Un
buen chico. Javier Gutiérrez. Mondadori. 2012. 140 páginas.
Un buen chico es una novela realmente sorprendente, impactante,
hipnótica desde su primera página y crecientemente perturbadora para el lector
a medida que éste avanza en su lectura. Javier Gutiérrez (Madrid, 1974), que ya
había publicado antes un par de novelas premiadas en editoriales pequeñas, se
revela con este libro –acertada apuesta
de la editorial Mondadori– como un valor emergente de la narrativa española contemporánea.
Un buen chico, de manera extraña y poco frecuente pero con
magníficos resultados literarios, está narrada en segunda persona. El narrador
se dirige directamente a Rubén Polo, un chico de buena familia que en los años
noventa formó un grupo de rock con sus amigos Chino, Nacho y Blanca. Al éxito
musical del grupo se añadieron excesos en el consumo de drogas y pastillas que
llevaron a sus componentes a situaciones violentas e inconfesables, que
supusieron finalmente su separación y marcaron para siempre su futuro.
La
historia comienza con el encuentro casual entre Polo y Blanca en una céntrica
calle madrileña, diez años después de la disolución del grupo musical con el
que vivieron, en aquella añorada década de los noventa, extraordinarios
momentos tanto en lo bueno como en lo malo. Aunque ambos intentan olvidar ese
pasado, éste gravita inevitablemente sobre ellos persiguiéndolos de una manera
implacable.
Aunque,
así resumido, el argumento puede parecer algo tópico y acaso de una novela
juvenil, el tratamiento literario que Javier Gutiérrez da a la historia la
convierte en una narración intensa y de enorme fuerza, que cautiva y atrapa al
lector, casi hasta la angustia, prácticamente desde su inicio hasta la última
página.
Un buen chico está narrada a través de múltiples conversaciones y
pensamientos, con sucesivos saltos temporales en varios escenarios simultáneos,
sin acotaciones que indiquen los personajes que intervienen o el momento en que
suceden los hechos, de manera enormemente ágil y dinámica, como un recurso que
engancha directamente al lector que, sin tener que perder tiempo en referencias
espaciales y temporales innecesarias, reconoce cada acción y a cada personaje
por su propio discurso.
Sin
caer en ningún momento en pretensiones moralistas, la novela cuenta las
consecuencias nocivas que determinados excesos juveniles pueden tener posteriormente,
y cómo no todos sufren de la misma manera esos efectos. Sin duda Polo, que puede
huir a Estados Unidos y trabajar después en el banco de su padre del que tanto
había renegado, sale, a pesar de todo, mucho mejor parado que el desvalido, frágil
e indefenso Nacho. Y no doy más pistas para no estropear al lector el completo disfrute
de esta impactante novela, a cuyo autor habrá que seguir con la mayor atención en
el futuro.
Carlos Bravo Suárez
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