En 2009 escribí en estas
mismas páginas un artículo con motivo del centenario de la publicación de “Las
tardes del sanatorio”, el primer libro de Silvio Kossti, pseudónimo literario
de Manuel Bescós Almudévar. En este 2020, se cumple igualmente un siglo de la
aparición de “Epigramas”, el tercer y último libro de Silvio Kossti, terminado
de imprimir el 3 de noviembre en la imprenta de la viuda de Leandro Pérez y publicado
por la madrileña editorial Pueyo a finales de 1920.
Además de algún relato breve y
de diversas colaboraciones periodísticas, Manuel Bescós, siempre con el
pseudónimo de Silvio Kossti, publicó tres libros a lo largo de su vida: “Las
tardes del sanatorio” (1909), “La gran guerra” (1917) y “Epigramas” (1920). Ya
escribí, como he dicho antes, un largo artículo sobre “Las tardes del
sanatorio” hace unos años. “La gran guerra”, dedicado a Jacinto Benavente,
trata sobre la Primera Guerra Mundial y en él Bescós, pese a su republicanismo,
muestra sus simpatías germanófilas frente a los aliados. “Los epigramas” es su
último libro, una obra singular en la que el escritor oscense vierte de manera
personal toda su sabiduría y formación clásica en un conjunto de textos más o
menos breves de contenido variado y misceláneo. Un libro extraño, sin apenas
parangón en la literatura española. Tal vez, como dice Juan-Carlos Ara, un libro “extraviado”. O,
mejor aún, un libro “peregrino” o “bizarro”, al modo valleinclanesco, pues no
hay duda de que otra de las grandes influencias de estos “Epigramas” son los
versos y la prosa de Valle-Inclán, siempre venerado por Bescós. Y que conste
que ninguno de estos adjetivos (extraviado, bizarro, peregrino) resta méritos a
la postrera obra del oscense, sino todo lo contrario.
De los “Epigramas” de Silvio
Kossti tenemos una magnífica edición, supongo que hoy no demasiado fácil de
encontrar, publicada por la editorial Val de Onsera en 1999. Cuenta con un
excepcional prólogo de Juan-Carlos Ara, al que remito a quien quiera saber más
sobre la génesis, las influencias y los contenidos de esta singular obra
literaria. Hay que decir que Bescós acentuó la palabra “epígramas” en la
edición original de su libro, dándole una pronunciación esdrújula. Como ya
hiciera el propio profesor Ara, aquí la devolvemos a su pronunciación habitual
llana y escrita, por tanto, sin tilde.
Ya en 1917, en su libro “La
gran guerra”, Bescós hace referencia a sus “Epigramas” como un libro en
preparación. Según el profesor Ara, la escritura de estos textos abarcaría
desde al año 1906 hasta el mismo 1920. Como indica Carmen Nueno en su artículo
“Aproximación a la vida y obra de Manuel Bescós (Silvio Kossti)” (“Homenaje a
J. Manuel Blecua”, 1986), varios de estos epigramas habían visto la luz en
diversas publicaciones periódicas. Por tanto, hasta la fecha de su publicación
el libro se había ido preparando a fuego lento.
Bescós dedica sus Epigramas a
“su abuelo” Marcial, máximo exponente del género: “En memoria del lejano abuelo
Marco Valerio Marcial de Bílbilis, elegantísimo y cáustico poeta de Roma, bajo
los Césares desde Nerón a Domiciano”. Aunque, como bien indica Ara en este
párrafo que reproduzco de su prólogo, hay otras influencias literarias mucho
más notables que las de Marcial:
“Y es que los ‘Epigramas’ de
Kossti son un libro ‘clásico’ en el sentido modernista –incluso noucentista– de
la palabra, y andan determinados su ideología y fundamentos de construcción
últimos en la senda iniciada por Ernest Renan en sus “Diálogos filosóficos” de
1871. Más que Marcial, estos son los referentes en los que se apoyan la mayoría
de los textos que, de suyo, no son ‘epigramas’ salvo en un sentido laxo: los
citados ‘Diálogos filosóficos’ de Renan,
“La moral de Epicuro y sus relaciones con las doctrinas contemporáneas”
de Jean-Marie Guyau, los ‘Diálogues des amateurs sur les choses du temps’ de
Rémy de Gourmont y, sobre todo, ‘El jardín de Epicuro’ del idolatrado por
Bescós Anatole France. Del libro de France toma Bescós la ironía, el
epicureísmo y el sensualismo refinado y simbolista”.
Además de las elegías a
Joaquín Montestruc, Juan Pedro Barcelona o la famosísima dedicada a Joaquín
Costa que figura en su mausoleo, se pueden rastrear muchas referencias a
personajes reales en el libro. Desde las más evidentes a su hija Blanca hasta las
que parece que dedica a su amigo López Allué. Juan-Carlos Ara enumera a unos
cuantos personajes oscenses en su prólogo e incluso parece seguro que la cueva
de Alí Babá que da título al epigrama LIV se refiere al Casino de Huesca.
En cualquier caso, ya desde el
propio prefacio, su autor no le augura demasiado éxito a su obra: “En cuanto a
ti, pobre libro mío, hora es ya de lanzarte a los vientos de una fortuna
tornadiza e incierta. No tendrás la acogida más que cortés y el éxito clamoroso
de “Las Tardes del Sanatorio”, fruto tempranero de mi primera musa; antes bien,
espero y te auguro la indiferencia y el silencio cuando no la agrura y hieles
de una crítica despiadada”.
Y no tardaron demasiado en
llegar los problemas, pues algunos epigramas algo críticos con la religión
cristiana (“Oh cristianismo romano, religión maloliente”, Ep. XVII) o con la
bandera española (“A un toro bravo se le lleva a la muerte con el engaño de un
trapo rojo. Un trapo rojo y amarillo basta para llevar a la muerte a un
español”, Ep. LXV), así como el paganismo general reinante en el libro, no
sentaron demasiado bien en los ambientes más conservadores de la ciudad. Fue el
epigrama referido a la bandera el que ocasionó que el propio Bescós retirara su
libro de la circulación. Al parecer, por la preocupación que le causaba que
pudiera ocasionar problemas a dos de sus hijos que habían elegido la carrera
militar.
Con motivo de su muerte, el 3
de diciembre de 1928 salió un obituario en el diario “El Sol” referido a Manuel
Bescós. El texto fue redactado casi con total seguridad por el también oscense
Ramón J. Sender, que se encargaba de la sección. Estas son las certeras líneas
que dedica a los Epigramas: […pero hacia 1920 publicó “Epigramas”, dedicado a
Marcial de Bílbilis, bajo cuyos auspicios impertinentes lo sacaba a la calle.
Intercalábanse en el libro poemas de severo corte castellano y de cierta
ternura intelectual al gusto francés, que fueron muy celebrados. Epigramas
alusivos a personajes y hechos de la localidad completaban el libro. Que en
conjunto daba impresión de mordacidad y de melancolía con cierto regusto
clasicista”.
Los Epigramas de Silvio Kossti
(Manuel Bescós) no son un libro de lectura fácil y en algunos aspectos tal vez
hayan resistido mal el paso del tiempo, más cuando hay referencias locales
especificas al momento de su edición, pero también es cierto que muestran la
enorme formación literaria y cultural que atesoraba el prócer oscense. Ya en el
cierre de su prefacio, Bescós deja clara su visión elitista de la cultura y el
arte: “Clara e instintivamente percibo aquella ideal división de la humanidad
en un rebaño incontable de bárbaros y una pequeña selección de helenos. Entre
los últimos, ¡oh dioses inmortales!, permitid que conserve mi encantado
rincón”.
Cien años después de su
publicación, hemos querido recordar aquí ese encantado rincón que Bescós se
construyó a sí mismo con la escritura de sus “Epigramas”, un libro que supuso
el punto final de la carrera literaria de este destacado y singular personaje
oscense.
(ARTÍCULO PUBLICADO HOY EN LA EDICIÓN ESPECIAL DE SAN LORENZO DEL DIARIO DEL ALTO ARAGÓN)
https://www.diariodelaltoaragon.es/Especiales.aspx
http://carlosbravosuarez.blogspot.com/2009/09/cien-anos-de-las-tardes-del-sanatorio.html
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