viernes, 30 de septiembre de 2011

TRAVESÍA ENTRE VALLES


El pasado domingo realicé una preciosa excursión con el Centro Excursionista de la Ribagorza. Fue una travesía entre los valles de Remuñé y Literola, en el municipio de Benasque. En el llamado Portal de Remuñé, en la confluencia de ambos valles, a algo más de 2800 metros de altura, hicimos esta foto que tiene como hermoso telón de fondo al ibón blanco de Literola y al pico Perdiguero .

jueves, 22 de septiembre de 2011

LAS HERIDAS DEL TIEMPO

El último día antes de mañana. Eduard Márquez. Alianza Editorial. 2011. 160 páginas.

Eduard Márquez (Barcelona, 1960) es un magnífico escritor que ha publicado poesía, literatura para niños, recopilaciones de cuentos y cuatro novelas cortas. Aunque suele escribir sus obras originariamente en catalán, él mismo las traduce al castellano, mostrando así su completo dominio de ambas lenguas. Márquez se caracteriza por su estilo breve, de pocas palabras, con abundancia de elipsis pero con gran densidad de emociones y sentimientos, atendiendo a su idea de que en literatura “menos es más”. Estas premisas se ponen de nuevo de manifiesto en El último día antes de mañana, su libro más reciente.

El último día antes de mañana es una novela ambientada en Barcelona y cuenta una historia dura y triste, que puede leerse en cierta manera como una crónica generacional de aquéllos que, como el autor del libro, están hoy en torno a los cincuenta años de edad. Escrita en primera persona, el relato se estructura a través de una sucesión cronológicamente desordenada de secuencias muy breves. Por medio de ese mosaico de pequeños instantes narrados, se completa la historia de unos personajes que pasan de una severa educación en un colegio religioso -con abusos sexuales por parte de un cura pederasta incluidos- a la explosión de libertad no siempre bien digerida que se vivió tras el final del franquismo. En la Barcelona de aquellos años locos, los personajes viven una difícil iniciación sexual que pretende pasar sin solución de continuidad de nada a todo, un consumo de drogas cuyas consecuencias negativas desconocen y una militancia ciega -sobre todo en el caso de Francesca- en una filosofía punk en buena medida desesperada y autodestructiva. El autor, su amigo Roberto y la bella y frágil Francesca verán rotos sus sueños de libertad y se darán de bruces contra una realidad compleja que les arrebatará de golpe sus ilusiones juveniles.

El último día antes de mañana es una novela de sueños rotos y de pérdidas en el camino, de heridas incurables, de cicatrices y de cenizas en una urna. Los tres personajes pierden sus sueños en el camino de la vida, cada uno a su manera. Querían cambiar la realidad, pero ésta acabó transformándolos a ellos. Las historias de los tres personajes principales son una sucesión de pérdidas que culminan en tragedia. El relato está contado sin concesiones, de manera directa, afilada, brutal a veces, pero nunca exenta de lirismo y poesía. Una historia envuelta por momentos en la música de King Crimson, de Patti Smith o los Sex Pistols, en la poesía profunda de Rilke, Leopardi o Gil de Biedma. Tempus fugit, y la vida nos depara con frecuencia cosas muy distintas de aquellas con las que soñábamos de jóvenes.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 17 de septiembre de 2011

RELIGIÓN Y VIDA SENCILLA

Gilead. Marilynne Robinson. Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores. 267 páginas.

Gilead es el nombre de un pequeño pueblo estadounidense del estado de Iowa, en el Medio Oeste, dentro de lo que frecuentemente se conoce como la América profunda. El topónimo tiene un origen bíblico: en un texto del profeta Jeremías se cita a Galaad -Gilead en su trascripción inglesa- como el lugar donde se halla un bálsamo curativo capaz de preservar la paz y la salvación en los tiempos convulsos. Desde luego, la novela de Marilynne Robinson requiere una lectura reposada y tranquila y produce unos efectos balsámicos en el lector, desgraciadamente poco acostumbrado a este tipo de relatos en la literatura actual.

Marilynne Robinson (1943) es doctora en Literatura inglesa por la universidad de Washington y ha publicado numerosos ensayos e investigaciones en su país. Además, con tan solo tres novelas, ha logrado situarse en un lugar destacado de la narrativa estadounidense de los últimos años. Gilead, que ganó en 2005 el prestigioso premio Pulitzer, es su segunda novela y hasta ahora la única traducida al español, aunque Galaxia Gutemberg anuncia la próxima publicación de Home, el relato más reciente de la escritora norteamericana.

Gilead está narrada en primera persona por el casi anciano reverendo John Ames, un pastor de la iglesia presbiteriana que ejerce su labor religiosa en esa pequeña localidad de Iowa. En realidad, Ames, que procede de una familia de predicadores, escribe todo el texto para su pequeño hijo de siete años, nacido de su relación con su joven esposa con quien, tras enviudar, casó en segundas nupcias. Esa situación familiar le llena de felicidad y le lleva a disfrutar plenamente de los instantes cotidianos de la vida junto a sus seres queridos.

Además, el reverendo Ames relata la apacible y sencilla existencia campestre de la pequeña localidad donde reside y de la que, salvo en un viaje a Kansas que hizo de niño con su padre en busca de la tumba de su abuelo, no ha salido nunca. Sólo la difícil situación por la que atraviesa el hijo del otro pastor metodista del lugar le aleja momentáneamente de su tranquilidad y sosiego. En general, la novela es un canto a la vida sencilla, sin más pretensiones que ejercer la bondad con los otros y buscar la plenitud en las cosas simples y en el hecho mismo de vivir, sin ambiciones materiales ni deseos de riqueza. Puede parecer una pretensión escasa en los tiempos que vivimos, pero tal vez sea éste el camino verdadero que conduce a la felicidad.

Carlos Bravo Suárez

jueves, 8 de septiembre de 2011

SUPERHÉROES DE BARRIO

Caligrafía de los sueños. Juan Marsé. Lumen. 2011. 425 páginas.

Caligrafía de los sueños es la primera novela publicada por Juan Marsé (Barcelona, 1933) después de ganar el Premio Cervantes en 2008. En su nuevo libro, el autor de Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí o El embrujo de Shanghai, se mantiene fiel al estilo y al universo literario que viene desarrollando con maestría desde sus inicios como narrador a principios de los años sesenta del pasado siglo.

Como el propio escritor ha manifestado en alguna entrevista, Caligrafía de los sueños es probablemente su novela más autobiográfica. Ambientada en Barcelona en 1948, está narrada en primera persona por un chico de quince años llamado Mingo, abreviación de Domingo, pero que se hace llamar Ringo, como el famoso pistolero de La diligencia. Ringo es un chico imbuido de ficción, lector de tebeos y aficionado a los cines de barrio de sesión doble, que quiere ser pianista pero al que la pérdida de un dedo acabará inclinando a la literatura.

Por primera vez en su narrativa, Marsé aborda, a través de Ringo, su condición de hijo adoptado. Los padres del chico son dos personajes literariamente bastante logrados; principalmente el padre, al que todos conocen como el Matarratas. Más lo son todavía Vicky y Violeta, madre e hija respectivamente, y el enigmático señor Alonso, que fue jugador en los tiempos gloriosos del club de fútbol Europa. Hay además otros personajes que ya habían aparecido en otras novelas del autor. Incluso el propio joven protagonista tenía un papel muy secundario en Si te dicen que caí.

Marsé traza otra vez un magnífico retrato de la Barcelona de los años cuarenta, con evidentes rescoldos de la aún reciente guerra civil que impregnan buena parte del ambiente familiar del joven Ringo. De nuevo, casi toda la novela transcurre en el barrio del Carmelo, en cuya calle Torrente de las Flores vive el protagonista y donde se encuentra el bar Rosales en que pasa parte de su tiempo, debatiéndose entre sus lecturas y una realidad que poco a poco se abre paso en su mundo adolescente.

En ese último sentido, la novela puede considerarse un relato de iniciación y aprendizaje. La vida, con la vulgar fealdad de aquellos años tristes, irrumpe con fuerza e inesperadas sorpresas en los mundos de evasión en los que el joven vive refugiado. Ese contraste se pone de manifiesto, por ejemplo, en el verdadero origen, nada poético, del nombre de la calle Torrente de las Flores y, sobre todo, en el contenido de la carta final y su nula relación con los hechos que realmente la motivaron. Es, sin embargo, de la realidad prosaica y cotidiana de esos años grises en un barrio periférico barcelonés, desangelado y pobre, y de los personajes que lo habitan, de donde surge casi siempre la convincente literatura de Juan Marsé.

Carlos Bravo Suárez

lunes, 5 de septiembre de 2011

VERANO Y AMOR

Verano y amor. William Trevor. Salamandra. 2011. 218 páginas

Ya octogenario, el escritor irlandés William Trevor (1928) ha publicado la que es probablemente una de las mejores novelas de amor de los últimos tiempos. Verano y amor, editada originalmente en inglés hace dos años, es una espléndida narración ambientada en un pequeño pueblo de la Irlanda rural de mediados del siglo XX. Aunque la relación entre Florian y Ellie es la columna vertebral del relato, éste presenta al lector un magnífico y amplio mosaico de la sociedad irlandesa de aquel tiempo.

La novela transcurre en Rathmoye y sus alrededores, constituidos en buena medida por granjas y casas aisladas, algunas ya abandonadas por sus antiguos dueños. Con una prosa concisa pero muy descriptiva y detallista, William Trevor nos va presentando a algunos de los personajes del pueblo, de los que conocemos, con trazos rápidos pero eficaces, su situación en el presente y los principales aspectos de su pasado. Pronto se va tejiendo una red de relaciones entre algunos de ellos. Principalmente, como se ha dicho, entre Florian y Ellie. Ellie es una joven, criada por las monjas de un orfanato, que fue enviada a trabajar como sirvienta a la casa del granjero Dillaham con quien acabó casándose. Dillahan es un hombre mucho mayor que Ellie que perdió a su mujer y a su hijo en un desgraciado accidente. Florian, cuyos padres artistas han muerto, está en el pueblo para vender su casa y poder emigrar a un país escandinavo. Cuando Ellie y Florian se conocen en los inicios del verano, de inmediato se produce una fuerte atracción entre ellos, aunque con diferente nivel de implicación y objetivos bien distintos. El lector espera con avidez el desenlace, que mantiene la intriga y el suspense de las grandes novelas.

Además de los dos jóvenes protagonistas, otros personajes aparecen bien descritos en la narración. Una mujer que regenta una pensión junto a su hermano y esconde en su pasado una fallida historia de amor que terminó con un aborto clandestino, un hecho traumático en una sociedad tan mediatizada por la religión como la irlandesa. Un hombre que ha perdido la cordura y vive enajenado en el pasado. El propio Dillaham, atrapado por la culpa y por el temor a las habladurías del pueblo. Un pueblo cuya vida conocemos con detalle en las poco más de doscientas páginas del libro: las tareas de la casa, de los comercios, de las granjas, de los bares. Parece prodigioso que con tan pocas pinceladas el autor haya pintado en su relato un cuadro tan completo de ese pequeño universo rural que representa en cierto modo a toda Irlanda.

Y en cuanto a la historia de amor, carece de sentimentalismos superfluos, excesos verbales o aproximaciones cursis al romanticismo. La relación entre los dos amantes se manifiesta también a través de elipsis y significativos silencios. Sin ninguna duda, ésta es una espléndida novela, con méritos suficientes para figurar junto a las mejores narraciones clásicas del género.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 27 de agosto de 2011

EL CURIOSO CASO DEL GENERAL MUR Y SU YERNO FILIPINO

Hace algún tiempo escribí en el Diario del Alto Aragón un largo artículo, publicado en dos entregas, sobre algunos de los personajes más ilustres que a lo largo de la historia han nacido en la villa de Graus. En él mencionaba, casi de pasada y sólo citándolo por su nombre, al militar Esteban Mur Martínez, que vivió entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX y alcanzó el grado de general.

Un tiempo más tarde me abrí un blog donde colgué muchos artículos que había escrito hasta entonces y al que voy sumando los que sigo publicando en la prensa con regularidad. Entre los primeros figuraba el titulado “Algunos grausinos ilustres” al que me acabo de referir. Hace cosa de un año, primero en ese artículo y después en el último añadido al blog en aquel momento, encontré sendos comentarios del señor Victorino Manalo. El primero estaba escrito en inglés y el segundo en un español algo arcaico e inseguro. En ellos, el señor Manalo, que abreviaba su nombre en Ino, me decía que escribía desde Filipinas y me solicitaba amablemente la información de la que yo dispusiera sobre el general Mur Martínez, quien según afirmaba era su tatarabuelo. Llevaba tiempo buscando sin conseguirlo noticias históricas sobre él y se lamentaba de que en su país mucha documentación hubiera sido destruida durante la Segunda Guerra Mundial. En ambos comentarios, el señor Manalo dejaba su dirección de correo electrónico para que yo pudiera ponerme en contacto con él.

Así lo hice, indicándole que debía buscar entre mis papeles las informaciones que tenía sobre el general Mur Martínez, cuya procedencia no recordaba en ese momento, y que en cuanto las encontrara se las enviaría sin dilación. En su respuesta, el señor Manalo me proporcionaba los datos de los que él disponía sobre su tatarabuelo. Me decía que Leonor Mur, hija del general grausino, se había casado en 1893 en Barcelona con su abuelo Felino Cajucom, un filipino natural de la provincia de Nueva Écija que había viajado a España formando parte de un grupo de jóvenes nativos enviados a nuestro país para realizar estudios. Hay que recordar que en aquella época las islas Filipinas eran todavía una de nuestras últimas colonias de ultramar. Como es sabido, el lejano archipiélago asiático y las posesiones americanas de Cuba y Puerto Rico, únicos vestigios del gran imperio español, se perdieron definitivamente en el año 1898.

Al señor Manalo le parecía una cosa maravillosa que un nativo filipino se hubiera casado con una mujer española. La pareja, según me decía, se había trasladado a Filipinas tras su matrimonio en Barcelona. Sin embargo, poco tiempo después, entre 1896 y 1898, se produjo la rebelión isleña contra el dominio español. En esos años, Felino Cajucom se convirtió en uno de los generales del ejército revolucionario filipino que lucharon contra las tropas españolas. Y ahora llegaba la cuestión más importante para el señor Manalo: según creían sus familiares era muy probable que el general Mur hubiera estado en esos años en las Islas Filipinas luchando contra los rebeldes. De ser así, suegro y yerno habrían combatido en bandos enfrentados durante aquel violento conflicto. Y eso era lo que él quería saber con seguridad y para lo que reclamaba mi ayuda y colaboración.

Tras recibir su interesantísimo correo, me puse de inmediato a buscar más a fondo entre mis papeles. Tal y como creía, encontré información sobre el general Mur Martínez en unos apuntes mecanografiados sobre la historia de Graus que hacía unos años me había facilitado el señor Juan José Arenas Gambón. El señor Arenas, que ha muerto hace unos meses y a quien quiero dedicar este artículo en agradecido recuerdo, fue un hombre estudioso, gran conocedor de la historia de Graus y autor de algunos interesantes artículos en varios números de este Llibré de Fiestas. En sus apuntes encontré algo más de dos caras completas de un folio dedicadas al general Mur. Las leí con atención, las escaneé y, por correo electrónico, se las envié al señor Manalo.

En esas informaciones, en resumen, podía leerse que Esteban Mur Martínez había nacido en Graus a mediados del siglo XIX en el seno de una familia humilde. En su casa de nacimiento, sita en el nº 15 de la calle que hoy lleva su nombre, se colocó tiempo atrás una placa en su honor. Como otros muchos en su época, el joven Esteban Mur entró en el ejército para intentar mejorar su situación económica y las escasas expectativas de futuro que le ofrecía su pueblo natal. El joven logró ir ascendiendo trabajosamente en el escalafón militar a lo largo de su dilatada carrera de armas. Su primer destino fue Cataluña, donde participó en algunas escaramuzas contra la guerrilla carlista. Ingresó en el ejército colonial y en 1879 fue enviado a Cuba, logrando allí ascender a capitán. Regresó a España en 1886 y fue destinado nuevamente a Cataluña hasta que en 1896 fue enviado a Filipinas para participar en la guerra contra los rebeldes isleños que se acababa de iniciar. Su destacado papel en algunas acciones militares, que se detallan en las notas citadas, le valió su ascenso a comandante. ¡Las sospechas del señor Victorino Manalo quedaban confirmadas! Su tatarabuelo y su bisabuelo, suegro y yerno uno del otro, habían coincidido en el archipiélago filipino y habían luchado en los dos bandos enfrentados en aquella guerra finisecular.

En los apuntes del señor Arenas se dice que el militar grausino fue repatriado a España desde Filipinas por haber contraído una enfermedad en su larga estancia en aquellas lejanas islas. Es de suponer que su vuelta a nuestro país se produciría en 1898, coincidiendo prácticamente con el final del conflicto y la derrota definitiva del ejército español. Esteban Mur fue destinado de nuevo a Cataluña, donde alternó estancias entre Barcelona y Tarragona. Continuó logrando sucesivos ascensos en el escalafón militar y el 28 de junio de 1928 fue nombrado general de brigada de la primera reserva. Según se recoge en los citados apuntes, su permanencia en activo en el ejército se prolongó durante cuarenta y cinco años, dos meses y dos días.

Por dos esquelas publicadas en el diario “La Vanguardia”, que pude localizar en la hemeroteca digital de dicho periódico barcelonés, sabemos que el general Mur murió en Barcelona el 24 de enero de 1936. En esas notas necrológicas se cita a sus dos hijos Ángel y Leonor y a sus hijos políticos Aurora Serra y Felino Cajucom. Junto a los nombres de Leonor y Felino se añade entre paréntesis la palabra “ausentes”. La esposa del general, Doña María Estaña de Mur, había fallecido también en Barcelona en junio de 1905.

Gracias a la hemeroteca digital del citado diario catalán he podido conocer también otros datos interesantes de la familia. En las notas de sociedad del año 1893 se recogen la graduación de Leonor Mur como concertista de piano en el Liceo de Barcelona y la del joven Felino Cajucom como nuevo licenciado en Derecho. En diciembre de ese mismo año se produjo la boda entre ambos en la ciudad condal, a la que siguió un viaje a París como luna de miel. Ni el señor Victorino Manalo ni yo hemos podido averiguar la fecha exacta de su traslado a Filipinas, pero éste se produciría poco tiempo después, ya que en 1896, cuando se inicia el levantamiento filipino contra la ocupación española, Felino Cajucom Sarena es uno de sus más destacados cabecillas. La rebelión filipina contra los españoles fue encabezada, como es sabido, por las clases más acomodadas de aquella sociedad isleña.

Tras recibir las informaciones sobre su tatarabuelo, el señor Manalo me contestó muy agradecido y satisfecho por tener la confirmación definitiva de que sus dos antepasados habían tomado parte en la guerra filipina en los dos bandos enfrentados, como él y su familia sospechaban desde hacía un tiempo. En su correo de respuesta añadía otra información según la cual sus padres creían que, en pleno conflicto, el general Felino Cajucom había tenido que pedir permiso a su suegro para que las tropas españolas dejaran pasar a su mujer y a sus tres hijos que deseaban regresar a España.

Por otros contactos con el señor Manalo hemos reconstruido parte de la historia de su familia en Filipinas. Después de vivir unos años en Barcelona, en una casa de la calle Muntaner, Leonor Mur de Cajucom y sus tres hijos (Alfonso, José y María) volvieron al archipiélago filipino tras la guerra contra España y la posterior invasión estadounidense de las islas. De los tres hijos de Felino y Leonor, Alfonso murió joven, José se casó en Barcelona y María se casó, con gran enfado de su padre que intentó por todos los medios evitar ese enlace, con un primo hermano llamado Antonio Manalo. De ese matrimonio nacieron seis hijos: Felino, Elena, Antonio, Leonor, Basilio y María Julia. Todos se casaron y tuvieron grandes familias, salvo Elena, que se convirtió en monja franciscana. De los seis, sólo Elena y María Julia siguen viviendo en la actualidad.

Basilio Manalo y Cajucom, padre de mi interlocutor Victorino Manalo, fue un gran violinista y un importante profesor de música en Filipinas. Realizó estudios en Estados Unidos, fue profesor en varias universidades filipinas, violinista de la Orquesta Sinfónica de Manila y director de la Orquesta Filarmónica de Filipinas. Murió en 2008. Su hijo, el señor Victorino Manalo, es licenciado en Humanidades y ha realizado estudios en Estados Unidos. Ha sido director del Museo Metropolitano de Manila y recientemente, hace solo unos meses, ha sido nombrado director del Archivo Nacional de Filipinas. Es también un reputado escritor de cuentos y ensayos que ha recibido diversos premios literarios en su país.

Cuando ya dábamos por cerrada esta historia, hace pocas fechas nos llegó un añadido inesperado. La familia Mur, que vive en la casa La Sopa de Graus, me facilitó muy amablemente un retrato del general Esteban Mur Martínez, hecho en Barcelona en 1918. Lo escaneé y se lo mandé al señor Manalo, que lo recibió con gran satisfacción pues su familia no tenía ningún recuerdo gráfico de su lejano antepasado español.

De este episodio, al que tal vez aún podamos añadir algún detalle nuevo en el futuro, pueden extraerse al menos dos conclusiones: que las nuevas tecnologías hacen posibles los contactos más insospechados y que las vidas de algunas personas podrían servir de argumento a una novela. Como se dice con frecuencia, la realidad puede llegar a superar a la ficción. Así ocurrió en el curioso caso del general Mur y su yerno filipino que acabamos de contar en estas líneas.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus de 2011. Ligeramente modificado sobre otro del mismo título publicado en el especial San Lorenzo del pasado año en Diario del Alto Aragón, y puesto en este blog un poco más abajo con algunas ilustraciones más.

Fotografía del general Mur, tomada en Barcelona en 1918.

EL CER Y LOS NOMBRES DE LOS GRANDES PICOS DEL PIRINEO

El Centro Excursionista de la Ribagorza (CER) se congratula de volver a saludar a los grausinos y ribagorzanos desde las páginas de este querido Llibré de Fiestas. En los últimos tiempos, nuestro club ha seguido progresando tanto en la cantidad de actividades organizadas como en su número de socios. Mantenemos un calendario estable de más de veinte excursiones por año y alcanzamos los casi 350 asociados de muy diferentes edades y procedencias geográficas.

Hemos dejado de contar con la colaboración de la Comarca de la Ribagorza, pero hemos encontrado el apoyo del Patronato Municipal de Deportes, al que queremos dar las gracias por su inmediata ayuda tras un momento delicado para nuestro club. También agradecemos a sus trabajadores el tiempo que dedican a organizar con nosotros unas excursiones que cuentan con una participación cada vez más numerosa.

Como en ocasiones anteriores, queremos contribuir con una modesta colaboración a enriquecer, en la medida de lo posible, las páginas de este Llibré. Lo haremos esta vez con unas líneas que tratan sobre los nombres de algunos de los grandes picos de nuestro Pirineo, su posible origen y su significado.

La toponimia es un terreno proceloso y difícil. Es fácil caer tanto en elucubraciones como en interpretaciones demasiado simples. En el caso de los picos del Pirineo, buena parte de sus denominaciones actuales son relativamente recientes. Además, las montañas reciben nombres distintos según desde donde se las mire: desde Francia o desde España, desde un valle o desde el vecino. A esto hay que añadir la obsesión de los pirineístas franceses del siglo XIX por bautizar con sus nombres los picos de una cadena montañosa que recorrían con febril afán descubridor. Por todo ello, estas montañas tienen a veces dos y hasta tres denominaciones diferentes. Nos centraremos en esta colaboración, siguiendo un orden decreciente en su altitud, en seis de los grandes picos de nuestra cordillera pirenaica.

El Aneto, con sus 3404 metros, es el pico más alto de los Pirineos. Sin embargo, tardó algún tiempo en lograr ese reconocimiento. Su posición poco individualizada y no demasiado visible desde la lejanía, hizo que otras cimas fueran consideradas antes como las primeras de la cordillera. En un principio ese honor recayó en Monte Perdido, y más tarde en la Maladeta. Fue el geógrafo francés Henry Reboul quien, en 1817, confirmó la supremacía del Aneto. Y quien le puso el nombre. Consultando los mapas españoles, vio que, en línea recta, el pueblo más próximo al pico era la pequeña localidad de Aneto, en el valle del río Noguera Ribagorzana, casi en la frontera con Cataluña. Por ese motivo denominó a la montaña como pico de Aneto. El nombre hizo fortuna, aunque los franceses pronto lo convirtieron en Néthou. Enseguida surgieron leyendas cuyo protagonista era un ser mitológico homónimo.

La primera ascensión al Aneto se produjo en 1842. La realizaron conjuntamente un antiguo militar ruso de nombre Platón de Tchihatchchieff y un botánico aristócrata francés llamado Albert de Franqueville. Fueron acompañados por otras cuatro personas, contratadas como guías y porteadores. Al llegar al final de su ascensión, vieron que una estrecha y peligrosa arista los separaba de la cima. Fue el ruso quien comparó aquel angosto paso con el estrecho puente, cortante como un sable, que, según escribió Mahoma en "El Corán", sólo los musulmanes justos podrán cruzar para alcanzar el paraíso. Franqueville reprodujo el comentario de su compañero en un librito sin pretensiones que narraba aquella ascensión. El libro tuvo un éxito inesperado y la expresión Puente o Paso de Mahoma se convirtió en nombre propio y parte inseparable de la mitología pirenaica.

La segunda cima de la cordillera es el pico Posets o Llardana (3375 metros). Desde el valle de Chistau se denominaba pico de los Posets, en referencia a los pozos o a las "posetas" (rellanos pastoriles) de sus laderas. Sin embargo, desde los valles más orientales, su nombre era Llardana, es decir "quemado", un término cuya raíz es "lar" o "llar" ("hogar" o "fuego"). El ya citado Henry Reboul adoptó la primera de las denominaciones, que a la postre resultó triunfadora, aunque la segunda va hoy ganando adeptos.

Durante varios años el Monte Perdido (3355 metros) fue considerada la máxima elevación pirenaica. El nombre tiene origen francés y resulta paradójico en España. Desde el sur, su silueta y la de sus dos acompañantes son muy visibles desde muchos lugares. En la toponimia aragonesa, esas tres cumbres fueron siempre las Tres Serols o las Tres Sorores ("las tres hermanas o las tres monjas"). El geógrafo Labaña ya usó el nombre en el siglo XVII, y Lucas Mallada en el XIX. En el XX, Ramón J. Sender tituló así una de sus novelas, e incluso denominó a las sorores Ana, Clara y Pilar. Sin embargo, para los primeros pirineístas galos, con Ramond de Carbonnièrs a la cabeza, se trataba de una montaña alejada y perdida, poco visible desde el norte francés del que ellos procedían, un remoto "mont perdu". Con este nombre aparece ya en el mapa de Aragón de Sánchez Casado de 1898, y su traducción a Monte Perdido ha resultado desde entonces inamovible. Sus cimas compañeras son el Cilindro de Marboré y el pico Añisclo, llamado también Soum de Ramond, en honor a Ramond de Carbonnièrs, proclamado primer conquistador del Mont Perdu en 1787. El francés estaba entonces convencido de haber alcanzado la primera cima pirenaica.

Un tiempo después ese honor fue para la Maladeta (3308 metros). Hasta que en 1816 Fiedrich von Parrot y el mítico guía Pierre Barrau pisaron su cima, desde donde vieron otra cercana de apariencia algo mayor. Era el Aneto. Parece que el nombre Maladeta procede de "mala eta", que significaría "la montaña más alta", y que luego se italianizó en Maladette con el significado de "maldita". Triunfó esta segunda forma y por extensión se denominó Montes Malditos al conjunto de montañas circundantes, y con ese nombre pasaron a los mapas. Parecía una denominación acertada: se trataba de una montaña difícil, casi inaccesible, donde no había pastos ni riqueza, sólo innumerables peligros. En 1824, la montaña hizo honor a su nombre y una grieta de su glaciar se tragó al mítico guía Barrau. No devolvió su cadáver hasta 107 años después, en 1931. Este hecho frenó a sus pretendientes, aterrados por la terrible fama de la montaña maldita, y retrasó por un tiempo la conquista del Aneto.

La toponimia del Vignemale (3298 metros) es complicada. Estrictamente el nombre designa a todo el macizo, compuesto de varias cimas, la mayor de las cuales es el pique Longe. Sin embargo, a veces, usando el todo por la parte, llamamos a esta cima Vignemale. El término se remonta a 1290, cuando en un documento sobre límites se escribe "Vinhe Male". A finales del XIX, los españoles Heredia y Zamora utilizan Villa Mala y Villamana, respectivamente. El significado del término puede derivar de "bigno" ("giba") o "vinia" ("roca") y "mala" (montaña). También aquí el topónimo francés ha desplazado al español. En la vertiente aragonesa, la montaña se llama Comachibosa. Parece un topónimo descriptivo que tal vez venga a significar lo mismo que el término francés.

El nombre de Perdiguero (3222 metros), que ya aparece en el mapa de Labaña del siglo XVII, tiene fundamentalmente dos explicaciones. Como derivado de perdiz, quizás aludiendo a la abundancia en otro tiempo de perdices nivales en sus laderas. O, como parece más probable, por deformación de "pedriguero". Tantas son las piedras de esta montaña que hay quien dice, exagerando se supone, que piedra a piedra podría desmontarse por completo y quedar reducida a la nada.

Bienvenido Mascaray, en sus interesantes libros sobre toponimia ribagorzana, explica algunos de estos nombres como derivados de un idioma ibero-vasco prerromano. Así, el nombre Aneto procedería de "ain-eto" ("altura terrible o pendiente tremenda"); Llardana, de "llarde-da-ana" ("el que está despellejado o desollado"); Maladeta, de "mala-dets-a" ("tierra y piedras arrastradas por un torrente poderoso"); Vignemale o Biñamala, de “b-iñar-mala” (“la fuerza o la potencia de los glaciares”); Perdiguero, de "pertika-ero" ("forma de aguja o conjunto de puntas").

Para terminar estas líneas queremos desear a todos los grausinos y ribagorzanos unas magníficas fiestas mayores.


(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus 2011)

Foto: El Aneto y los Montes Malditos desde el Portillón de Benasque.