“El
Reino”. Emmanuel Carrère. Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika. 2015. 520
páginas.
Emmanuel Carrère (París, 1957) es una de la figuras más
destacadas de la literatura francesa actual. Escritor, guionista y director de
cine, Carrère ha publicado en Francia una decena de novelas, las últimas de las
cuales (“El adversario”, “Una novela rusa”, “De vidas ajenas” y “Limónov”) han
sido editadas en nuestro país por Anagrama. En la misma editorial acaba de
aparecer “El Reino”, una aproximación personal y diferente al Nuevo Testamento
y a los primeros tiempos del cristianismo.
El cristianismo, además de una doctrina, una moral o unas
pautas de comportamiento, es también un relato, una historia, una construcción
literaria. En “El Reino”, Emmanuel Carrère se acerca a dos de los principales
relatos del cristianismo primigenio: “El Nuevo Testamento” y “Los Hechos de los
Apóstoles”. Y, de ellos, Carrère deduce que, entre otras cosas, el cristianismo
contiene una historia magnífica y extraña, en muchos aspectos fantasiosa, incomprensible,
casi de ciencia ficción. Sin embargo, constituye un gran interrogante cómo una religión
con elementos tan extraños e inverosímiles tiene aún hoy en todo el mundo
tantos millones de creyentes y seguidores. Examinar ese fenómeno tan increíblemente
extraño es uno de los objetivos de “El Reino”.
En una mezcla de autobiografía, ensayo y literatura de
ficción, Carrère acude a las fuentes bíblicas, a los exégetas y a los estudios
históricos para, con un enfoque que bascula entre lo personal y lo objetivo, trazar
un retrato de los dos principales impulsores y difusores de aquel cristianismo originario:
la figura clave, apasionada, arrolladora y contradictoria de Pablo de Tarso y
el más tibio e intelectual evangelista Lucas. Ninguno de los dos conoció sin
embargo a Jesucristo, pero ambos pusieron los sólidos cimientos del gran
edificio que se empezó a construir entonces. Sólo al final del libro hay algunas
referencias a los evangelios de Juan y Marcos; mientras que en algunos momentos
es Santiago, hermano de Jesús, quien adquiere algo más de protagonismo.
Antes, en la primera parte de la novela y de manera
autobiográfica, Carrère recuerda su época de creyente cristiano, veinte años
atrás, en un momento de crisis, desasosiego e incertidumbre personal. Desde el
presente, y para enlazar con la redacción de su nueva novela, el escritor
francés desempolva los diarios que escribió en su juventud y que tenía ya
olvidados en el fondo de un baúl. Una frase de Mark Twain, citada en el libro,
puede servir para resumir aquel periodo: “La fe es creer en algo que sabemos que
no es verdad”. El propio Carrère, pasado aquel tiempo y ya declaradamente
agnóstico, escribe aproximadamente a mitad de “El Reino”: “No, no creo que
Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos.
Pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me
perturba, me trastorna: no sé qué verbo es más apropiado. Escribo este libro
para no imaginarme que sé mucho más, sin creerlo ya, que los que lo creen, y
que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no abundar en mi punto de
vista”.
A la hora de aproximarse al cristianismo y sus orígenes,
Carrère descarta los extremos y evita caer tanto en aquella fe ciega de su juventud
como en el rechazo completo, según el cual todo el relato del cristianismo consiste
en una sarta de exageraciones y fantasías inventadas. Con un estilo sencillo y
sobrio, que pretende estar en consonancia con una intención literaria sincera y
honesta, Carrère logra construir un libro diferente y personal, que arranca de
su propia experiencia y donde tienen cabida desde sus fantasías pornográficas a
través de internet hasta la comparación de algunas intrigas del primer
cristianismo con las de los primeros comunistas rusos.
Otros escritores (Saramago, Martín Garzo, Menéndez Salmón
o, ahora mismo, Amos Oz con su novela “Judas”) han buscado inspiración
literaria en los textos sagrados del cristianismo. Con “El Reino”, Emmanuel
Carrère ha creado un texto misceláneo y personal enormemente completo y decididamente
sobresaliente.
Carlos
Bravo Suárez
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