“El
jilguero”. Donna Tartt. Editorial Lumen. 2014. 1.152 páginas.
“El jilguero” está siendo, sin duda, uno de
los libros del año también en España. Las buenas críticas recibidas, la transmisión
boca oreja entre sus lectores y el éxito de las dos obras anteriores de su
autora lo han convertido, a pesar de sus más de mil páginas, en un considerable
éxito de ventas. Ganadora del último Premio Pulitzer, “El jilguero” es la
tercera novela de Donna Tartt (Greenwood, Mississippi, 1963). Antes, la
escritora estadounidense había publicado “El secreto” (1992) y “Juego de niños”
(2002). Entre la aparición de cada una de sus tres novelas, todas muy largas,
media un intervalo temporal de una década. Al contrario que la mayoría de
escritores de éxito actuales, Donna Tartt se toma su tiempo para elaborar y
construir sus narraciones. Y eso parece redundar favorablemente en la calidad
literaria de las mismas.
Más
de mil páginas dan para mucho y el “El jilguero” es un relato denso, pero no
espeso ni aburrido, aunque es verdad que podría haber sido escrito, sin perder
su esencia, con unas cuantas páginas y algunos detalles menos. Sin embargo, la
novela es entretenida y su ritmo atrapa al lector que, al menos en mi caso, no
llega en absoluto extenuado al final de tan largo recorrido. “El jilguero” está
narrado en primera persona por Theo Decker, quien a los doce años pierde a su
madre en un atentado terrorista, del que él logra salir vivo, en el Museo
Metropolitano de Nueva York. Sin nadie que lo reclame, pasa a vivir con una
familia burguesa neoyorquina de uno de cuyos hijos es amigo de colegio. Hasta
que reaparece su padre, alcohólico y jugador, que se lo lleva a Las Vegas con
su nueva mujer Xandra, hortera y drogadicta, polo opuesto a la clase, el estilo
y la cultura de la madre muerta. En Las Vegas, Theo conoce a Boris, hijo de
otro alcohólico que ha vivido en medio mundo, un muchacho sin ningún temor que
se convierte en un personaje clave en la novela. La amistad entre ambos jóvenes,
que comparten drogas, lecturas y algunas fechorías, es uno de los aspectos más
destacados y positivos de un relato que abarca al menos una década y transcurre
principalmente en Nueva York, Las Vegas y Ámsterdam.
Hay
otros personajes interesantes y bien trazados en la obra: la joven Pippa, amor
platónico de Theo y superviviente como él del atentado del museo, la señora
Barbour, exquisita representante de la clase alta neoyorkina, o el bondadoso
anticuario y restaurador Hobie, personaje muy dickensiano en una novela en la
que Dickens es la mayor y más reconocida influencia literaria.
Y,
como hilo conductor del relato, está “El jilguero”, pequeño y delicado cuadro
que el holandés Carel Fabritius pintó en el siglo XVII y que Theo recoge en el
Museo Metropolitano tras la explosión que mata a su madre. Hay, como
corresponde a una buena novela, muchos temas y géneros narrativos en esta
tercera obra de Donna Tartt. Es obviamente un relato de iniciación narrado por
momentos con la emoción y el ritmo trepidante de un thriller, aparecen
extensamente tratados temas como el consumo de drogas o el turbio mundo de las
antigüedades y el tráfico ilegal de obras de arte, asoma también una clara
crítica a un mundo basado sobre todo en las falsas apariencias, se muestra la dolorosa
y cínica contraposición entre el amor que nace de los sentimientos y las
relaciones por interés económico o social, y se entona a lo largo de sus
páginas un bello canto a la amistad que se cierra con una reflexión sobre el
azar y los extraños e inescrutables designios que mueven nuestras vidas. Un
mundo desordenado y caprichoso que no tiene respuesta para muchas de las preguntas
que le formulamos.
No
hay espacio en estas breves líneas para abordar más a fondo otros aspectos de
“El jilguero”, que tal vez no sea la primera obra maestra del siglo XXI como su
promoción proclama, pero que, en cualquier caso y sin ninguna duda, es una
extraordinaria y excepcional novela.
Carlos Bravo Suárez
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