“El
niño que robó el caballo de Atila”. Iván Repila. Libros del silencio. 2013.138
páginas.
Publicista,
diseñador gráfico, corrector de pruebas, editor y gestor cultural, Iván Repila
(Bilbao, 1978) debutó como novelista con “Una comedia canalla”, editada en 2012
por Libros del silencio. Esta misma editorial publicó el año pasado “El niño
que robó el caballo de Atila”, su segunda novela. Si la anterior era una
narración larga, urbana y con muchos personajes, esta es un relato corto y
desnudo, sin referencias temporales externas y con una escasa trama que transcurre
en medio del bosque y en la que solo aparecen dos personajes.
No
es fácil reseñar “El niño que robó el caballo de Atila” sin desvelar casi todo
lo que explícitamente ocurre en ella. La novela se inicia con la presencia de
dos jóvenes hermanos que se encuentran en el bosque dentro de una profunda hondonada
de la que, pese a sus sucesivos intentos, no logran salir y a la que no sabemos
cómo han ido a parar. En ningún momento el narrador, externo y omnisciente, se
refiere a ellos con otros nombres que no sean los de El Grande y El Pequeño.
Ambos sobreviven a duras penas en condiciones precarias. Comen raíces, gusanos,
larvas e insectos y beben el agua de la lluvia o la que se filtra, cenagosa e
intermitente, entre las paredes de tierra que los aprisionan. A sus escuetas conversaciones
en el fondo del pozo, se añaden los infructuosos gritos que nadie parece oír y los
sueños y monólogos que muestran cómo a su deterioro físico se añade la
progresiva pérdida de la razón y el avance de la locura contra la que ambos luchan
denodadamente. Hasta las páginas finales del libro, donde se ofrecen algunas
pistas para intentar entenderlo, se mantiene esta situación de encierro
infranqueable de los dos muchachos. Es el mayor de ellos quien prepara la única
escapatoria viable y aconseja a su hermano menor para que resista y sepa qué
debe hacer si logra salir vivo del pozo en que se hallan.
Aunque
estamos ante una novela corta, la estancia en la hondonada – prácticamente el
único escenario en que sucede la historia– se prolonga en mi opinión demasiado
y descompensa en cierta medida la estructura narrativa del relato, que por
momentos, e incluso en su brevedad, puede llegar a hacerse algo insulso. La
única referencia temporal que ofrece el narrador es la del tiempo interno de la
narración, que abarca algo más de dos meses y medio. Un periodo que puede
resultar excesivo desde el punto de vista de la verosimilitud de la supervivencia
de los dos jóvenes que disponen de tan escasos recursos a su alcance.
Enigmática
de principio a fin y difícil de interpretar, “El niño que robó el caballo de
Atila” parece tener una intención alegórica implícita. Su simbolismo puede ir
desde la identificación entre el pozo y el útero materno (“Este pozo es un
útero, tú y yo estamos por nacer, nuestros gritos son los dolores de parto del
mundo”) hasta remitir a la caverna platónica o ser simplemente una alegoría de
la necesidad de salir del pozo, la lucha por la supervivencia o la solidaridad
entre hermanos. Más oscura resulta la figura de la madre y el poco explicado papel
que desempeña en la historia.
Muy
destacable es la prosa de Iván Repila, lírica por momentos y, sobre todo,
poblada de hermosas y audaces metáforas. Tanto por su extraño contenido como
por la plasticidad y belleza de su estilo literario, estamos ante una novela
que podrá gustar más o menos a los lectores, pero que en ningún caso los dejará
indiferentes.
Carlos Bravo Suárez