El
pasado sábado diecisiete miembros del grupo grausino Tardes al Sol realizamos
una excursión a la despoblada localidad de Finestras, en el Montsec, en la zona
más oriental de la Ribagorza aragonesa. A las afueras de Finestras, junto a las
aguas del pantano de Canelles, se encuentra una singular formación geológica de
láminas rocosas, llamada en el lugar “les roques de la Vila”, pero conocida
popularmente como “la muralla china”. Entre las dos líneas de rocas que la
componen se encajona la ermita románica de San Vicente, objetivo final de
nuestra excursión.
La mayor
parte de los excursionistas salimos de Graus a las 7.30 horas y nos dirigimos
en coche hasta Benabarre, donde habíamos quedado con dos participantes de esta
población y otros dos que venían de Barbastro. Desde Benabarre, continuamos por
carretera hasta Estopiñán. A la entrada de esta localidad, tomamos una pista a
la izquierda, que solo pudimos seguir un breve tramo hasta una granja. A partir
de aquí, solo es recomendable para vehículos todoterreno, por lo que aparcamos
nuestros coches y continuamos andando.
Enseguida
conectamos con el PR-HU45 que proviene de Estaña y Caserras del Castillo.
Atravesamos uno de los brazos del pantano de Canelles por el largo puente de
Penavera y continuamos largo rato por pista por las desiertas tierras del
Montsec. Solo un poco antes de Finestras, abandonamos la pista por un sendero a
nuestra derecha que conduce al pueblo pasando por su antigua fuente. Finestras
quedó despoblado en los años cincuenta del pasado siglo, tras la construcción
del embalse de Canelles, que anegó buena parte de sus tierras de cultivo. Las
casas del pueblo, hoy arruinado en su mayor parte, se distribuyen en torno a
una amplia plaza, en cuyo lado oriental se hallan las ruinas de la iglesia
parroquial de Santa María.
Tras
una parada en el pueblo, salimos de él por un sendero que lleva a la ermita de
San Marcos, magnífico mirador de la “muralla china”. Junto a la ermita,
desayunamos y nos hicimos la foto de grupo. Luego, por un sendero más estrecho
y algo más incómodo, primero en bajada y luego en subida, fuimos hasta la
ermita de San Vicente, en plena muralla. Un poco antes de llegar a la
ermita, debemos superar un pequeño paso con una sirga para agarrar las manos y
cuatro escalones de hierro que exigen algo de precaución pero que apenas
entrañan peligro. En la pequeña y restaurada ermita medieval hicimos otra
parada para disfrutar de este enclave excepcional y pintoresco.
Desde
allí, volvimos sobre nuestros pasos y, ya sin pasar por San Marcos, retornamos
al pueblo y desanduvimos la pista, ahora con bastante calor y algo más de
fatiga. Fueron 21 km de recorrido, en casi siete horas con las paradas, y unos
550 m. de desnivel acumulado.
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