domingo, 28 de junio de 2009

LAS DOS ERMITAS DE SALANOVA

Salanova es una pequeña aldea despoblada perteneciente al municipio ribagorzano de Lascuarre. Se puede llegar hasta ella por la carretera A-1605 que lleva de Graus al valle de Arán por el alto de Bonansa. El lugar se sitúa a la derecha de la citada vía, desde donde sale una pista de tierra que conduce enseguida hasta el pequeño caserío. Salanova se encuentra a unos dieciséis kilómetros de Graus y a unos tres de Lascuarre.

Las referencias históricas al lugar son muy escasas. En un documento del monasterio sobrarbense de San Victorián, en referencia a Santa María de Obarra, se cita a un Berengario de Salanova en 1204. Sabemos también que en el año 1900 vivían en Salanova 19 personas.

El lugar estuvo habitado hasta los años sesenta del pasado siglo XX y contaba con tres casas. La mayor de ellas, todavía en pie aunque en progresiva ruina, es la casa Fidalgo, más conocida como casa del Arrendador. Es un gran edificio construido en los siglos XVI o XVII, con puerta de arco de medio punto y escasez de ventanas, casi todas en el piso superior cerca del tejado. Tiene aspecto de haber sido en su momento una importante casa fuerte de la zona. Las otras casas, más pequeñas y en peor estado de conservación, eran casa Llacera y casa Laideba, aunque en los inicios del siglo XX los propietarios de la primera compraron la segunda que pasó a denominarse como aquélla.

En medio del pequeño caserío hay dos grandes encinas o carrascas. Una de ellas es verdaderamente impresionante y creo que está catalogada, debería estarlo si no es así, entre las más destacadas de nuestra provincia. También hay algunos pequeños cipreses junto a la ermita de San Macario, a la que enseguida nos vamos a referir. Entre Salanova y Lascuarre se encuentra la llamada Torre de los Moros o Castell dels Moros, de planta cuadrangular y recientemente restaurada. Aunque algunos creen que pudo ser una torre de vigilancia en tiempos medievales, parece más probable que se trate de una construcción posterior, seguramente del siglo XVII.

Muy próxima a las casas de Salanova se encuentra la ermita de San Macario, Sant Macari en el habla de la zona. Se sitúa junto a la carretera A-1605, de la que sólo la separa un pequeño talud. Sin embargo, desde la calzada puede ser fácilmente confundida con una pequeña borda o una caseta de monte. La ermita es de dimensiones reducidas y de aspecto algo rústico. Es de estilo románico popular, tiene planta rectangular con bóveda de cañón y un pequeño ábside semicircular con bóveda de horno canónicamente orientado al este. Construida sencillamente con mampostería, presenta sin embargo algunos sillares grandes, principalmente en sus esquinas. Parece datar del siglo XIII. La puerta, contraria al ábside, es de arco de medio punto y grandes dovelas, de construcción posterior al resto de la ermita. El reducido espacio interior del edificio está encalado y en estado de abandono. Sólo presenta una pequeña ventana abocinada en su pared meridional y conserva, aparentemente en buen estado, su tejado de losas a dos aguas. Para levantar esta ermita es muy posible que se utilizaran algunos materiales de otra más antigua conocida como San Macario viejo.

Las ruinas de San Macario viejo se encuentran algo más alejadas del pueblo, aproximadamente a medio kilómetro de éste. Se levantan sobre un pequeño promontorio rocoso en dirección sureste. No hay camino para acceder hasta ellas. Desde Salanova hay que atravesar un pequeño barranco, casi siempre seco, y subir un corto tramo campo a través. Poniendo atención, las ruinas son visibles tanto desde el pueblo como desde la carretera.

Los restos de San Macario viejo son bastante exiguos. En algún momento, la ya pequeña nave rectangular fue acortada y se cerró con un muro su parte más oriental, donde se encuentra el ábside. Probablemente este pequeño recinto cerrado se usaría para guardar ganado. De este espacio se conserva una parte de los muros y del ábside, todo ello construido con mampostería muy irregular y de apariencia no demasiado consistente. De la otra parte de la ermita sólo pueden verse algunos montones de piedras en el suelo. La puerta primitiva estaría en el muro meridional. En el centro del ábside puede observarse una curiosa hornacina, muy rustica, hecha con tres piedras sobre una pequeña losa. Delante del ábside se encuentra, caída en el suelo pero íntegra, la losa rectangular que servía como altar en las celebraciones religiosas. La ermita podría fecharse tal vez en el siglo XII, dentro de un estilo románico muy popular y sencillo.

Las dos ermitas de San Macario de Salanova son una muestra de la presencia en tiempos pasados de pequeñas construcciones religiosas en cualquier lugar habitado por pequeño que éste fuera. En la mayoría de los casos se trataba de ermitas u oratorios muy sencillos y austeros, en los que importaba más la función religiosa para la que estaban destinados que cualquier ornamentación innecesaria. Son esa sencillez y rusticidad las que confieren a estas viejas construcciones su atractivo y su encanto.

Carlos Bravo Suárez

(Fotos: ermita vieja, carrasca, casa del Arrendador y ermita nueva de Salanova)
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

domingo, 21 de junio de 2009

UNA NOVELA PSICOLÓGICA

Elegía para un americano, Siri Hustvedt, Anagrama, 2009, 388 páginas

Elegía para un americano no es una novela de lectura fácil. Puede considerarse en cierta manera como un relato psicológico, que profundiza más en el carácter y los pensamientos de los personajes que en las acciones que éstos realizan. Su autora es Siri Hustvedt, escritora estadounidense de origen noruego cuyas novelas anteriores habían sido publicadas en España por la editorial Circe.

La novela está narrada en primera persona por Erik Davidsen, psicoanalista que vive en Nueva York y sufre de soledad tras haberse divorciado de su mujer. El segundo personaje principal del libro es Inga, hermana de Erik y viuda de un famoso escritor, escritora también ella y madre de una adolescente que empieza a hacer sus primeros pinitos en la poesía. Los dos hermanos pertenecen a una familia de emigrantes noruegos que se instalaron en Estados Unidos como granjeros. Al inicio de la novela se produce la muerte del padre de Erik e Inga, quien había dejado escritas unas memorias para sus más allegados. Estas notas autobiográficas del padre se irán intercalando en la narración de Erik y permitirán al lector observar la evolución de una saga familiar que ha pasado del mundo rural de las anteriores generaciones al mundo neoyorquino urbano en el que se mueven los dos hermanos protagonistas del relato.

Las cosas cambiarán para Erik cuando Miranda y su pequeña hija se conviertan en sus nuevas vecinas. Miranda es una atractiva mujer negra de origen jamaicano que hace unos extraños dibujos sobre el mundo de los sueños. Está separada de un inmaduro y excéntrico artista que la somete a un extraño acoso fotográfico. También cambian las cosas para Inga cuando descubre que su marido había tenido una relación amorosa paralela con una joven actriz.

Todos los personajes que aparecen en la narración de Erik son intelectuales, escritores y artistas de Nueva York. Algunos, como los dos hermanos, con una fuerte tendencia a la introspección y con unos mundos interiores ricos pero complejos y difíciles, que por momentos recuerdan a algunos personajes de las películas de Bergman. Sin embargo, otros artistas de la novela muestran un cierto esnobismo, muy propio de determinados sectores de la modernidad urbana. Sólo el grotesco y sudoroso Burton proporciona al libro sus muy escasas notas de humor y simpatía.

Por lo que la autora confiesa en los agradecimientos finales de la novela, las referencias a las memorias del padre son totalmente autobiográficas. Tal vez también lo sean algunos aspectos referidos a Inga, como el hecho de haber estado casada con un escritor de éxito y dedicarse ella también a la escritura. Aunque Siri Hustvedt tiene una narrativa personal y propia, es también conocida por ser la mujer del famoso escritor Paul Auster.

Elegía para un americano
es una novela que posiblemente sólo gustará a un determinado tipo de lectores, pues se aleja en buena medida de las preferencias actuales del gran público.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 14 de junio de 2009

DOS PEQUEÑAS JOYAS INGLESAS


Una lectora nada común y La dama de la furgoneta, Alan Bennett, Anagrama, 2008 y 2009

Alan Bennett (Leeds, 1934) es conocido sobre todo como autor de teatro, guionista de cine y actor. Desde hace unos años lo es también por sus novelas cortas. Las dos últimas, publicadas en España por Anagrama el pasado año y hace unos meses, son Una lectora nada común y La dama de la furgoneta. He leído ambas una tras otra y me han parecido dos pequeñas joyas literarias, llenas de un ingenio y un sentido del humor típicamente británicos, muy poco frecuentes en la literatura de nuestro país.

Ambas novelas están protagonizadas por mujeres: la primera nada menos que por la reina Isabel de Inglaterra; la segunda por una extravagante vagabunda que vive en el interior de una vieja furgoneta. Los dos relatos derrochan imaginación e ironía, aunque Una lectora nada común es más original y atrevida, además de ser un alegato en defensa de la literatura y de su capacidad para transformar a las personas. El autor imagina, con gracia y estilo ágil y dinámico, que la actual reina británica se convierte en una adicta a la lectura, en una devoradora de libros, en una apasionada de la literatura. Esa incontenible afición entrará en conflicto, llevado por el autor hasta las últimas consecuencias, con las estrictas obligaciones que su cargo le impone. Además de ser un verdadero catálogo de autores y obras, británicos la mayoría, el libro reivindica el poder subversivo -en el sentido más etimológico de la palabra- que la literatura tiene, y que parece completamente incompatible con la política actual al uso. La reina descubre el placer de leer y el atractivo creciente de escribir, y eso la lleva a constatar la inconsistencia real de su vida cotidiana: aparentar interés por las cosas sin verdaderamente tenerlo, leer discursos insustanciales y sin ninguna calidad literaria, tener conversaciones que van dejando de interesarle a medida que comprueba la ignorancia que sobre el mundo de los libros muestran casi todos los políticos y cargos que la rodean... Todo ello llevará a la soberana británica a una decisión final sorprendente, que acerca la novela al género del cuento fantástico. Un relato cuya lectura resulta muy aconsejable para los tiempos que corren, dominados casi siempre por el pragmatismo y la banalidad.

La dama de la furgoneta está narrada en primera persona por el propio autor, a modo de notas de un diario muy espaciado en el tiempo, que abarca desde 1969 a 1989 más un breve epílogo posterior. Miss Shepherd es un personaje real, una mujer vagabunda que vivía en una furgoneta aparcada junto a la casa del escritor, quien, fascinado por la dama y también compadecido por los ataques que ésta sufre por parte de algunos jóvenes y borrachos del barrio, permite a la desaliñada y excéntrica mujer aparcar su viejo vehículo en un cobertizo de su jardín. Una situación que se prolongó durante quince largos años, contados por Alan Bennett en breves y sugerentes pinceladas literarias.

Dos relatos breves llenos de ironía y fino sentido del humor. Dos pequeñas joyas literarias, tan británicas que difícilmente encontrarían parangón en la literatura de cualquier otro país.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 7 de junio de 2009

DE CASTIGALEU A MONTAÑANA POR EL GR-1



Ya he escrito en otras ocasiones en estas mismas páginas sobre el GR-1 o Sendero Histórico. Se trata de un largo itinerario que atraviesa la península ibérica por el norte desde el Mediterráneo hasta el Atlántico. El GR-1 recorre también la provincia de Huesca de este a oeste, o viceversa, por la zona prepirenaica. Voy a describir aquí el tramo más oriental de este histórico sendero en nuestra provincia, el que une las poblaciones ribagorzanas de Castigaleu y Montañana, en este caso en dirección al este, hasta llegar prácticamente al límite entre las comunidades de Aragón y Cataluña.

Castigaleu es un pequeño pueblo casi equidistante de Graus y Benabarre, las dos principales poblaciones ribagorzanas. Desde Graus se accede por carretera pasando por Lascuarre; desde Benabarre se puede llegar por Tolva y Luzás. El elemento arquitectónico más destacado de Castigaleu es su iglesia parroquial dedicada a San Martín. Es un edificio de estilo gótico-renacentista, muy parecido a las iglesias vecinas de Lascuarre y Laguarres. Castigaleu tiene también varias ermitas repartidas por su extenso término municipal. Destacan la de San Isidro, a las afueras del pueblo en un lugar de vistas excelentes; la de San Andrés, no lejos de la población; y la de San Miguel, en la misma localidad, en un rincón de gran encanto al que se accede por una bonita calle empedrada.

Nuestra excursión comienza en la plaza de Castigaleu, junto a un panel informativo sobre los senderos de la zona. Por unas escaleras abiertas en un muro bajamos a la carretera que deberemos atravesar. Enseguida se inicia un camino que desciende hasta el río Cajigar, Quixigá en el habla de la zona. En su margen derecha confluyen dos senderos importantes: el GR-18 y el GR-1 que nosotros vamos a seguir. Para ello debemos cruzar el río, normalmente con poco caudal, e iniciar un camino de subida que lleva hacia una aldea abandonada conocida como La Menlla o La Anmella. El sendero asciende entre paredes de piedras -ésta y los bosques de quejigos serán dos constantes en nuestra excursión- hasta desembocar en una pista que, por la izquierda, se dirige a las casas de La Menlla. Antes de llegar a ellas, en un punto en que las marcas están borradas y puede haber confusión, hay que tomar, a la derecha, otro camino murado que asciende hacia una pequeña collada para descender después al barranco de Subirana. Tras cruzar éste, subimos de nuevo hasta un campo de labor. Aquí desaparecen momentáneamente las marcas y hay que bordear el citado campo por su linde norte, a nuestra izquierda. Enseguida llegaremos a la ermita de San Antonio, aquí de Sant Antoni. que pertenece ya a Monesma. Fue restaurada en 2005, tiene un amplio porche con varias arcadas sobre la puerta de acceso y se encuentra en un lugar muy acogedor, propicio para hacer una relajante parada en nuestra caminata.

Dejando atrás San Antonio, el camino desciende hasta llegar a la carretera que va de Castigaleu a Monesma y Cajigar. La atravesamos y seguimos bajando unos metros hasta el barranco de San Antonio, que cruzamos junto a una pequeña cascada. El camino vuelve a subir y, siempre atentos a las marcas, nos lleva en una media hora hasta el núcleo despoblado de Las Badías. Las Badías fue la capital administrativa del disperso municipio de Monesma, un conjunto de mases y pequeñas aldeas diseminadas por un extenso y hoy despoblado territorio. Pascual Madoz, en su famoso Diccionario Geográfico de 1850, cifra en 32 su número de casas en aquel tiempo. Las Badías, además de tres casas de vecinos, albergaba el ayuntamiento o concejo, la escuela -edificio más moderno todavía bien conservado-, la iglesia parroquial del siglo XVIII y el cementerio, hoy arreglado y todavía en uso. El conjunto de edificios forma una bonita plaza que conserva algunos viejos bancos de piedra, testigos en otros tiempos de animadas tertulias.

Salimos de Las Badías por la carretera que hasta allí accede y de inmediato, a la derecha, tomamos una pista agrícola en cuyo arranque veremos un panel informativo. No tardamos en dejar la pista para seguir a nuestra izquierda por un sendero que va subiendo por la ladera occidental del desnudo tozal de Monesma. El sendero nos lleva a El Puyol (1140 m.), aldea de cinco casas, una de las cuales, casa Sarroca, permanece habitada. El actual trazado del GR-1 no pasa por el castillo de Monesma, sin embargo desde El Puyol sale una pista a la izquierda que en un escaso cuarto de hora conduce hasta lo alto del tozal en que se encuentran sus restos. Subir hasta allí merece sin duda la pena.

En lo alto del tozal, a 1232 metros, encontramos lo poco que se conserva de lo que fue un recinto amurallado con forma ovalada y orientación norte-sur. De las paredes que rodeaban la fortaleza, posiblemente levantada en el siglo XI, sólo quedan algunas piedras caídas. En el extremo sur del recinto pueden verse los escasos restos de la base de la torre de vigilancia del castillo. En el extremo norte queda una parte del ábside románico de la que sería la antigua iglesia castrense, que probablemente se integraría en el perímetro de la muralla. El ábside conserva una bonita ventana en su centro. Cerca de los restos de esta vieja iglesia se levanta la ermita de Santa Valdesca, de construcción muy posterior. Es un pequeño edificio rectangular bien conservado, con la cabecera orientada al norte y una puerta meridional de arco de medio punto.

Desde el castillo de Monesma pueden contemplarse unas vistas verdaderamente excepcionales. De los numerosos castillos y torres defensivas que hay en Ribagorza, es éste el que abarca visualmente una mayor extensión de terreno. Se entiende por ello la gran importancia estratégica que el lugar tuvo en tiempos pasados.

Para continuar nuestra excursión debemos retornar a El Puyol y desde allí iniciar nuestro descenso hacia un cruce de caminos donde hay un pilaret o peirón. Desde aquí tomaremos una pista que cruza entre las sierras de La Pallaroa y Chiró. Tras un rato de bajada llegaremos al antiguo santuario de Nuestra Señora de la Pallaroa. Se trata de un conjunto de edificios entre los que destaca la iglesia, probablemente del siglo XVII, que tiene un atrio con tres arcos que servía de esconjuradero para la protección de los campos. Junto a la iglesia se conserva la casa del ermitaño y algunas otras dependencias. La Pallaroa fue sin duda un importante lugar de paso en otros tiempos.

Desde La Pallaroa el camino desciende y bordea por el lado izquierdo un extenso campo de labor. Siguiendo en dirección este, veremos sobre un cerro la aldea despoblada de La Mora de Montañana. Hasta hace poco el GR-1 pasaba junto a su caserío en ruinas. En la actualidad, el sendero ya no asciende hacia el poblado, una de cuyas casas ha sido restaurada, sino que bordea por poniente el cerro sobre el que se levanta. Atentos a las marcas, llegaremos a un bonito camino enmarcado por muros de piedras. Encontraremos sucesivos bosques de quejigos y pasaremos por varias parideras para el ganado. A nuestra izquierda veremos el profundo tajo que abre el barranco de San Juan y muy pronto asomará a lo lejos la magnífica torre de la iglesia románica de Santa María de Baldós de Montañana.

Después de muchos años de olvido absoluto, Montañana es hoy uno de los lugares más conocidos y admirados de nuestra provincia. Se trata sin duda de un extraordinario conjunto medieval, bien restaurado en fechas recientes y todavía pendiente de nuevas actuaciones. No voy a detallar aquí, ya lo he hecho otras veces, los diversos elementos arquitectónicos de gran valor que el lugar alberga. Nuestra excursión entra en el pueblo por la iglesia de Nuestra Señora de Baldós y va descendiendo hasta visitar finalmente la ermita de San Juan, al otro lado del barranco homónimo.

Un detenido paseo por el núcleo medieval de Montañana es un broche de oro para la excursión que acabamos de proponer.

Carlos Bravo Suárez

(Fotos: Castigaleu, ermita de San Antonio, Las Badias de Monesma, castillo de Monesma y ermita de Santa Valdesca,El Puyol, santuario de la Pallaroa, puerta de la Pallaroa, iglesia de Nuestra Señora de Baldós al llegar desde el GR-1, capitel sobre la lujuria de Santa María de Baldó,Santa María de Baldós, torre de la cárcel y arco medieval, ermita de San Juan de Montañana, puente medieval y pueblo, puente medieval y Montañana desde abajo).

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

sábado, 6 de junio de 2009

MIEDOS DE HOY

El país del miedo. Isaac Rosa. Seix Barral. Barcelona, 2008

El país del miedo es una novela atípica, cuya lectura provoca en muchos momentos desasosiego e inquietud. Contiene un verdadero catálogo de los diversos miedos que sufre el hombre de hoy. Sobre todo los habitantes de las grandes ciudades, donde acechan múltiples peligros supuestos o reales pero cada vez más arraigados en el subconsciente colectivo urbano. Principalmente entre quienes pertenecen a las clases media y alta y sienten crecer su sensación de inseguridad.

A diferencia de otras novelas anteriores más complejas, este último relato del joven y brillante Isaac Rosa (Sevilla, 1974) tiene una estructura más lineal y sencilla. Consta de una parte propiamente narrativa, escrita en tercera persona por un narrador omnisciente, y de otra que podría considerarse ensayística, en la que se reflexiona sobre el miedo en las sociedades modernas, unas veces en primera persona del plural y otras en forma de pensamientos o monólogos interiores de Carlos, el protagonista de la novela.

En la parte narrativa se cuenta la historia de los miedos de una familia acomodada compuesta por un joven matrimonio, Carlos y Sara, y un hijo casi adolescente llamado Pablo. Se narra principalmente la extorsión que sufren primero el hijo y después el padre por parte de un preadolescente que se crece ante la debilidad que muestran los dos extorsionados. Más aún el padre, cuyo temor paralizante, que en algunos momentos puede parecer excesivo y algo ridículo, conduce a una espiral creciente de chantajes por parte del niño extorsionador. La manera como se pone fin a esta situación la encontrará el lector al final del libro y, desde luego, le hará reflexionar sobre las soluciones que a veces permiten resolver algunos conflictos en el mundo actual.

La novela se desarrolla en una gran ciudad, sin precisar más detalles geográficos. La historia que se narra resulta así extrapolable a cualquier gran urbe de nuestro planeta. Todas ellas siguen cada vez más un modelo de crecimiento parecido, con grandes diferencias económicas entre sus habitantes y sus barrios, algunos de los cuales tienen denominación de peligrosos e inseguros.

De los viejos temores rurales al bosque, las fieras, los ogros o las brujas, hemos pasado a unos miedos urbanos potenciados por el cine y los medios de comunicación. Miedo a los barrios marginales, a los inmigrantes, a los drogadictos, a los violadores, a los pederastas o a cualquiera de las diversas versiones modernas de la violencia. Unos temores progresivos que, alimentados por la iconografía del cine y la televisión y por una amplificación mediática de la crónica negra, pueden desembocar fácilmente en psicosis y paranoias colectivas.

El país del miedo nos presenta un mundo sombrío que acecha detrás de nuestras sociedades urbanas, capaz de llegar a atenazarlas en un futuro que tal vez ya ha comenzado.


Carlos Bravo Suárez