viernes, 19 de noviembre de 2010

EL HORIZONTE

El horizonte. Patrick Modiano. Anagrama. 2010. 160 páginas.

Patrick Modiano (1945) es uno de mis escritores favoritos. Este es el cuarto libro del novelista francés que reseño brevemente en esta sección. Tras el éxito de Un pedigrí, Anagrama ha publicado consecutivamente en nuestro país cuatro novelas de Modiano en los dos últimos años. Dos de ellas, Calle de las tiendas oscuras y Villa Triste, habían sido publicadas en Francia en los años setenta. Las otras dos son las últimas editadas en su país y traducidas con prontitud al español. El año pasado nos llegó En el café de la juventud perdida y hace pocas fechas lo ha hecho El horizonte.

En sus veinticinco novelas escritas desde que empezó a publicar en 1968, Patrick Modiano ha creado un mundo propio y unas constantes literarias que se repiten a lo largo de su obra narrativa. Algunos lo considerarán un autor repetitivo, pero, en mi opinión, dentro de sus evidentes similitudes, hay en cada uno de sus libros unos matices y unas variaciones que hacen que su lectura sea siempre una experiencia gozosa y diferente.

En El horizonte se dan muchas de esas constantes repetidas en la literatura de Modiano. Los dos protagonistas de la novela, Jean Bosmans y Margaret Le Coz, son personajes casi evanescentes, con un pasado misterioso a sus espaldas. Ambos viven su soledad en una situación emocional y laboralmente precaria, en el anonimato y la indiferencia de la gran ciudad. Los dos viven amenazados por una parte de ese pasado que el lector y ellos mismos sólo conocen fragmentariamente, con una memoria siempre caprichosamente selectiva. En su horizonte se alejan los rostros del ayer, pero, y ésta es en cierta manera la novedad de esta novela, en el futuro esos rostros aún pueden reencontrarse.

La novela transcurre como casi siempre en París. Modiano es sin duda el novelista moderno de la capital francesa. Cita los nombres de sus calles, sus edificios, sus barrios o sus parques. Aquí los personajes huyen a la periferia urbana en busca de mayor protección y anonimato. La ciudad es vista siempre como un laberinto de calles y de gentes, como una suma de soledades y de vidas solitarias que se cruzan sin verse y que sólo el azar permite que converjan momentáneamente en algún caso.

El horizonte es también la prosa concisa y elegante de Modiano. Su frase breve, sus descripciones cortas hechas de unos pocos trazos, su adjetivación escueta pero siempre precisa y sugerente. El ritmo suave de sus historias tristes, la melancolía que destila su escritura, la extraña belleza de su mundo literario.

Para sus seguidores, leer las novelas de Modiano es siempre un lujo y una experiencia inigualable que se espera con anhelo.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 12 de noviembre de 2010

PRECARIEDAD EMOCIONAL

Lo que me queda por vivir. Elvira Lindo. Seix Barral. 2010. 272 páginas.

Elvira Lindo (Cádiz, 1962) es, desde hace unos años, una de las escritoras más conocidas y leídas de nuestro país. Tras sus inicios radiofónicos con Manolito Gafotas y sus trabajos como guionista de cine y televisión, la escritora gaditana ha destacado tanto por sus columnas periodísticas como por sus sucesivas narraciones. En su última novela, Lo que me queda por vivir, la protagonista vuelve a ser, igual que en Una palabra tuya, una mujer que, pese a algún profundo desfallecimiento vencido casi in extremis, se muestra siempre fuerte, independiente y luchadora. En este caso, es una joven madre que afronta los reveses sentimentales y la inestabilidad laboral con las energías que extrae de una intensa y salvadora relación con su hijo.

Antonia vive una maternidad atribulada con su pequeño Gabriel en el Madrid progre y desbocado de los años ochenta. Uno de los logros de la novela es la descripción de los ambientes modernos e izquierdistas de aquella década marcada por los excesos y la ortodoxia militante. Desde las drogas destructivas de los yonquis deshumanizados hasta el rechazo a todo lo ligado a una tradición que repentinamente pasó a ser considerada como obsoleta y antigua. Una magnífica muestra de esto último es el relato que se hace en el libro de la boda entre Alberto y Antonia.

La novela, narrada en primera persona por la protagonista, está dividida en ocho capítulos que no siguen un orden cronológico. El penúltimo, titulado El Huevo Kinder, fue, al parecer, el primero en ser escrito y es, en cierto modo, el embrión del relato. Esa breve historia de una noche, con la madre y su hijo en un cine de Madrid viendo Un pez llamado Wanda, podría leerse como un magnífico cuento independiente.

Lo que me queda por vivir es una novela muy urbana y madrileña. Sin embargo, hay un destacado capítulo que transcurre en el pueblo al que la familia de la entonces niña y adolescente Antonia acude con la puntualidad veraniega de tantas familias españolas emigradas del campo a la ciudad. En lo que parece un guiño literario, el pueblo se llama Valdemún, nombre que Antonio Muñoz Molina, marido de Elvira Lindo, había utilizado en su libro Sefarad. También los ambientes de la España rural de aquel tiempo, tan gregaria y toscamente masculina, aparecen aquí espléndidamente descritos.

Parece evidente que en Lo que me queda por vivir hay mucho de autobiográfico, aunque es difícil saber, y no creo que eso sea lo más importante, cuánto de su propia vida ha trasladado la autora a las páginas del libro. Es casi siempre necesario que el escritor beba de sus propias experiencias para hacer un retrato más creíble y verosímil de la época y las circunstancias que le han tocado vivir. Elvira Lindo conoce sin duda de muy primera mano todo aquello sobre lo que ha escrito en esta novela.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL CONSUELO DE LA BELLEZA


La luz es más antigua que el amor. Ricardo Menéndez Salmón. Seix Barral. 2010. 175 páginas.

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1970) es uno de los escritores más destacados y originales de la literatura española de los últimos años. Profesor de Filosofía, editor, crítico literario, incluso ocasionalmente poeta y dramaturgo, es sobre todo un magnífico narrador cuyas tres novelas anteriores (La ofensa, El derrumbe y El corrector) constituyen la que se ha denominado Trilogía del mal. En su nuevo libro, La luz es más antigua que el amor, el autor asturiano da un cierto giro respecto a su obra anterior y sorprende con un libro profundo, audaz y diferente.

La luz es más antigua que el amor se puede considerar una novela, pero tiene también mucho de ensayo sobre arte e incluso filosófico. Los principales personajes del libro son tres pintores y un escritor. Dos de los pintores son inventados: el toscano Adriano de Robertis, autor en el siglo XIV de una prohibida Virgen barbuda, y Vsévolod Semiasin, un excéntrico pintor ruso que acaba sus días encerrado en un psiquiátrico. Ambos sufren en sus carnes el afán del poder por controlar la creación artística desde intereses religiosos y políticos. El primero, por parte del futuro papa Gregorio XI; el segundo, por el dictador Stalin y el omnipresente Partido. El tercer pintor es real: Mark Rothko, el peculiar artista letón, nacionalizado estadounidense, que se suicidó en 1970 tras conocer el éxito y realizar en la famosa capilla de Houston su obra cumbre y definitiva.

El escritor Bocanegra es un claro trasunto, no sé si en todos los detalles, del propio autor de la novela. Al final del libro, cuando en un ejercicio de futuro ficción recibe en 2040 el premio Nobel de literatura ante el rey de Suecia, Bocanegra lee un magnífico discurso que es, sobre todo, una defensa de la belleza como el mejor antídoto contra la maldad humana: “Para quien asume que la realpolitik no es otra cosa que la más alta manifestación del maquiavelismo entendido como cosmovisión, el horizonte de consuelos se reduce, acaso, a uno solo: la belleza, cuyo culto es la forma más incruenta de idolatría conocida”. El arte y la búsqueda de la belleza son el contrapunto a la perversidad humana que había protagonizado su anterior trilogía narrativa. Ahora se presentan ambos polos como las dos caras posibles del ser humano. Porque, como dice Bocanegra, los poemas de Manrique y los tribunales del Santo Oficio, el David de Miguel Ángel y las soflamas de Savonarola son obra de la misma mano.

Entre esa belleza consoladora se encuentra sin duda la literatura, y libros como éste de Menéndez Salmón ocupan en ella un lugar preferente.

Carlos Bravo Suárez