“Sin
tocar el suelo” es la primera novela escrita originalmente en castellano por Jokin
Muñoz (Castejón, Navarra, 1963). Hasta ahora, este autor, licenciado en
Filología Vasca y profesor de instituto, había publicado todos sus libros en
euskera. Entre 1995 y 2008, además de una crónica de un viaje a pie por
Navarra, Muñoz publicó un par de libros de relatos y dos novelas. En 2004 ganó
el Premio Euskadi de Literatura y en 2008 el Premio Nacional de la Crítica de
narrativa en euskera. Todos sus libros han sido traducidos al castellano.
Ahora, tras un largo silencio de casi quince años, ha publicado “Sin tocar el
suelo”, escrita directamente en castellano y editada por Galaxia Gutenberg,
dentro de una serie de libros dirigida por la prestigiosa escritora, historiadora,
filóloga y profesora vizcaína Edurne Portela. Toda una garantía de buen
criterio, valentía política y
sensibilidad literaria.
“Sin
tocar el suelo” es una novela espléndida, original y diferente. Muy bien
escrita y con un contexto social y político abordado con objetividad, realismo
y con el acertado revisionismo histórico, tan necesario como en buena medida
tardío, de un periodo crucial de la reciente historia vasca como fueron los
convulsos años 80 del pasado siglo. Un camino abierto por escritores como
Fernando Aramburu o la propia Edurne Portela entre otros. En esta ocasión, y
eso le da un cierto valor añadido, un libro escrito por un euskaldún, es decir,
un vascohablante, que además ha utilizado originariamente la lengua vasca en su
producción literaria anterior. En cualquier caso, el protagonista de la novela,
que ama el euskera y el castellano, acabará siendo víctima del fanatismo y la
violencia etarra
“Sin
tocar el suelo” tiene como protagonista a Luis Areta, que perdió a sus padres
en un accidente y vive en casa de unas tías, ambas con amplios pisos en los
centros históricos, primero en San Sebastián y luego en Pamplona, a donde va a
estudiar Filología Hispánica. La novela se sitúa en dos planos temporales:
cuando Luis es joven y estudiante y, cuando ya mayor, vive en Madrid con su
pareja Tere, que es abuela de una niña china, llamada Mei, que ha sido adoptada
por su hija. Luis tiene una relación especial con la joven Mei, que es una mala
estudiante pero que está empezando a cantar en un grupo de rock que luego
alcanzará el éxito. En su etapa de estudiante en Pamplona, Luis trabaja en una
ikastola y entra en contacto con los jóvenes abertzales de Jarrai, que flirtean
o directamente abrazan el terrorismo de ETA. Allí Luis conoce a Leire, de la
que se enamora, y a Koldo Gartzia, que fue militante de ETA y ahora, en el
plano temporal posterior de la novela, acaba de ser nombrado diputado foral de
Cultura. Con él, se encuentra ahora Luis para recordar aquellos tiempos que
tuvieron consecuencias tan diferentes en sus vidas.
Para
explicar mejor la novela, no me resisto a transcribir algunas de las palabras
que escribe Edurne Portela en su brillante prólogo: “Cuando leí el manuscrito
de ‘Sin tocar el suelo’, lo primero que pensé es que Jokin Muñoz había escrito
una novela que reflejaba la capacidad de la literatura para reconstruirnos
cuando la vida nos ha roto. Esta novela llena de belleza, ternura y algo de
melancolía es una reflexión sobre el silencio y las secuelas de la violencia,
sobre la transmisión -consciente e inconsciente- de la memoria
intergeneracional, en este caso entre Luis y su nieta Mei, sobre la dimensión
subjetiva de la lengua con la que elegimos comunicarnos, sobre el amor en todas
sus acepciones, sobre el arraigo y el desarraigo, la búsqueda y la huida. Y
sobre la literatura -particularmente la poesía- como la herramienta capaz de
articular todo ello. A través de la vida del joven Luis en San Sebastián y
Pamplona, Jokin Muñoz nos traslada a los años de la violencia, una violencia que
crecía «invisible» porque no éramos capaces de verla, una violencia que
absorbió y destrozó a parte de aquella juventud que en el momento se denominaba
«alegre y combativa». La literatura de Jokin Muñoz se caracteriza por su
capacidad de crear ambientes cargados de ángulos ciegos y de silencios, por
examinar cómo las grandes violencias nos atraviesan y se encarnan en violencias
cotidianas y cómo la complicidad también genera daño. Muñoz escribió con
extrema lucidez sobre estos temas cuando ETA estaba activa. Ahora, diez años
después del fin definitivo de la actividad armada, el autor nos confronta con
la memoria de ese dolor y nos hace ver, una vez más, que el daño no acaba por
decreto y que sus consecuencias siguen vivas mientras siga viva la memoria del
dolor. Y así lo refleja este personaje magnífico que es Luis”.
No
puedo extenderme ya mucho más aquí sobre esta destacable novela que, además de la
memoria de aquellos años de plomo, es una declaración de amor al euskera y al
castellano, a la belleza de la traducción o trasvase de los conceptos poéticos
entre una y otra lengua. Y una demostración de la necesidad de despolitizar las
lenguas para amarlas exentas del componente tóxico de su uso partidista e
ideologizado. Algo que en algunos lugares es aún muy necesario y a lo que
pueden contribuir novelas tan hermosas como esta.
“Sin
tocar el suelo”. Jokin Muñoz. Galaxia Gutenberg. 2022. 216 páginas.
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