“Lo
que aprendemos de los gatos”. Paloma Díaz-Mas. Anagrama. 2014. 128 páginas.
Nunca he tenido gatos ni conozco por experiencia personal
los hábitos domésticos de estos animales. Sin embargo, he leído con bastante
deleite el libro que Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954) ha dedicado a estos
pequeños felinos. La escritora madrileña, profesora de investigación del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas y durante dieciocho años
profesora de literatura en la Universidad del País Vasco, ha publicado
importantes trabajos sobre la literatura medieval y el romancero, la colección
de cuentos “Nuestro milenio”, los relatos autobiográficos “Una ciudad llamada
Eugenio” y “Como un libro cerrado” y novelas como “El rapto del Santo Grial”,
“El sueño de Venecia” o “La tierra fértil”. Su último libro, editado por
Anagrama el pasado año, es una deliciosa obrita sobre gatos que, además de
permitirnos aprender de y sobre ellos, constituye un brillante divertimento
literario.
“Lo que aprendemos de los gatos” está dividido en dos
partes, tituladas “Un gato” y “Dos gatos”. En la primera, la protagonista es la
gata “Tris-Tras, muerta cuatro meses antes de escribirse el libro; la segunda
está protagonizada por el gato “Tris” y la gata “Tras”, recogidos por la
escritora de una protectora de animales y por lo tanto con un etapa anterior de
más que probable mala vida. En la primera parte, en tono melancólico por su
reciente desaparición, se cuentan los hábitos domésticos de “Tris-Tras” y se contraponen
las cualidades y aptitudes de los gatos con algunos defectos de los humanos.
Sobre todo, con el de la Razón, entendida como “pensamiento”, un lastre de los
seres humanos que, siempre pendientes del peso del pasado o de los deseos y
proyectos del futuro, no sabemos disfrutar del presente. Así lo ve el gato: “Los
seres humanos -piensa el gato- padecen una enfermedad congénita que se llama
Razón [...] La manía de planificar el futuro, de imaginar lo que pasará (que
tal vez no pase nunca), lo que provoca a los humanos un serio déficit de
atención con respecto al presente; pensando en lo que vendrá y tal vez no
venga, los humanos adultos acaban siendo incapaces de percibir lo que tienen
alrededor. Están siempre anticipándose o recordando, pero no prestan ninguna
atención al presente. Van por la vida como sonámbulos, absortos en sus propios
pensamientos y aislados de la realidad.”
Una idea que se repite en la primera parte del libro, y
que incluso se ilustra con la transcripción de un largo cuento narrado en los
zocos de las ciudades del Norte de África, es que en realidad no es el hombre
quien domestica al gato sino al revés. “De todos los animales domésticos, es el
gato el único que no ha sido domesticado por el hombre. No porque siga siendo
salvaje (aunque a veces lo parezca) ni porque no sea capaz de convivir con los
humanos, sino porque no fueron los seres humanos los que domesticaron al gato,
más bien fue el gato el que se domesticó a sí mismo. En otros casos, los humanos
tomaron cachorros de otras especies, los acostumbraron a vivir en su entorno o
los sometieron y doblegaron; pero el gato decidió él solo mudarse a vivir a las
casas de los humanos. Por eso los gatos no tienen amo y la convivencia con
ellos es siempre producto de un pacto, de una negociación, no de una dominación
(si acaso, son los gatos los que dominan a los seres humanos, esos animales
enormes y, no obstante, bastante dóciles.”
En “Lo que aprendemos de los gatos” hay una minuciosa y a
veces casi demasiado prolija descripción de las costumbres y comportamientos de
los tres pequeños felinos protagonistas, arquetipos -se supone- del conjunto de
todos ellos. Y, aun a riesgo de abusar de las citas en la presente reseña, no
puedo evitar terminarla, casi como resumen, con otra tomada del final de esa
pequeña obra sobre gatos que Paloma Díaz-Mas ha escrito con auténtico mimo
literario: “Los gatos son inasequibles a la angustia. Su miedo dura sólo un
momento: el momento en que se produce. El nuestro se prolonga en el tiempo, se
arrastra en recuerdos y se proyecta hacia un futuro desconocido e imprevisible.
Mientras, acomodados en su sillón favorito, los gatos se atusan mutuamente con
largos lengüetazos rosados."
Carlos
Bravo Suarez
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