“El Anticuerpo”. Julio José Ordovás. Anagrama.
2014. 135 páginas.
No es fácil escribir
una reseña de “El Anticuerpo”, la primera novela de Julio José Ordovás
(Zaragoza, 1976). Empezaré diciendo que el libro me ha gustado mucho y que Ordovás
es un magnífico escritor, singular y diferente, que domina como pocos el
lenguaje y los diversos registros literarios. Colaborador en suplementos y
revistas culturales, agudo y penetrante crítico, autor de dos diarios
personales y dos libros de poesía, ahora ha dado otro paso más en su carrera
literaria con la publicación de “El Anticuerpo” en la importante editorial
Anagrama.
Ambientada en los años 80 del pasado siglo XX, “El Anticuerpo”
está escrita en primera persona por un chico que vive con su padre y una tía
suya en un pueblo aragonés no muy alejado del viejo y destruido Belchite. El joven
va conociendo y trabando cierta amistad con algunas personas mayores que él, con
quienes establece un tipo de relación que, en cierta manera, recuerda a las
narradas en obras literarias clásicas como “La isla del tesoro” o “Las aventuras de
Huckleberry Finn”. Estos personajes, a través de los que el narrador
protagonista descubre una nueva y sugestiva realidad, son José Luis, un cura
“progre”, y, sobre todo, Josu, un drogadicto marginal y viejo punk al que
parece hacer referencia el título del libro.
Pero,
aunque transcurra en un pueblo, de ninguna manera es “El anticuerpo” una novela
rural al uso. Todo lo contrario: muchos pasajes de la narración muestran una
acerada dureza que parece más propia de los ambientes urbanos que de los
campestres. Porque, siguiendo el símil cinematográfico extraído de la afición
al western de su padre, el joven narrador, ante las recriminaciones de su tía
por pasar tanto tiempo en la calle, confiesa que, aunque él se consideraba un
piel roja que jamás acataría las normas del hombre blanco, “escuchaba el
murmullo del asfalto como los indios escuchaban el susurro de los ríos” y que
“tanto como a ellos les gustaba el olor del viento purificado por la lluvia de
mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos, a mí me gustaba el olor de
las cloacas”. Tampoco hay nostalgia alguna por la infancia, de la que solo se añoran
aquellos sueños que permitían volar y no respetaban las leyes de la
verosimilitud. Hay, por otro lado, en las páginas del libro, una considerable y
variada presencia de animales. Reales, como los gatos, las moscas o la lechuza
que merodea por la iglesia del pueblo; o figurados, como las urracas, que es
como el narrador denomina a las parlanchinas y chafarderas mujeres del pueblo, siempre
en busca de carnaza para su destructivo cotilleo.
Pero
si algo caracteriza a esta novela es la mezcla que hay en ella de ambientes y
géneros literarios diversos. Lograda y sugerente mixtura de lo juvenil y lo
adulto, lo rural y lo urbano, lo narrativo y lo poético. El relato es en
realidad una sucesión de recuerdos de infancia a los que tal vez falte cierto
ensamblaje narrativo, pero dotado cada uno por sí mismo de la densidad y la fuerza
literaria de un poema redondo. De tal forma que lo que pudiera parecer el punto
débil de la novela puede convertirse, por su carácter original y diferente, precisamente
en su singularidad literaria y su máximo valor.
Y,
desde luego, sobre todas las cosas, destaca la extraordinaria prosa de Julio
José Ordovás, un auténtico escritor de fuste.
Carlos
Bravo Suárez
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