viernes, 31 de julio de 2015

EL DEVENIR DE CATALUÑA



Viví más de veinte años en Cataluña y me fui de ella cansado de la obsesión nacionalista que, en vez de menguar tras la Transición como cabía esperar, iba creciendo y apoderándose de más espacios políticos y sociales hasta hacerse cada vez más asfixiante. La persistente repetición de tópicos maniqueos en la educación y sobre todo en la enseñanza de la historia, y la insistencia en esa línea de TV3 y otro medios oficiales, han ido fomentando entre muchos jóvenes catalanes un sentimiento más o menos antiespañol de fondo. Muchos partidos que no eran nacionalistas en su origen sucumbieron a la ambigüedad y a la excesiva tolerancia con los excesos nacionalistas. Eso ocurrió sobre todo en el antes hegemónico PSC, cuya deriva y falta de proyecto único todavía vemos en casos como los recientemente vividos en Castelldefels y Tarrasa. Buena parte de la izquierda antepuso el nacionalismo a las cuestiones sociales e incluso a la ética frente a los casos de corrupción que en muchas ocasiones esos partidos supuestamente progresistas no hicieron nada por descubrir o incluso han contribuido a tapar. A pesar de ello, y gracias a la valentía de algún partido joven que se ha atrevido sin complejos a mostrar su doble condición española y catalana, es bastante posible que, como indican muchas encuestas y el 9-N pareció corroborar, la sociedad catalana actual no sea todavía mayoritariamente independentista. Por eso, ahora es el momento en que esos sectores deben mostrar claramente sin ambigüedades ni complejos sus posiciones contrarias a la independencia. Desde el resto de España los miramos con expectación y simpatías, pues en sus manos va a estar en buena medida el devenir de su comunidad y el de sus futuras relaciones con las demás comunidades españolas.

Carlos Bravo Suárez

(Texto íntegro enviado a los diarios El País y El Mundo y publicado hoy y el pasado lunes por ambos diarios,  aunque en los dos resumido debido a su extensión)


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