alguna importancia en la toma de Graus
del año 1085 por parte del monarca aragonés que, para evitar los errores
cometidos por su padre, asfixió la resistencia de los musulmanes usando o
tomando previamente todos los castillos circundantes a la villa. En cualquier
caso, la situación en alto de Castarlenas, y su dominio del valle del Sarrón,
otorgaría un papel estratégico fundamental a este emplazamiento en tiempos
medievales.
En el
año 1970, y después de tres años viviendo solos en el pueblo, el matrimonio
compuesto por José y María, de Casa Rosa, y ya de una edad bastante avanzada,
se fue a vivir a Graus, dejando Castarlenas completamente despoblado. Culminaba
así el abandono del pueblo que se había ido produciendo a lo largo de la década
anterior. Muchos de los vecinos del lugar se trasladaron al vecino Torres del
Obispo y algunos lo hicieron a Graus. Otros, los menos, se fueron a la comarca
de La Litera o a Lérida o Barcelona. El pueblo empezó un rápido proceso de
deterioro y ruina, acelerado por la venta o el robo de las tejas de las casas.
Sólo la majestuosa iglesia parroquial, dedicada a San Pedro Apóstol, se mantuvo
en pie. Y así sigue haciéndolo hasta la fecha, vigilando desde lo alto todo y dibujando
una bella y característica silueta que se divisa, imponente, desde buena parte
de la redolada.
Antes
de pertenecer al municipio de Graus, Castarlenas constituyó municipio con
Barasona, hasta que este quedó anegado por las aguas tras la construcción del
embalse Joaquín Costa, a finales de la década de los años veinte del pasado
siglo. Castarlenas llegó a tener más de veinte casas abiertas y en 1910 tuvo
censados 131 habitantes. Nunca llegó a disponer de luz eléctrica ni de agua
corriente y, pese a su proximidad con Torres del Obispo, tampoco tuvo nunca
carretera asfaltada. Uno de los mayores problemas del lugar fue la escasez de
agua. Había varias balsas y lagares para recoger agua de lluvia y una
fuente-pozo a cierta distancia del pueblo. Esta fuente, que todavía puede
visitarse, tenía unos escalones de piedra y la extracción de agua podía
entrañar cierto peligro. De hecho, siempre se decía, y al parecer era una
noticia cierta, aunque no he logrado averiguar cuándo se produjo, que una niña
se había ahogado en ella tras caer al pozo cuando intentaba sacar agua.
Pese a
todo, Castarlenas no era un pueblo pobre. Tenía, sobre todo, muchos olivos y
una importante producción de aceite. De Castarlenas, procede la gran prensa
aceitera que se halla en el Placeta de la Compañía de Graus. También tenía algo
de viña y bastantes almendros. Además, mientras en otros lugares las almendras
se helaban a menudo, el clima más benigno y soleado del que disfrutaba el
pueblo hacía que estas heladas fueran allí mucho menos frecuentes. Tengo el
recuerdo de mi padre cuando, en mi infancia, subía mucho a Castarlenas con su
camión –decía que tenía que hacer maniobras en algunas curvas– y hacía muchos
“viajes” cargado de olivas y de almendras que llevaba a Graus, al molino de
aceite de la familia Subías, propietaria de “La Farinera”, o a Casa Pallarol,
respectivamente. Consecuencia de ese microclima, casi mediterráneo, que se da
en el lugar, es la abundancia de las puntiagudas “pitas” y de muchos granados en
las laderas que se orientan hacia el mediodía.
Me son
familiares, por haberlos oído mucho desde mi infancia y por la vinculación de
algunas de ellas con mi familia, muchos de los nombres de las casas de
Castarlenas. Aunque puedo dejarme alguna, citaré aquí todas las que recuerdo o
he documentado. Son Casa Amat, Casa Andrés, Casa Barrós, Casa Cortés, Casa
Chacinto, Casa Chaime, Casa Chusepet, Casa Figuera, Casa Guardia, Casa Guarné, Casa
Maruja, Casa Miquel, Casa Paniello, Casa Pascual, Casa Penero, Casa Sarrau,
Casa Rosa, Casa Rivera, Casa Vidal y Casa Viola. Además de La Abadía, que
posiblemente fue en su momento vivienda del cura –cuando lo hubiera, pues
durante bastante tiempo creo que subía allí el de Torres del Obispo– y donde
estuvo también la escuela y la vivienda del maestro, el último de los cuales
creo que se llamaba don Tirso. Las casas Chacinto, Chusepet, Cortés, Figuera, Guarné,
Miquel, Pascual, Penero, Sarrau y Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo.
Amat, Barrós y Rosa se fueron a vivir a Graus.
La
Casa Vidal era la más pudiente de las casas de Castarlenas. En su casa del
pueblo tenían una capilla privada dedicada a San Mamés. También poseían un mas o
casa de campo que se conocía como La Torre Vidal. Cuando dejaron Castarlenas,
los integrantes de la Casa Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo. Se
apellidaban Azlor y eran cinco miembros: los padres (José y Elvira) y tres
hijos (María José, José Vicente y Aurora), que fueron a las escuelas de Torres
del Obispo, donde había un maestro para los chicos y una maestra para las
chicas. Recuerdo la casa de Torres donde vivían y que en el patio tenían una
vaca y vendían leche. Después se fueron a vivir a Secastilla, de donde era la
madre, la señora Elvira, y pasaron a ser conocidos como Marro de Secastilla.
El
lugar de encuentro de la gente de Castarlenas era El Portal, que unía la parte
baja del pueblo con la plaza de arriba y la iglesia. En El Portal, se sentaban
los habitantes del pueblo para charlar y estar frescos; sobre todo, en verano.
Las fiestas mayores del pueblo se celebraban el 17 de agosto en honor a San
Pedro. Duraban tres días, los gastos de los dos primeros días corrían a cargo
de los solteros y los del tercer día los pagaban los casados. Se hacía baile en
las eras y pasacalles por el pueblo. En algunos años, iban orquestas de
Estadilla como La Casino o La Columbia. Para el 13 de mayo se celebraba una
segunda fiesta dedicada a las Santas Reliquias.
Como
todos los pueblos de la zona, los de Castarlenas tenía un mote. Se los llamaba
“mantequeros”. A los de Torres les decían “cebollons”; a los de Pueyo de
Marguillén, “la ballena”; a los de Juseu o Chuseu, “los moros”; a los de Graus,
“guardaus”; y a los de Benabarre, “la guineu”. En general, eran motes cariñosos
que se usaban para hacer bromas entres las gentes de los distintos pueblos.
Todos los habitantes de estos lugares solían reunirse en Graus los lunes, que
era el día de mercado. Los de Castarlenas solían ir en burro o caballería y les
costaba más de dos horas de trayecto la ida y otro tanto la vuelta. Para
comprar o vender animales y para aprovisionarse eran muy importantes las tres
ferias que se realizaban en Graus; sobre todo, la de San Miguel en septiembre.
También recuerdo de niño que, al menos el padre y el hijo de Casa Amat, solían
ir en una burreta a la romería a la ermita de la Virgen de las Ventosas, que se
celebraba el 8 de septiembre.
Tras
su despoblación, el pueblo, o parte de él, fue comprado por sucesivos
propietarios. En los años 80, se rumoreó que se iba a instalar allí un camping.
El supuesto proyecto se quedó en la instalación, a la entrada del lugar, de un
bungalow de madera que aún puede verse a la derecha del camino, medio engullido
por la vegetación. Actualmente, parte del pueblo y muchas de sus tierras son
propiedad de la familia Samaranch, que las utiliza como un extenso coto privado
de caza.
En el
extremo suroriental del pueblo, pueden verse todavía algunos antiguos silos que
parecer datar de época medieval. Se trata de unos depósitos circulares
excavados en la roca. Algunos están cubiertos con un pequeño tejado y casi
todos están tapados por las ruinas caídas y llenos de tierra. Aunque muchos
autores creen que eran para guardar aceite, parece mucho más probable que
estuvieran destinados a almacenar el grano del cereal.
Pero
la joya arquitectónica del pueblo, y único edificio que permanece en pie,
aunque en progresivo y parece que inexorable deterioro, es su iglesia
parroquial dedicada a San Pedro Apóstol, una majestuosa construcción de estilo
gótico-renacentista cuyas dimensiones dan idea del poder económico que tuvo lugar
en otros tiempos. Sobre la imponente nave de ábside poligonal orientado al este,
reforzada con contrafuertes en las esquinas y rematada con una galería de ladrillo
de arcos de medio punto, se levanta una vigorosa y vigilante torre de cuatro
alturas y cinco pisos culminada con un tejadillo octogonal de losa.
Elemento
muy destacado de la iglesia de Castarlenas es su bella portada renacentista, que
todavía se conserva íntegra. En ella, entre otros ornamentos, destacan unos
angelotes gordos y reclinados que portan cornucopias. Esta portada, a la que
cada vez resulta más complicado acceder, tiene muchas similitudes con la de la
iglesia de Torres del Obispo, aunque ésta tiene frontón y un arquitrabe decorado
con guirnaldas. Si bien, tal como se ha
reclamado desde diversas entidades y asociaciones, lo deseable sería
poder salvar la iglesia en su integridad, tal vez fuera más fácil y factible
trasladar la portada, que está construida por piezas que se podrían desmontar y
volver a montar después, a un lugar donde estuviera protegida y pudiera así
evitarse la destrucción que acarrearía el derrumbe de la iglesia sobre ella.
Para
concluir con la iglesia de Castarlenas, hay que decir, en esta publicación
grausina, que parece muy probable que en su construcción participara el maestro
Antonio Orsín, nacido o residente en Graus, cuya intervención en la
construcción de la iglesia parroquial de Laguarres es prácticamente segura al
figurar su firma y la fecha de 1596 en su portada. Este mismo maestro habría
participado en la construcción de la basílica de la Virgen de la Peña de Graus
y en otras iglesias de la zona.
He
querido recordar en este artículo, con cierta nostalgia y no poca tristeza, al
hoy despoblado Castarlenas, que aún llegué a ver habitado y del que conocí, y
aún conozco, a muchos de sus antiguos pobladores. Sirva como homenaje y memoria
de tantos otros lugares de nuestra comarca que perecieron víctimas de la emigración
y el abandono. De Castarlenas, ya solo nos queda en lo alto la bella y
vigilante silueta de su iglesia. El día que ella se desmorone, la ruina y el
abandono se apoderarán por completo del lugar y se extinguirá del todo la
huella de un pueblo que tuvo en otro tiempo un brillante pasado lleno de
esplendor y vida.
(Artículo publicado en El Llibre de las Fiestas de Graus 2021)
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