He leído recientemente el libro “Guinea en patués”, de José Manuel Brunet, José Luis Cosculluela y José María Mur. Estos tres ribagorzanos -de Villanova, Morillo de Liena y Benasque, respectivamente- han realizado un magnífico trabajo de investigación sobre un fenómeno histórico y sociológico que hasta ahora nadie había estudiado en profundidad: la emigración a Guinea Ecuatorial de un importante número de personas del valle de Benasque durante buena parte del pasado siglo XX. La presencia española, y por tanto la ribagorzana, se redujo considerablemente en Guinea a partir de 1968, año en que el país africano se independizó de España, y disminuyó todavía más tras el golpe militar de Teodoro Obiang y la ejecución de Macias en 1979.
Se trata de un atractivo libro en formato grande y tapa dura, con abundancia de fotografías, escrito en patués -lengua del valle de Benasque- y castellano, y con el complemento de un espléndido vídeo documental. El trabajo de documentación y elaboración llevado a cabo por los autores es digno de alabanza, y sobresaliente el producto cultural resultante. De la obra en su conjunto puede decirse algo que no puede repetirse con frecuencia: es un trabajo bien hecho.
Sobre el origen de la sorprendente emigración desde las montañas del Pirineo a las selvas tropicales de la Guinea Ecuatorial se dan dos explicaciones que vienen a ser la misma: una legendaria y otra histórica. Dice la leyenda que Mariano Mora, de casa Castán de Chía, rompió un día el arado cuando labraba con sus bueyes el llamado Campo Largo. Enfadado por el infortunio, marchó furioso a su casa, puso cuatro cosas en un hatillo y corrió congostos abajo hasta llegar a Barcelona y… a Guinea. En realidad, y según se deduce del texto y del documental citados, Mariano había estudiado con los claretianos en Barbastro, pero había vuelto al pueblo sin haber terminado sus estudios religiosos. Ante la falta de perspectivas en su valle, decidió emigrar a Barcelona. Allí fueron los propios claretianos quienes le animaron a embarcarse con algunos de ellos hacía Guinea, colonia española donde podría probar fortuna. Una vez allí, se asoció con un canario apellidado Pérez y juntos formaron una empresa dedicada al cultivo y la exportación de cacao. Las cosas fueron bien y a su reclamo llegaron a Guinea desde Chía varios familiares de Mariano. Constituyeron la avanzadilla de una prolongada emigración que llevó a la colonia africana a numerosos ribagorzanos a lo largo del pasado siglo.
Para entender este fenómeno migratorio hay que situarse en el contexto histórico de la época. Hasta hace cuatro días, España ha sido un país de emigrantes. La pobreza y la falta de perspectivas para la mayor parte de la población obligaban a buscar fortuna en cualquier lugar donde hubiera posibilidades de trabajar y ganar dinero. En los altos valles pirenaicos la vida era especialmente dura y difícil. Como se dice en el libro, del valle de Benasque sólo se podía escapar de dos maneras: cruzando el puerto para pasar a Francia o atravesando los congostos para ir a España, es decir, a las pocas ciudades españolas donde era posible encontrar trabajo e iniciar una nueva vida. Los más osados se embarcaban hacia America, tierra de oportunidades, aunque desde finales del XIX ya no hubiera allí colonias españolas. Otros, como los ribagorzanos a los que aquí nos referimos, cruzaron el charco en dirección a África, donde existían algunas colonias dependientes de España. Una de ellas era la isla de Fernando Poo, en la Guinea Ecuatorial.
Según la completa documentación onomástica que aparece al final del libro, más de ciento veinte personas -de quienes se citan nombre, apellidos, casa y lugar de procedencia- fueron desde el valle de Benasque a Guinea, por más o menos tiempo y en uno u otro momento. La mayor parte de ellas era de Chía (52 personas). Pero también de otros pueblos de la comarca: Bisaurri (15), Benasque (9), Gabás (6), Barbaruens (5), Liri (5), Campo (5), Sahún (4), Castejón (3), Seira (3), Urmella (3), Cerler (2), Sesué (2), Piedrafita (2), Laspaules (2), Eriste (2), Suils (2), Villanova (1), San Martín de Veri (1), Arasán (1), Ramastué (1), Erisué (1) y Villarué (1).
Guinea Ecuatorial tiene una parte continental y otra insular. El territorio del continente era conocido como Río Muni y su capital era Bata. La más importante de las islas, a la que fueron inicialmente los montañeses emigrados desde el Alto Aragón, era Fernando Poo, que tras la independencia pasó a llamarse Bioko. Los primeros europeos que llegaron allí fueron los portugueses: los marineros Fernando do Poo, de quien la isla tomó el nombre, y Lope Gonzales. Desde 1778, por el Tratado de El Pardo, pasó a pertenecer a España, que la utilizó para el comercio de esclavos hacia Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. También la usaron los ingleses que intentaron comprarla a España y fundaron la ciudad de Clerence, que los españoles rebautizaron como Santa Isabel y hoy es Malabo. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se incrementó la presencia militar, religiosa y comercial española, y se favoreció el establecimiento en la colonia de personas procedentes de España. El primer producto importante fue el aceite de palma, pero desde finales del XIX el motor de la economía de la isla fue el cacao. Se crearon grandes plantaciones que producían un cacao de gran calidad. A ese cultivo se dedicaron los primeros ribagorzanos que llegaron allí desde Chía.
Tras Mariano Mora, se embarcaron sus sobrinos Joaquín y Jesús Mallo, de casa Presín. Poco después arribaron a la isla los hermanos José y Joaquín Mora Güerri, de casa Cornel. Ambas casas, como la casa Castán de Mariano, eran de Chía y estaban emparentadas entre sí. Fueron las que dominaron fundamentalmente el negocio del cacao en la isla. Aunque Mariano Mora se casó con Antoñita Llorens, perteneciente a una rica familia catalana, murió sin descendencia y fue el apellido Mallo el que acabaría poniéndose al frente del negocio. Joaquín Mallo fue alcalde de Santa Isabel y se dedicó más tarde a la política en España. Fue diputado por el Partido Radical entre 1931 y 1939 y se preocupó mucho por realizar mejoras en el valle del que procedía. A él se deben la construcción de la carretera a Chía, el puente de Castejón y la carretera a Bisaurri. La familia Mallo construyó también una magnífica mansión en Santa Isabel. La casa Mallo es todavía hoy uno de los edificios principales de Malabo.
Los africanos trabajaban como braceros en las plantaciones de cacao bajo el mando y la supervisión de los propietarios españoles. Los nativos guineanos eran poco dados al trabajo en las plantaciones. Con lo que les daba una naturaleza pródiga y con poco esfuerzo tenían suficiente para vivir. Por eso, se contrataron braceros de otros países, sobre todo nigerianos. Estos llegaban a la isla en cayucos. Y tal como hoy ocurre en nuestras costas seguro que algunos perecían en el intento, aunque la emigración de braceros estaba al parecer bastante bien organizada mediante contratos de trabajo previos.
La empresa Mora-Mallo era propietaria de algunas de las principales fincas de la isla. La más importante de todas ellas era la finca Sampaka, que tenía unas mil hectáreas y más de quinientos trabajadores. Aunque tras la independencia pasó a manos del gobierno guineano, la casa Mallo volvió a comprarla y en la actualidad es la única que mantiene una cierta producción de cacao en el país.
A través del libro y del magnífico documental que le acompaña se hace referencia a muchos otros aspectos de esta emigración: las condiciones del viaje hasta la isla (más de cinco mil kilómetros en barco con mareo casi asegurado), los horarios laborales (de seis a seis), las relaciones con los nativos (los bubis), las enfermedades y la vacunación, la comida (sorprendente la carne de boa), la lengua (el pichinglis), el clima (una estación seca y otra lluviosa), la sexualidad (“el amor libre”), el deseo de ahorrar para volver y casarse en España, el temor y los problemas con la independencia guineana, las inversiones y la vida tras el regreso, etc.
La independencia de Guinea y el acoso al que algunos españoles se vieron sometidos entonces hicieron que muchos precipitaran su vuelta a nuestro país. Tanto con Macias como con Obiang -crueles dictadores y gobernantes corruptos- las relaciones con España han sido difíciles y tormentosas. La presencia española en la isla se ha reducido casi por completo y los ingresos por el cacao han sido sustituidos por los del petróleo, controlado en su mayor parte por empresas estadounidenses. Sin embargo, la mayoría de la población no participa de los grandes beneficios del oro negro y su pobreza ha aumentado en los últimos tiempos.
Hay que decir que los procedentes del valle de Benasque no fueron los únicos ribagorzanos que marcharon a Guinea. En la segunda mitad del siglo pasado estuvieron en la colonia africana -en Fernando Poo y en Río Muni- muchas personas de Graus y, en menor medida, de algunos pueblos vecinos. Esta emigración apenas se cita en el libro que aquí comentamos porque no constituye el objeto de su estudio. Aunque se crearon otras empresas como la maderera Ferreiro, cuyo titular procede de Graus y aún permanece activa en la excolonia, la mayoría de los grausinos que fueron a Guinea lo hicieron para trabajar en la sociedad Escuder y Galiana, que se dedicaba a la construcción. Esta empresa se mantuvo en el país africano tras su independencia, durante la dictadura de Macías. Era una de las empresas españolas que quedaron en Guinea y llegó a tener un considerable poder, constituyendo, junto a algunas otras, un verdadero lobby o grupo de presión con gran influencia en el gobierno guineano y en la embajada de España. Pedro Escuder reclutó a bastantes personas en Graus y pueblos próximos que durante temporadas más o menos largas trabajaban para su empresa en el país africano. Sobre las actividades, al parecer no siempre demasiado claras, de algunas empresas españolas en Guinea, hay varias referencias, entre otras, en el libro “El laberinto guineano”, de Emiliano Buale Borikó (IEPALA, 1989) y en “Historia de Guinea” (http://www.asodegue.org/hdojmc09.htm).
No hay espacio en este artículo para extenderse sobre la emigración de grausinos a Guinea, aunque este episodio tal vez merecería un estudio como el que de manera notable han realizado Brunet, Cosculluela y Mur sobre la procedente del valle de Benasque que aquí hemos reseñado.
Carlos Bravo Suárez
Se trata de un atractivo libro en formato grande y tapa dura, con abundancia de fotografías, escrito en patués -lengua del valle de Benasque- y castellano, y con el complemento de un espléndido vídeo documental. El trabajo de documentación y elaboración llevado a cabo por los autores es digno de alabanza, y sobresaliente el producto cultural resultante. De la obra en su conjunto puede decirse algo que no puede repetirse con frecuencia: es un trabajo bien hecho.
Sobre el origen de la sorprendente emigración desde las montañas del Pirineo a las selvas tropicales de la Guinea Ecuatorial se dan dos explicaciones que vienen a ser la misma: una legendaria y otra histórica. Dice la leyenda que Mariano Mora, de casa Castán de Chía, rompió un día el arado cuando labraba con sus bueyes el llamado Campo Largo. Enfadado por el infortunio, marchó furioso a su casa, puso cuatro cosas en un hatillo y corrió congostos abajo hasta llegar a Barcelona y… a Guinea. En realidad, y según se deduce del texto y del documental citados, Mariano había estudiado con los claretianos en Barbastro, pero había vuelto al pueblo sin haber terminado sus estudios religiosos. Ante la falta de perspectivas en su valle, decidió emigrar a Barcelona. Allí fueron los propios claretianos quienes le animaron a embarcarse con algunos de ellos hacía Guinea, colonia española donde podría probar fortuna. Una vez allí, se asoció con un canario apellidado Pérez y juntos formaron una empresa dedicada al cultivo y la exportación de cacao. Las cosas fueron bien y a su reclamo llegaron a Guinea desde Chía varios familiares de Mariano. Constituyeron la avanzadilla de una prolongada emigración que llevó a la colonia africana a numerosos ribagorzanos a lo largo del pasado siglo.
Para entender este fenómeno migratorio hay que situarse en el contexto histórico de la época. Hasta hace cuatro días, España ha sido un país de emigrantes. La pobreza y la falta de perspectivas para la mayor parte de la población obligaban a buscar fortuna en cualquier lugar donde hubiera posibilidades de trabajar y ganar dinero. En los altos valles pirenaicos la vida era especialmente dura y difícil. Como se dice en el libro, del valle de Benasque sólo se podía escapar de dos maneras: cruzando el puerto para pasar a Francia o atravesando los congostos para ir a España, es decir, a las pocas ciudades españolas donde era posible encontrar trabajo e iniciar una nueva vida. Los más osados se embarcaban hacia America, tierra de oportunidades, aunque desde finales del XIX ya no hubiera allí colonias españolas. Otros, como los ribagorzanos a los que aquí nos referimos, cruzaron el charco en dirección a África, donde existían algunas colonias dependientes de España. Una de ellas era la isla de Fernando Poo, en la Guinea Ecuatorial.
Según la completa documentación onomástica que aparece al final del libro, más de ciento veinte personas -de quienes se citan nombre, apellidos, casa y lugar de procedencia- fueron desde el valle de Benasque a Guinea, por más o menos tiempo y en uno u otro momento. La mayor parte de ellas era de Chía (52 personas). Pero también de otros pueblos de la comarca: Bisaurri (15), Benasque (9), Gabás (6), Barbaruens (5), Liri (5), Campo (5), Sahún (4), Castejón (3), Seira (3), Urmella (3), Cerler (2), Sesué (2), Piedrafita (2), Laspaules (2), Eriste (2), Suils (2), Villanova (1), San Martín de Veri (1), Arasán (1), Ramastué (1), Erisué (1) y Villarué (1).
Guinea Ecuatorial tiene una parte continental y otra insular. El territorio del continente era conocido como Río Muni y su capital era Bata. La más importante de las islas, a la que fueron inicialmente los montañeses emigrados desde el Alto Aragón, era Fernando Poo, que tras la independencia pasó a llamarse Bioko. Los primeros europeos que llegaron allí fueron los portugueses: los marineros Fernando do Poo, de quien la isla tomó el nombre, y Lope Gonzales. Desde 1778, por el Tratado de El Pardo, pasó a pertenecer a España, que la utilizó para el comercio de esclavos hacia Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. También la usaron los ingleses que intentaron comprarla a España y fundaron la ciudad de Clerence, que los españoles rebautizaron como Santa Isabel y hoy es Malabo. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se incrementó la presencia militar, religiosa y comercial española, y se favoreció el establecimiento en la colonia de personas procedentes de España. El primer producto importante fue el aceite de palma, pero desde finales del XIX el motor de la economía de la isla fue el cacao. Se crearon grandes plantaciones que producían un cacao de gran calidad. A ese cultivo se dedicaron los primeros ribagorzanos que llegaron allí desde Chía.
Tras Mariano Mora, se embarcaron sus sobrinos Joaquín y Jesús Mallo, de casa Presín. Poco después arribaron a la isla los hermanos José y Joaquín Mora Güerri, de casa Cornel. Ambas casas, como la casa Castán de Mariano, eran de Chía y estaban emparentadas entre sí. Fueron las que dominaron fundamentalmente el negocio del cacao en la isla. Aunque Mariano Mora se casó con Antoñita Llorens, perteneciente a una rica familia catalana, murió sin descendencia y fue el apellido Mallo el que acabaría poniéndose al frente del negocio. Joaquín Mallo fue alcalde de Santa Isabel y se dedicó más tarde a la política en España. Fue diputado por el Partido Radical entre 1931 y 1939 y se preocupó mucho por realizar mejoras en el valle del que procedía. A él se deben la construcción de la carretera a Chía, el puente de Castejón y la carretera a Bisaurri. La familia Mallo construyó también una magnífica mansión en Santa Isabel. La casa Mallo es todavía hoy uno de los edificios principales de Malabo.
Los africanos trabajaban como braceros en las plantaciones de cacao bajo el mando y la supervisión de los propietarios españoles. Los nativos guineanos eran poco dados al trabajo en las plantaciones. Con lo que les daba una naturaleza pródiga y con poco esfuerzo tenían suficiente para vivir. Por eso, se contrataron braceros de otros países, sobre todo nigerianos. Estos llegaban a la isla en cayucos. Y tal como hoy ocurre en nuestras costas seguro que algunos perecían en el intento, aunque la emigración de braceros estaba al parecer bastante bien organizada mediante contratos de trabajo previos.
La empresa Mora-Mallo era propietaria de algunas de las principales fincas de la isla. La más importante de todas ellas era la finca Sampaka, que tenía unas mil hectáreas y más de quinientos trabajadores. Aunque tras la independencia pasó a manos del gobierno guineano, la casa Mallo volvió a comprarla y en la actualidad es la única que mantiene una cierta producción de cacao en el país.
A través del libro y del magnífico documental que le acompaña se hace referencia a muchos otros aspectos de esta emigración: las condiciones del viaje hasta la isla (más de cinco mil kilómetros en barco con mareo casi asegurado), los horarios laborales (de seis a seis), las relaciones con los nativos (los bubis), las enfermedades y la vacunación, la comida (sorprendente la carne de boa), la lengua (el pichinglis), el clima (una estación seca y otra lluviosa), la sexualidad (“el amor libre”), el deseo de ahorrar para volver y casarse en España, el temor y los problemas con la independencia guineana, las inversiones y la vida tras el regreso, etc.
La independencia de Guinea y el acoso al que algunos españoles se vieron sometidos entonces hicieron que muchos precipitaran su vuelta a nuestro país. Tanto con Macias como con Obiang -crueles dictadores y gobernantes corruptos- las relaciones con España han sido difíciles y tormentosas. La presencia española en la isla se ha reducido casi por completo y los ingresos por el cacao han sido sustituidos por los del petróleo, controlado en su mayor parte por empresas estadounidenses. Sin embargo, la mayoría de la población no participa de los grandes beneficios del oro negro y su pobreza ha aumentado en los últimos tiempos.
Hay que decir que los procedentes del valle de Benasque no fueron los únicos ribagorzanos que marcharon a Guinea. En la segunda mitad del siglo pasado estuvieron en la colonia africana -en Fernando Poo y en Río Muni- muchas personas de Graus y, en menor medida, de algunos pueblos vecinos. Esta emigración apenas se cita en el libro que aquí comentamos porque no constituye el objeto de su estudio. Aunque se crearon otras empresas como la maderera Ferreiro, cuyo titular procede de Graus y aún permanece activa en la excolonia, la mayoría de los grausinos que fueron a Guinea lo hicieron para trabajar en la sociedad Escuder y Galiana, que se dedicaba a la construcción. Esta empresa se mantuvo en el país africano tras su independencia, durante la dictadura de Macías. Era una de las empresas españolas que quedaron en Guinea y llegó a tener un considerable poder, constituyendo, junto a algunas otras, un verdadero lobby o grupo de presión con gran influencia en el gobierno guineano y en la embajada de España. Pedro Escuder reclutó a bastantes personas en Graus y pueblos próximos que durante temporadas más o menos largas trabajaban para su empresa en el país africano. Sobre las actividades, al parecer no siempre demasiado claras, de algunas empresas españolas en Guinea, hay varias referencias, entre otras, en el libro “El laberinto guineano”, de Emiliano Buale Borikó (IEPALA, 1989) y en “Historia de Guinea” (http://www.asodegue.org/hdojmc09.htm).
No hay espacio en este artículo para extenderse sobre la emigración de grausinos a Guinea, aunque este episodio tal vez merecería un estudio como el que de manera notable han realizado Brunet, Cosculluela y Mur sobre la procedente del valle de Benasque que aquí hemos reseñado.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón el 27 de septiembre de 2008)
(Fotos: Portada e imagen del libro comentado y foto de la Casa Castán de Chía)