lunes, 1 de septiembre de 2014

LOS JESUITAS DE GRAUS Y LA REVOLUCIÓN DE 1868





Que la presencia histórica de los jesuitas en Graus ha sido determinante y fundamental para la educación de sus habitantes y los de su comarca parece algo fuera de toda duda desde que, gracias al mecenazgo de Esteban de Esmir, en 1651 se construyó en la villa un colegio de la Compañía de Jesús. Pese a ello, la relación de los miembros de esta orden religiosa con la capital ribagorzana ha estado sometida a los mismos vaivenes y avatares vividos por la Compañía en nuestro país a lo largo de su existencia. Haciendo algunas breves referencias al antes y al después, trataré en este artículo sobre la corta estancia de los jesuitas en la población durante el año 1868, cuando en Graus, como en todo el territorio español, estalló la revolución liberal conocida como “La Gloriosa”.

La llegada de los padres jesuitas a nuestra localidad en 1868 se produjo pocos días antes del estallido de la citada revolución. Esta era la tercera vez que la Compañía de Jesús abría su colegio en la villa. Desde aquella lejana fundación en unos terrenos donados por el obispo Esmir a mediados del siglo XVII, la orden había ejercido la enseñanza en Graus sin interrupción hasta su expulsión del territorio español en 1767, bajo el reinado de Carlos III. La Compañía fue restablecida brevemente en nuestro país entre los años 1815 y 1820, y el colegio grausino fue reabierto en 1816. En el libro “Política religiosa de los liberales en el siglo XIX”, de Manuel Revuelta González, publicado por el CSIC en 1973, se hace referencia a una carta enviada por el obispo de Barbastro al rey Fernando VII, fechada el 20 de noviembre de 1817, en la que el prelado manifiesta que le parece increíble que los cuatro jesuitas de Graus (“dos profesos de los venidos de su destierro en Italia, y dos novicios de los que han tomado la ropa nuevamente, uno escolar y otro lego”) fueran capaces de tener abiertas dos aulas de Latinidad con más de sesenta discípulos, y una escuela de primeras letras “de más de ciento y tantos niños”. Cuando la Compañía fue de nuevo expulsada en 1820, la de Graus era una de las diecisiete casas de jesuitas que había en territorio español y que fueron entonces cerradas.

Es también Manuel Revuelta González en su obra “La Compañía de Jesús en la España contemporánea. Tomo I: Supresión y reinstauración (1868-1883)”, publicada por Ediciones Mensajero de Bilbao en 1984, quien aporta algunos datos sobre la llegada de los jesuitas a Graus en 1868. El Ayuntamiento grausino les había ofrecido el templo y el edificio de la antigua Compañía en la localidad y, según se desprende de algunas cartas enviadas por su hermano Joaquín, a mediados de agosto de ese año, el Padre Tomás Suárez, de la residencia de Zaragoza, estuvo en Graus para preparar la apertura del colegio. Volvió el 1 de septiembre con el Padre Provincial para “dirigir las obras del antiguo colegio, abrirlo y dejarlo todo arreglado para cuando llegue el Padre que esté nombrado Rector del mismo y que no podrá ir allá hasta fines de mes”. La apertura del colegio se realizó el domingo día 20 de septiembre, entre volteos de campana y músicas de júbilo, “con solemnidad eclesiástica y literaria y con grande entusiasmo del pueblo”.

En esos mismos días de septiembre de 1868, la Revolución había estallado en toda España. El día 17, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz. Dos días más tarde, todos los generales sublevados hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España con honra!”. El día 28, el ejército realista era derrotado en la población cordobesa de Alcolea y, en la jornada siguiente, la reina Isabel II, que estaba veraneando en San Sebastián, huyó a Francia.

En Aragón, “La Gloriosa” comenzó a extenderse a partir de día 21 y, como en el resto del país, en todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas Revolucionarias. En el libro “La Revolución de 1868 en el Alto Aragón”, de Alberto Gil Novales, publicado por Guara Editorial en 1980, se dice que la de Graus, refrendada definitivamente el 8 de octubre por más de quinientos votos, estaba presidida por Antonio Monclús Balaguer y eran sus vocales Faustino Lacambra Gambón, Justo Lacambra Naval, Teodosio Dumas Lobera y Domingo Lacambra Naval.

Los jesuitas prácticamente no habían acabado de instalarse en Graus cuando se proclamó el triunfo revolucionario. Escribe Manuel Revuelta que “la clase de gramática comenzó con veinticuatro niños, y no se interrumpió cuando el pueblo celebró el triunfo de la revolución”. Según explica, la gente del lugar se mostró unánime en la protección de los jesuitas y solo una persona, un antiguo senador, gritó “mueran los frailes” desde un balcón, “pero el silencio y disgusto con que la turba acogió sus gritos le hicieron meterse de nuevo dentro de su casa”.

La junta democrática grausina no solo no decretó, como la mayoría, medidas hostiles contra los jesuitas, sino que se constituyó en su defensora. Cuando la junta de Barbastro pidió a la de Graus que le entregasen al Padre Tomás Suárez, si es que allí estaba refugiado, esta fue, según transcribe Revuelta, la respuesta de los grausinos: “No podemos buscar al Padre porque se marchó el día 28 de septiembre; no sabemos dónde ni en qué dirección; tampoco sabemos dónde se encuentra; ni nos interesa. Los demás jesuitas permanecen muy tranquilos entre nosotros, pero la junta de Graus, que desde el principio se ha instalado sobre la base del derecho y de la justicia, se ve obligada a comunicaros que no quiere ni puede entregar a los jesuitas a la junta de Barbastro, ni tampoco hacer salir del pueblo a unos varones eminentes en ciencia y en virtud que se han ganado la simpatía de toda la ciudad. Sepan, por tanto, los ciudadanos de Barbastro que tanto esta junta como todo este pueblo están dispuestos a defender a los jesuitas con las armas”. Además de mostrar su independencia respecto a la junta de Barbastro, esta respuesta recogía la simpatía popular hacia los jesuitas. Hay que tener en cuenta que estos habían sido llamados por el pueblo para cumplir, en un modesto colegio para niños externos, una importante labor educativa, y suprimir aquel colegio cuando se acababa de abrir era matar una esperanza y abortar una función educadora largamente deseada.

Alberto Gil Novales hace también referencia a este asunto y alude a la declaración de principios de la junta de Graus en la que defiende su radicalismo liberal, es decir, la defensa absoluta de todas las libertades: “Nuestro lema es radicalismo absoluto. Esto es: desde la más completa libertad individual hasta la abolición del más ínfimo impuesto indirecto”. En defensa de esa libertad, se critica la decisión de la junta de Huesca, que según Gil Novales en realidad fue de la de Zaragoza, de expulsar a los jesuitas. En opinión de la junta grausina, esa decisión iba contra la libertad de culto, la seguridad personal, la inviolabilidad de domicilio y la libertad de enseñanza. Y a los autores de la orden de expulsión los acusa de ser “antimoderados pero no liberales.”

No se cita en la canónica, consultada por Revuelta, en qué día se marcharon los jesuitas de Graus; solo sugiere que, a pesar de la protección que se les ofrecía, lo hicieron por propia iniciativa “para impedir disensiones”. La junta de Huesca expidió el 3 de octubre un decreto que ordenaba “la disolución de todas las comunidades religiosas de varones y las sociedades religiosas de varones y hembras” (art. 3º) y “expulsar de la Provincia a la Compañía de Jesús” (art. 9º).  Parece seguro que los jesuitas abandonaron Graus en esas primeras jornadas de octubre, por lo que apenas llegaron a estar en la villa unos quince días desde su llegada a la misma.

Sin embargo, la Compañía de Jesús retornó de nuevo a Graus dos años después, en 1870. En el tan citado libro de Revuelta se dice que a principios de 1871 solamente había diez jesuitas (seis sacerdotes y cuatro hermanos) en toda la región aragonesa, y que siete de ellos estaban repartidos en dos pequeñas residencias de Zaragoza y los otros tres se hallaban en Graus. Y añade que, según un testigo, esta villa valoraba la presencia de los jesuitas “como el premio gordo de la lotería”. Sin embargo, con la proclamación de la I República, los miembros de la Compañía tuvieron que salir de la capital ribagorzana y su residencia en la localidad se cerró en 1873 “por efecto de su persecución promovida por algunos sectarios”. A pesar de su brevedad, estas dos últimas estancias de la Compañía de Jesús en la villa despertaron la vocación de tres jóvenes grausinos que acabaron ingresando en la orden. Según Revuelta, pudiera tratarse de los padres Vicente Gambón (en cuya casa se hospedaban los jesuitas que enseñaban en el colegio), Anselmo Aguilar y Antonio Coscolla.

Los jesuitas ya no volvieron a Graus, aunque “los de este pueblo lo procuraron años más tarde” y “al no conseguirlo encomendaron el colegio a sacerdotes que establecieron allí unas escuelas del Ave María”. Aunque otros religiosos continuaron de una u otra manera su labor educativa, la presencia de la Compañía de Jesús en nuestra villa había terminado definitivamente.

Carlos Bravo Suárez 

Artículo publicado, con ligeras variaciones, en El Llibré de las Fiestas de Graus 2014 y en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo de Huesca del Diario del Alto Aragón.

Fotos antiguas de Graus: Colegio de los jesuitas antes de su demolición, placeta de San Miguel, plaza Mayor y calle del Barranco.

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