sábado, 23 de febrero de 2008

UNA EXCURSIÓN A SAN ESTEBAN DEL MALL












El frío se dejaba sentir en Graus aquella mañana de invierno. A las nueve había quedado con mi amigo Ramón Narváez para ir a la iglesia fortaleza de San Esteban del Mall. Tomamos la carretera A-1605 hasta llegar a la localidad de La Puebla de Roda, municipio al que pertenece el paraje que íbamos a visitar. Nos adentramos en la población, situada a la derecha de la carretera, y callejeamos un poco por el lugar. Es éste un pueblo que merece una visita sosegada; resulta muy agradable y relajante dar un paseo tranquilo por su hermosa calle ascendente que transita bajo algunos sugestivos portales.

Cruzamos después el rio Isábena por un bonito puente románico de tres ojos e iniciamos nuestra excursión a pie  -como a nosotros nos gusta-  hacia la referida iglesia, conocida también en la comarca como la ermita del tozal. Iniciamos la ascensión por una pista, en su primer tramo asfaltada, que lleva  -hay indicadores-  hasta el pueblo de Cajigar. Tras poco más de cuatro kilómetros de subida y alrededor de una hora de tiempo, llegamos al pueblo de San Esteban del Mall, hoy despoblado pero con algunas casas arregladas y ocupadas durante el verano.

En la excursión que realicé a este mismo lugar las pasadas vacaciones estivales con mi amigo Paco Rubio, a la entrada del pueblo nos encontramos con un matrimonio que residía en Barcelona, pero pasaba las vacaciones en San Esteban, de donde era originaria la mujer. También encontramos a un señor que dijo tener 80 años y que, aunque residía en Lérida, estaba pasando aquellos días de verano solo en el pueblo. Al indicarnos el camino hacia la ermita recordaba cómo, cuando era joven, el día de la romería subía hasta el tozal con una burra en la que transportaba algunas gaseosas y refrescos para ganarse unos duros. A nadie vimos en este día de invierno que, sin embargo, tenía la luz intensa de un sol brillante que iba calentando poco a poco la fría mañana.

Desde San Esteban el camino se eleva hasta el cerro, donde al otro lado de la iglesia destaca el mallo (“mall”) al que hace referencia el topónimo del lugar. Algunos hitos de piedras y algunas líneas pintadas de rojo y amarillo nos ayudaron a llegar, en algo menos de media hora, desde el pueblo hasta lo más alto del cerro, situado a unos 1200 metros de altitud.

Lo que nos encontramos allí  -tanto la iglesia fortaleza como las impresionantes vistas divisadas- compensó con creces el esfuerzo realizado. En el extremo occidental del roquedo  -en el oriental, ya lo hemos dicho, se levanta el mallo pétreo-  se halla la sorprendente y extraña construcción que era el principal objetivo de nuestra visita: una iglesia a medio construir, una celda lateral -ahora capilla y antes habitáculo del ermitaño- y una cripta subterránea bajo un ábside incompleto. El ábside semicircular es grande y de espléndida construcción, aunque sólo en parte conservado en la actualidad. Debajo del mismo se observa una cripta a la que, por lo inestable de su estado y por la oscuridad reinante, no nos atrevimos a penetrar. El muro meridional es de grandes dimensiones, de unos 30 metros de longitud, y de sillería robusta y bien alineada. En esta larga fachada sur, dividida en cinco tramos, se conservan tres puertas. La principal, en el segundo tramo empezando por el oeste, es de arco de medio punto; la segunda, en el cuarto tramo, es del mismo tipo pero mucho más reducida; la tercera, en el quinto tramo, asimismo pequeña, comunica con el cuerpo del edificio añadido en el lateral sur de la iglesia, junto a la cabecera. En esta nave lateral de dos plantas -único lugar cerrado y con techumbre, y posiblemente algo posterior al resto del conjunto- encontramos, en la planta superior, una capilla con cuatro ventanas dedicada a la Virgen del Tozal. Este espacio sería probablemente la residencia del ermitaño que estaría a cargo del lugar. Dentro del recinto no se encuentran demasiados escombros, aunque sí varios árboles cuyo ramaje va paulatinamente ganando terreno. Todo ello, y las informaciones históricas consultadas, viene a confirmarnos que no se trata de las ruinas de una construcción en su momento completa, sino que nos encontramos ante una obra inacabada dentro de un ambicioso proyecto arquitectónico que quedó sin concluir.

A la hora de buscar referencias históricas sobre este sorprendente y extraño lugar, recurrimos a don Manuel Iglesias Costa, quien en el tercer volumen de su espléndido libro "Arquitectura románica. Siglos X, XI, XII y XIII. Arte religioso del Alto Aragón Oriental", dedica varias páginas a esta construcción medieval. Nos dice que las primeras referencias a San Esteban del Mall datan del año 971. En esta fecha, en dicho castro se edifica, a expensas de los condes de Ribagorza Unifredo y Sancha, una iglesia consagrada por el obispo Odisendo, hermano del conde, dotada con libros, ornamentos y tierras de labor, y confiada a los monjes del cercano monasterio de Alaón. Al parecer, el lugar sufriría tremendos daños en la razzia que al-Malik llevó a cabo sobre la zona en el año 1006, que obligarían a reconstruirlo casi por completo. Siguiendo siempre a Manuel Iglesias, en el que se han basado quienes posteriormente han escrito sobre este lugar, tal vez la actual cripta, ligeramente restaurada y adaptada al nuevo proyecto posterior, podría ser la originaria de la iglesia edificada en el año 971. Sería el conjunto de San Esteban del Mall, y por tanto la construcción que nos ha llegado, de finales del siglo XII, y fruto de un proyecto aristocrático y de una técnica avanzada en aquel momento que, siempre según el citado autor, podría deberse a la presencia en la zona de un monje procedente de Poblet, a quien se debería también la construcción de la iglesia parroquial del vecino pueblo de Cajigar y de la escondida ermita de la Virgen de Sis.

Los tenentes del castro fueron personas muy influyentes en la historia de Ribagorza, sobre todo la familia de los Gauzpert, que gozó del feudo al menos desde finales del siglo XI. Pedro Gauzpert estuvo con el rey Alfonso el Batallador en el asedio de Fraga y gozó de la confianza de su hermano y sucesor Ramiro II el Monje, por quien apostó como heredero de la corona tras la muerte del Batallador. Hijo suyo fue Guillermo Pérez, que fue obispo de Roda-Lérida desde 1143 y a quien se debe el traslado de la sede rotense a la capital ilerdense en 1149. Parece probable que el ambicioso proyecto de construir una iglesia fortaleza en San Esteban del Mall se debiera al impulso de esta aristocrática familia que gozaba no solo del apoyo del obispo de Lérida sino también de Bernardo Gauzpert, a la sazón abad del monasterio de Alaón. Por tanto, el poder y los medios de toda la familia en esos momentos harían concebir y poner en marcha el proyecto de construir sobre el tozal de San Esteban del Mall una iglesia fortaleza con hechuras de basílica. Lo que no sabemos es por qué ese ambicioso objetivo de esa poderosa familia quedó a la postre sin concluir y prácticamente, con los deterioros propios del paso del tiempo, en un estado no muy diferente del que ha llegado hasta nuestros días. Ese enigma sin resolver añade misterio a una construcción cuya ubicación recuerda la de algunos famosos castillos cátaros.

Los espacios abiertos divisados desde el lugar en un día claro como el de nuestra excursión producen un éxtasis contemplativo difícil de superar. Por el norte, las cumbres nevadas del Pirineo, parte del macizo de Cotiella y, sobre todo, el imponente Turbón y la hermosa sierra de Sis, casi al alcance de la mano. Hacia el oeste, y al otro lado del río, elevada y bella, Roda de Isábena, con la torre de su extraordinaria catedral románica. Un poco más allá, y reconocible para nuestros ojos, la ermita de la Virgen de las Rocas de Güel, lugar cuya acta de consagración data del año 996. Hacia el sur, el valle del Isábena y su confluencia con el Ésera; nuestra vista buscó y encontró la Peña del Morral de Graus, y casi recreó el antiguo y desaparecido castillo árabe grausino que los pobladores del Mall en aquellos años del siglo X mirarían como un objetivo muy lejano y del que más bien temerían las incursiones que pudieran remontar el valle para castigar su osadía. Nos encontrábamos, sin duda, en el corazón del antiguo condado de Ribagorza. Ese primitivo castro de San Esteban sería un eslabón fundamental en la línea defensiva cristiana que extendía sus torres y castillos desde Arén hasta Troncedo.

Después de comer un bocadillo con sabor a gloria en aquel paraje extraordinario, iniciamos nuestro descenso con el cuerpo y el espíritu bien alimentados. Al llegar al pueblo de San Esteban, recorrimos sus calles y nos detuvimos en un edificio que reconocimos como la antigua escuela del lugar. Sólo quedaban dos pizarras en las paredes y nos causó cierta tristeza recordar que allí hubo vida hasta no hacía demasiado tiempo. Al descender por la pista que nos devolvía a la Puebla de Roda, y antes de llegar a dicho pueblo, tomamos otra pista ascendente  -a nuestra izquierda si la tomamos subiendo- que nos condujo, siempre siguiendo las indicaciones, a la ermita de Santa María de Pedruy. Se trata de una pequeña, cuidada y coqueta ermita románica próxima a La Puebla de Roda, cuyos vecinos, a tenor por la limpieza del lugar y por el gran número de velas que la pueblan, observan una especial devoción. Hay en su interior una réplica en arcilla de una magnífica talla románica en madera -posiblemente, como la propia ermita, de finales del siglo XII-  que recoge la figura de la Virgen sentada y sosteniendo al Niño sobre la rodilla, y que se guarda con gran celo en el propio pueblo. El paraje donde se ubica la ermita es muy agradable, en medio de un bosquecillo de pinos y carrascas, que en los días de primavera y verano deben proporcionar deliciosas sombras al caminante. Según el arabista F. Codera, el lugar se corresponde con el del castillo de "Mont Pedrós", que, a decir de las crónicas, fue tomado por al-Tawil en 908, después de conquistar Roda. De lo que sí disponemos es de su acta de consagración como iglesia el 5 de noviembre de 972, por parte del obispo Odisendo. Habría allí un pequeño poblado, luego desaparecido, del que quedaría, muy reformada, la recoleta ermita románica que ha llegado hasta nuestros días y a la que sentimos no poder dedicar aquí algunas líneas más.

Volvimos al coche y regresamos a Graus tras una agradable excursión matinal, en la que habíamos disfrutado del ejercicio físico al aire libre y de la contemplación de paisajes y lugares que nos reafirmaron en nuestra idea de vivir y estar vinculados, con profundo sentimiento, a unas hermosas tierras llenas de historia y belleza.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)
(Fotos: Ermita de la Virgen del Tozal -cinco fotos-, pueblo de San Esteban del Mall con la ermita del tozal al fondo -dos fotos- , lña fortaleza vista desde lejos -tres fotos- , ermita de Pedruy -tres fotos- y calle principal de La Puebla de Roda)



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