MANUEL BESCÓS
MANUEL BESCÓS
JOAQUÍN COSTA
En nuestro presente de móviles
y mensajería digital instantánea, quedan cada vez más lejanos aquellos tiempos
en que la comunicación en la distancia se realizaba sobre todo a través de las cartas
manuscritas. Joaquín Costa (Monzón, 1846
- Graus, 1911) mantuvo una ingente correspondencia epistolar a lo largo
de toda su vida. Gracias al trabajo del hispanista inglés George J. G. Cheyne (1916 – 1990), una parte
de esa correspondencia fue publicada en tres libros a finales del pasado siglo
XX: “Confidencias políticas y personales: Epistolario Joaquín Costa – Manuel
Bescós (1899-1910)” (Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1979), “El don
de consejo: Epistolario de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos (1878-1910)”
(Guara Ediciones, Zaragoza, 1983) y “El renacimiento ideal: Epistolario de
Joaquín Costa y Rafael Altamira (1888-1911)” (Instituto de Cultura Juan
Gil-Albert, Alicante, 1992). Al primero de esos libros, es decir, a la
correspondencia entre los altoaragoneses Joaquín Costa y Manuel Bescós, vamos a
dedicar este artículo. Veamos primero, de manera sucinta, quién fue Manuel
Bescós.
Manuel
Bescós Almudévar nació en Escanilla en 1866. Aunque su familia tenía su
domicilio en Huesca, vino al mundo en esa pequeña localidad sobrarbense porque
su padre dirigía en aquel tiempo las obras de la carretera entre Naval y
Mediano. Don Francisco Bescós era un destacado carlista que acabó exiliándose
en Francia, donde montó un próspero negocio de exportación e importación de
vinos y aceites. El pequeño Manuel pasó en el país vecino los años de la
infancia y después fue enviado a Zaragoza a continuar sus estudios con los
jesuitas. Licenciado en Derecho, Manuel Bescós fue un hombre activo y
emprendedor, ejemplo de una burguesía productiva que históricamente ha sido muy
poco frecuente en nuestra tierra. Como hijo primogénito, heredó los negocios de
su padre, que supo ampliar y reconvertir, y disfrutó de una desahogada
situación económica. En lo político fue un regeneracionista, deseoso de acabar
con el caciquismo y la corrupción política que tanto arraigo tenían en nuestra
provincia. Bescós llegó a ser alcalde de Huesca en 1923. Fue una experiencia
breve y poco feliz, pues dimitió a los cuatro meses de haber ocupado el cargo.
Murió en la capital altoaragonesa en 1928.
Manuel
Bescós fue un hombre con una gran formación cultural y literaria. Viajó por España
y gran parte de Europa y fue un ávido lector, sobre todo de los clásicos, tanto
antiguos como modernos. Dominaba el latín y otros idiomas vivos como el francés, el inglés o el
italiano. Tenía también conocimiento de materias tan diversas como la
filosofía, la medicina, la electricidad, la física o el cine. En lo religioso
se mostró siempre, desde posturas polemistas, irónicas e iconoclastas, como anticlerical
y ateo. Y, de manera menos clara y explícita, como defensor de un vitalismo
entre hedonista y epicúreo, próximo al nietzschismo finisecular tan presente en
algunos autores del Modernismo y el 98. Con el pseudónimo de Silvio Kossti, que
al parecer tomó como homenaje a su admirado Costa, publicó tres libros: “Las
tardes del sanatorio” (1909), “La gran guerra” (1917) y “Epigramas” (1920).
También escribió artículos en diversas publicaciones, entre las que destaca “El
iconoclasta”, que se definía como “semanario radical y anticaciquista” y al que
el propio Bescós, que firmaba en él como Pico de la Mirándola, alude en su
correspondencia con Costa.
Aunque
Bescós era veinte años más joven que Costa, ambos mantuvieron una larga e
inquebrantable amistad. La correspondencia editada por Cheyne abarca desde
septiembre de 1899 hasta agosto de 1910, seis meses antes de la muerte del
ilustre polígrafo en su casa de Graus. Por el contenido de estas cartas, queda
claro que Bescós idolatraba a Costa, al que consideraba su maestro y a quien
mostró siempre una lealtad inmutable al paso del tiempo. La relación epistolar
muestra también una confianza creciente y familiar, dentro de una admiración y
un respeto mutuos y una sincera complicidad en lo político, lo literario y lo
personal.
Cheyne
reunió en su edición de 1979 un total de 108 cartas, de las que 58 son de Costa
a Bescós y 50 del oscense al grausino. Aunque Bescós hacía frecuentes viajes,
salvo una en Barcelona y otra en Zaragoza, todas sus cartas están fechadas en
Huesca. Las primeras de Costa están enviadas desde Madrid, excepto una sellada
en La Solana, en La Mancha, en 1903. A partir del 4 de noviembre de 1904, Costa
escribe ya desde Graus. Sólo dos cartas sucesivas, de noviembre de 1909 y enero
de 1910, están enviadas desde Madrid, pero, a partir de marzo de 1910 y hasta
la última del 13 de agosto de ese mismo año, Costa vuelve a escribir desde
Graus, de donde ya no se va a mover hasta su muerte en febrero de 1911.
Las
primeras cartas tratan sobre el origen, la formación, la estrategia y la caída
de la Unión Nacional, organización y partido político que se creó en 1900 como
consecuencia de la fusión de la Liga Nacional de Productores y las Cámaras de
Comercio. Joaquín Costa presidía entonces la Liga de Productores y Manuel
Bescós, la Cámara de Comercio de Huesca. Como no se conservan cartas
anteriores, todo hace pensar que éste sería el motivo por el que los dos
altoaragoneses comenzaron su relación epistolar, que luego fue derivando hacia
otros y variados temas. En estas primeras cartas, ambos usan los membretes de
las dos organizaciones que presiden. Los dos coinciden en su defensa del
regeneracionismo político y en la lucha contra el caciquismo, que en la
provincia oscense encarna sobre todo Manuel Camo. Costa consideró siempre a
Basilio Paraiso (“el saltimbanquis de Zaragoza que ha sacrificado a su imbécil
personalismo el movimiento nacional”) como el principal culpable del fracaso de
la efímera Unión Nacional.
Terminado
el asunto de la Unión Nacional y el abandono por parte de ambos de los cargos
que ostentaban, Bescós y Costa continúan su relación epistolar, estrechando su
amistad e intercambiando opiniones sobre diversos temas. Bescós es un hombre de
negocios, siempre ocupado, con numerosos viajes por España y el extranjero y
con obligaciones familiares (mujer y seis hijos) a las que atender. Costa se
muestra siempre en mayor o menor soledad, primero en Madrid y luego en Graus,
donde la progresiva enfermedad lo hace cada vez más dependiente de familiares y
amigos. El farmacéutico Agustín Rosell, los hermanos Feliciano y Dámaso Carrera
y Marcelino Gambón son los amigos más citados en estas cartas.
En lo
político, tras la decepción de la Unión Nacional, Bescós y Costa ponen sus
ilusiones en el republicanismo. El oscense sigue el ejemplo de Costa y en mayo
de 1903 escribe a su maestro: “Convencido por la palabra y el ejemplo de usted,
he enviado mi adhesión al comité del censo republicano que funciona en esta capital.
Vencida mi repugnancia instintiva a la política de partidos, me encuentro
satisfecho de haber cumplido mi deber social. Soy pues un republicano más,
dispuesto a ir donde usted me ordene”. En noviembre de 1904 Costa expone a
Bescós sus dudas sobre el republicanismo y en junio de 1907, enfermo y abatido,
hace una excepción a su silencio y contesta a Bescós en estos términos:
“Fracasé; ha fracasado el republicanismo; ha fracasado España. Y no me cumple
ya más sino hacer honor a mi fracaso, doblándole la frente, sometiéndome
decorosamente, sin patalear, a la fatalidad de mi impotencia, ahogar la ira en
el silencio y la oscuridad de este rincón, maldecir a los traidores de
1899-1900 y a los infieles de 1903-1907, llorar los años de vida perdidos en
perseguir una utopía –la resurrección de un cadáver putrefacto–, y expresar a
usted una vez más el testimonio de mi agradecimiento como español por su
concurso de entonces, como por su ofrecimiento y buena memoria de ahora”.
Al
referir a Costa algunos de sus viajes, Bescós hace siempre interesantes
observaciones. El oscense fue testigo presencial de la inauguración del túnel
internacional de Canfranc en 1908, donde estuvo “toda la polilla política que
vive sobre Aragón” y cita a algunos caciques provinciales como Camo y Alvarado.
Al final de la carta, Bescós sentencia con desencanto: “En medio de tanta
garrulería y tanta maldad no nos queda otro recurso que vivir hacia dentro”.
Unos meses antes, Bescós había hecho un viaje por el norte de España del que
cuenta sus impresiones a su amigo retirado en Graus. Entre las cosas que
sorprenden al oscense destaca la abundancia de clérigos en el País Vasco: “Mis
impresiones de viaje en cuanto a Navarra y Vascongadas pueden reducirse a una
sola nota: El Eldorado de los frailes. Los frailes y curas andan tan espesos
que hacen pensar en la plaga de los saltamontes de Egipto. ¿Para qué se
batirían los carlistas navarros y vascos en las pasadas guerras? ¿Qué más
podrían tener con Don Carlos que ahora no tengan?”.
Un
aspecto muy interesante de esta correspondencia son las referencias a los
proyectos literarios y librescos de los dos ilustres altoaragoneses. En abril
de 1901, Costa le pide a Bescós alguna aportación oral o escrita para el debate
“Oligarquía y caciquismo” que se celebra en el Ateneo de Madrid. Bescós, que
como su maestro es furibundo detractor del caciquismo, envía finalmente una
colaboración escrita que se incluyó en la extensa memoria publicada en libro
bajo la redacción y dirección de Costa. En abril de 1909, Manuel Bescós acaba de
publicar “Las tardes del sanatorio” y le manda un ejemplar a Costa pidiéndole
por carta que le dé su opinión sobre el libro: “Mucho temo el juicio de usted,
que tiene derecho a ser severo conmigo”. Costa no tarda en contestar y, en una
magnífica carta de crítica literaria, enjuicia los pros y contras del libro de
su amigo, “un libro que deja adivinar una atrocidad de trabajo de cincel, de
voluntad y de perseverancia, y que no se ha prodigado en vano”.
En
junio de 1910, Manuel Bescós, en una extensa carta, envía a Costa un plan para
una novela conjunta que se titularía “El último tirano”, cuyo argumento y
desarrollo pormenoriza en la misiva. En la primera parte, que transcurriría en
un país imaginario llamado Subpinguinia, “el último tirano” sería un
equivalente al “cirujano de hierro”, que “hará una nación nueva sobre las
ruinas del desastre”. Tras veinticinco años “de recogimiento, de sabia
dictadura y mano de hierro”, que supone la suspensión de las libertades y los derechos
democráticos y el castigo, la cárcel y la obligación de la devolución de lo que
robaron para los corruptos, y siempre bajo la tutela paternal del tirano,
ayudado por “una minoría intelectual y sensata”, surgirían “el país nuevo y la
nueva mentalidad” y se restablecerían “todas las libertades e instituciones de
la civilización europea”. En este esbozo de argumento, no cabe duda de que
Bescós propone una dictadura transitoria que limpie y purifique un país que
alcanzaría luego por fin la modernización y el progreso. En la segunda parte,
más futurista y literaria, la acción se trasladaría a un ámbito
interplanetario, con un argumento de delirantes pretensiones utopistas.
Costa,
enfermo y cansado (“no sé si me entenderá usted; escribo sobre una tabla, desde
una mecedora”) contesta con brevedad y certifica que acumula material para el
proyecto. Solo se conservan luego tres cartas más de Costa y ninguna de Bescós.
Dos son de julio de 1910 y Costa confiesa su imposibilidad de hacerse cargo del
proyecto: “No puedo positivamente hacerme cargo de nada de nadie. Fue una
sandez mía comprometerme a leer y juzgar su plan de “El último tirano”, estando
como estoy, sin poder tenerme ni sentado en mecedora”. Costa reprocha a Bescós
su intromisión literaria (“¿Fue Giner quien le puso a usted ese cascabel?’”) y
concluye, con cierto tono de enfado: “”Escribimos y escribimos como si Jesús
hubiese ordenado ‘Estorbaos los unos a los otros’”
La penúltima
carta de Costa es del 15 de julio de 1910 y muestra la proximidad del fin: “He
resistido, me he rebelado, pero ya hoy decididamente me doy: ¿para qué luchar
más? Mi última crisis ha venido rabiando a acabar de inutilizarme. No me ha
quedado ni una chispa de potencia para el trabajo: se me dobla el cuerpo y
tengo que recogerlo (le redresser) a cada momento con esfuerzo doloroso. En
fin, lo que fuere: el hecho es que estoy arrumbado. ¿Definitivamente? ¿Sin
remedio? Mi pensamiento lo tiene por muy probable aunque me inunde de tristeza el pensar que
etc, etc, etc”. La última carta es del 13 de agosto de 1910 y en ella, además
de insistir en que “está muy fatigado”, Costa da las gracias por el vino y el
agua fresquísima que le han hecho llegar a Graus los hermanos de Bescós.
Joaquín
Costa murió en Graus el 8 de febrero de 1911. Manuel Bescós vivió hasta 1928 y
siguió considerando a Costa como su maestro y un verdadero titán de la cultura
y el pensamiento, al que debían tener como modelo las nuevas generaciones de
españoles.
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