“Niveles de vida”. Julian Barnes.
Anagrama. 2014. 152 páginas.
Julian
Barnes (Leicester, 1946) es, sin duda, uno de los mejores escritores británicos
contemporáneos. Autor de novelas, relatos y ensayos, se dio a conocer internacionalmente
en 1985 con “El loro de Flaubert”,
obra que ha sido recientemente reeditada en nuestro país. Con su anterior
novela, “El sentido de un final”,
reseñada en esta sección en 2013, ganó el premio Booker, el más importante
galardón de la letras anglosajonas, del que Barnes ya había sido finalista en
varias ocasiones. Ahora, de nuevo la editorial Anagrama y con la traducción
de Jaime Zulaika, ha
publicado aquí su último libro hasta la fecha: “Niveles de vida”, una obra
híbrida que mezcla de manera brillante y novedosa el documento histórico, la
ficción literaria y la confesión personal, íntima y autobiográfica del propio
autor.
“Niveles
de vida” se divide en tres partes que aparentemente –sobre todo la tercera con respecto
a las dos anteriores– no parecen tener demasiada relación entre sí. La parte
inicial, titulada “El pecado de la altura”, tiene el tono de una crónica
histórica referida a los primeros vuelos en globo aerostático realizados en
Francia e Inglaterra durante el siglo XIX. El principal personaje es Félix
Tournachon, conocido como Nadar, fotógrafo experimental y uno de los pioneros “de
estos vuelos que, aunque supeditados a los caprichos del viento y el clima,
representaban la libertad” para aquellos “globonoicos” iniciales.
En
la segunda parte (“En lo llano”) se cuenta la relación amorosa entre el coronel
británico Fred Burnaby y la famosa actriz francesa Sarah Bernhart. En su tercer
y último bloque (“La pérdida de la profundidad”), el relato da un giro absoluto
y se centra en el doloroso sentimiento de pérdida vivido por el propio Barnes
tras la muerte de su mujer Pat Kavanagh, a quien está dedicado el
libro. Tras treinta años juntos, un tumor cerebral acabó en pocos días con la
vida de Pat y, tras el terrible e inesperado mazazo, el desconsolado escritor reflexiona
sobre el sufrimiento y la aflicción que le produce la ausencia de su compañera.
Sobre la aflicción, escribe que se trata de “un estado humano, no médico, y
aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla –y todo lo demás– no hay
pastillas que la curen”. Sobre el final de la vida de la persona amada, dice
que en los tiempos actuales “afrontamos mal la muerte” y “ya no la integramos
como una parte de una pauta más amplia”.
Algún párrafo permite conectar la disparidad
de contenidos que presentan la primera y la tercera parte del libro: “Entonces,
¿cómo te sientes? Como si te hubieras caído desde una altura de sesenta metros,
y hubieras aterrizado con los pies por delante en un arriate de rosas, con un
impacto tan fuerte que te ha clavado en la tierra hasta las rodillas, y una
conmoción que te ha reventado los órganos internos y los ha proyectado fuera de
tu cuerpo. Así se siente uno, ¿y por qué debería parecer otra cosa?”. Como si
uno cayera desde lo alto de aquellos globos decimonónicos que se han descrito en
las páginas iniciales se siente él tras el fallecimiento de su esposa.
No
es Barnes un escritor de tintes moralistas, por eso sorprende en cierto modo
esta definición sobre el amor que tal vez nos explique el cariz de su profunda
relación con Pat: “El amor puede no conducir a donde creemos o esperamos, pero
con independencia del resultado debería ser un llamamiento a la seriedad y la
verdad. Si no es así –si su efecto no es moral–, entonces el amor no es más que
una forma exagerada de placer”.
Los
tres capítulos comienzan hablando de lo que ocurre cuando se juntan dos cosas o
dos personas nuevas. El resultado es que, para bien o para mal, el mundo
cambia. En este libro se unen diferentes géneros literarios y el resultado es
una hermosa obra literaria. En la que empezamos elevándonos al cielo en globos
aerostáticos y terminamos sintiendo el dolor y la tristeza que produce la
muerte de la persona más amada.
Carlos Bravo Suárez