lunes, 25 de septiembre de 2023

EXCURSIÓN CONJUNTA DE MAB Y CER POR EL VALLE DE ARÁN


Los clubes Montañeros de Aragón de Barbastro y Centro Excursionista Ribagorza de Graus realizamos el pasado domingo una excursión conjunta entre las poblaciones de Viella y Bosost (Vielha y Bossòst en aranés), en el valle de Arán. La actividad se enmarca en el proyecto común del llamado “Camino del destierro del obispo San Ramón”, iniciado hace ya varios años por ambos clubes. Un año más, y ya van seis, la propuesta conjunta obtuvo una exitosa respuesta y contó con la participación de 54 excursionistas.

Los participantes del club barbastrense salieron de la capital del Somontano en autobús a las 7 horas y recogieron a los del CER en Graus a las 7.30, para seguir por carretera hasta Viella, donde poco antes de las 9,30 iniciamos la excursión andando. Siempre en dirección al norte, nos dirigimos hacia Bosost, pasando durante el camino por las poblaciones de Gausac, Es Bordes y Era Bordeta y flanqueando el río Garona, primero por la margen izquierda y luego por la derecha, pasando de una a otra por el denominado Pònt deth Saut deth Lop o Puente del Salto del Lobo. Un poco antes, en el Pònt de Arròs, habíamos hecho una parada para el almuerzo. El camino tuvo tramos de pista asfaltada, pista de tierra, calles de pueblos y sendero más estrecho. A lo largo de la caminata, nos cruzamos con algunos paseantes y numerosos ciclistas y disfrutamos en buena parte del recorrido de espesos y sombríos bosques, verdes, húmedos y musgosos. También recibimos por nuestra izquierda diversos torrentes y las aguas del Río Joèu, que procede de la Artiga de Lin y toma su caudal del que se filtra en el Forau de Aigualluts, en el valle de Benasque.

Sobre las 14.30 horas llegamos a la bella localidad de Bosost, donde destaca su magnífica iglesia románica de la Purificación. Allí hicimos una larga parada antes de emprender el viaje de regreso en autobús. La distancia de la excursión fue de 18 km, con un desnivel positivo de 200 m. y uno negativo de 550, y en ella invertimos cinco horas. Habíamos disfrutado de un bonito día de excursionismo, con una buena temperatura y una agradable convivencia entre los participantes. En el próximo año, tenemos intención de realizar las dos etapas que nos restan del Camino de San Ramón, que culminaremos en la localidad francesa de Saint Bertrand de Comminges.

https://www.diariodelaltoaragon.es/noticias/deportes/2023/09/20/excursion-conjunta-de-mab-y-cer-por-el-valle-de-aran-1679124-daa.html?fbclid=IwAR3e41EMq5aKKq6SalPc5vWPsr2KdhQ4_Fb6xe49SV3P-CXoB-fPGtHJNO4 

domingo, 17 de septiembre de 2023

LA VIDA DE OPPENHEIMER

Julius Robert Oppenheimer (Nueva York, 1904 - Princeton, 1967) fue una destacada figura histórica del pasado siglo XX. Sobresaliente físico teórico y brillante profesor de la Universidad de Berkeley, es considerado como “el padre de la bomba atómica”. Oppenheimer lideró el Proyecto Manhattan que llevó al diseño y confección de las primeras bombas atómicas, dos de las cuales fueron lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, con los efectos devastadores de todos conocidos. Recientemente, se ha estrenado en todo el mundo la película “Oppenheimer”, dirigida por Christopher Nolan y protagonizada Cillian Murphy, que ha vuelto a poner de actualidad la figura del controvertido científico estadounidense. La película está basada en el libro “Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, de los autores Kai Bird (1951) y Martin J. Sherwin (1937 – 2021), que fue publicado en Estados Unidos en 2005 y ganó el prestigioso Premio Pulitzer del año siguiente. Ahora, la editorial Debate ha publicado en nuestro país esta monumental biografía con traducción al español de Raquel Marqués García.

“Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” es una extensa y exhaustiva biografía, producto de un amplísimo y minucioso trabajo de investigación realizado durante más de treinta años por sus autores, que entrevistaron a familiares, amigos y colegas y tuvieron acceso a los archivos del FBI y a cintas con discursos e interrogatorios y documentos privados del famoso científico. Escrito con una prosa ágil y brillante, a pesar de su extensión, el libro resulta ameno y entretenido, a la vez que riguroso, instructivo y didáctico.  A lo largo de sus más de ochocientas páginas, recorremos con detalle la vida de Oppenheimer, desde su nacimiento en Nueva York en 1904 hasta su muerte por un cáncer de laringe en 1967.

 Conocemos sus orígenes familiares como hijo mayor de una familia de emigrantes judíos alemanes enriquecidos por la importación de tejidos, sus inicios como destacado estudiante tanto en las ciencias como en las humanidades, su difícil adolescencia, su brillantísima carrera universitaria en Harvard graduándose en un tiempo record y con la máxima calificación, su voracidad lectora y su afición a la filosofía, la ética, la poesía o el hinduismo, sus varios postgrados en distintas universidades europeas, sus juveniles inquietudes sociales y sus aproximaciones al partido comunista estadounidense y otras organizaciones de izquierda, su ayuda económica a los republicanos españoles, su trabajo como profesor universitario, su estrecha relación con su hermano Frank, sus escapadas a Nuevo México y su afición a las excursiones por el desierto y a la navegación, sus relaciones sentimentales y su matrimonio con la bióloga Kitty Puening con quien tuvo un hijo y una hija, su trabajo liderando el Proyecto Manhattan que –con el deseo de adelantar a Hitler en su búsqueda de un arma decisiva– consiguió desarrollar en la ciudad laboratorio de Los Álamos las primeras armas nucleares de la historia durante la Segunda Guerra Mundial, sus escrúpulos morales y éticos tras el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, su oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno, su posición como asesor jefe en la Comisión de Energía Atómica a favor del control internacional para evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentística entre Estados Unidos y la Unión Soviética, su caída en desgracia y el proceso –impulsado por su enemigo Lewis L. Strauss– abierto contra él en plena caza de brujas del macartismo y que concluyó con la retirada de sus credenciales para poder trabajar en investigaciones científicas estatales tras ser acusado de supuestos contactos con el partido comunista, la rehabilitación de su figura y el reconocimiento de su prestigio e integridad moral y patriótica bajo la presidencia de John F. Kennedy, su alejamiento de la vida pública y su muerte prematura tras un cáncer consecuencia de su condición de fumador empedernido a lo largo de toda su vida.

El libro iba a titularse “Oppie”, abreviatura con la que cariñosamente era conocido Oppenheimer, pero sus autores decidieron finalmente decantarse por  el de “Prometeo americano”, haciendo referencia al personaje de la mitología griega que robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos y pagó después cara su osadía siendo condenado a sufrir un terrible y continuado castigo. La historia de Prometeo se cuenta en la tragedia “Prometeo encadenado”, atribuida con algunas dudas sobre su autoría al dramaturgo griego Esquilo. El subtítulo “El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” hace referencia a las dos caras de la vida del controvertido y ambiguo personaje.

El libro de Bird y Sherwin, dividido en cinco partes y con una amplia galería de imágenes y fotografías en su parte final, es una completa y extraordinaria biografía sobre un personaje clave de la historia del siglo XX, que resume en cierta manera la historia de su país y de un periodo crucial de la historia de la humanidad. Y que abrió un debate, completamente vigente en nuestros días, sobre los avances y descubrimientos de la ciencia y las obligadas reflexiones éticas y morales que conllevan ante sus posibles consecuencias posteriores.

“Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”. Kai Bird y Martin J. Sherwin. Editorial Debate. 2023. 864 páginas.


 [cbs1]

miércoles, 6 de septiembre de 2023

DE TORRES DEL ABAD DE SAN VICTORIÁN A TORRES DEL OBISPO

Panorámica de Torres del Obispo
El Campanal, o campanario, de Torres del Obispo
Iglesia parroquial y plaza Mayor de Torres del Obispo

Torres del Obispo, localidad hoy incluida en el municipio de Graus, no ha tenido siempre la denominación toponímica con que se la designa en la actualidad. El sustantivo Torres, derivado del latín “turris” (con el significado de “torre, castillo o población fortificada”), utilizado coloquialmente a secas por sus habitantes, se ha visto casi siempre acompañado en sus denominaciones oficiales por un complemento encabezado por la preposición “de” con el significado general de “perteneciente a”. Aunque ha habido otras denominaciones más efímeras, dos han sido las principales para referirse a la población: Torres del Abad de San Victorián y Torres del Obispo. Vamos a ver en este artículo en qué momentos cronológicos se han utilizado ambas denominaciones y cuáles fueron las causas del paso de una a otra y en qué circunstancias históricas y sociales se produjo esta transformación nominal.

Como a finales del siglo XIX afirmaba el cronista local Ramón Burrel (1), es muy probable que el rey aragonés Ramiro I conquistara a los árabes la plaza ribagorzana de Torres del Obispo en el año 1063, después de la toma de Benabarre y justo antes de que el propio monarca encontrara la muerte ese mismo año en su fallido intento de ganar Graus. Pero esta fecha no está documentada y la conquista bien podría haberse producido unos años más tarde y ser un eslabón más en la asfixia a la que el nuevo rey, Sancho Ramírez, que no deseaba repetir los errores de precipitación de su padre, estaba sometiendo al castillo grausino. Al parecer, el lugar fue repoblado y organizado hacia el 1078; por lo tanto, ya estaría conquistado en esta fecha, cuando el citado Sancho Ramírez concedió a Gombau Ramón de Capella el vecino pueyo o cerro de Castarlenas. En las afrontaciones son consignadas la Torre de Asner Moret y la Mata de Torres. Poco después, este mismo rey dio a Sancho Tomás de Torre de Ésera y a Baró Mir un capmás al Pueio de Sus (tal vez el nombre anterior de Pueyo de Marguillén)  y tres más al castillo de Turino, tal vez Torres, con diezmos, primicias y oblaciones (2).

Cuando Graus fue por fin conquistado en 1083, la villa fue otorgada por Sancho Ramírez al monasterio de San Victorián de Asán, en Sobrarbe, del que pasó a depender. Según se deduce de un documento de unos años más tarde, también Torres se convirtió en pertenencia del monasterio asanense y, por ello, comenzó a denominarse Torres del Abad de San Victorián. Este documento está fechado en Monclús en noviembre de 1094 y en él se dice que Pedro I de Aragón y Ribagorza donó a Santa María de Obarra y al monasterio de San Victorián de Asán la "ecclesiam Sancta Maria cum ipsa sua parrochia et illa que dicitur Turris ab integro". Es decir, la iglesia de Santa María y la parroquia llamada Torres íntegra, con los diezmos, las primicias, las oblaciones y los derechos de defunción. También le dona toda la villa, con las tierras, viñas, edificios, árboles, aguas, acequias, molinos, prados, y muchos otros bienes inmuebles que tenía y que en el futuro pudiera adquirir. Además de eso, concedió que todos los rebaños pudieran pastar libremente en los dominios reales, sin pagar herbaje ni carnelaje (impuestos por la hierba y por la carne) y, asimismo, que los hombres pudieran aprovechar la madera del bosque. Finalmente, hay que subrayar que este documento confirma la donación "sicut olim jam antecesores mei dederant predictam ecclesiam et villam de Torres de Sancta María de Obarra" (3). En este documento se observa que el pueblo es llamado Torres de Santa María de Obarra; a partir de este momento, y para dejar clara su nueva dependencia, adquiere la denominación de Torres del Abad de San Victorián.

Según el ya citado Ramón Burrel, quien se basa sobre todo en que así lo ha transmitido la tradición local a lo largo de generaciones, el pueblo habría sido una importante plaza de la orden religioso-militar de los templarios. Este hecho no puede afirmarse con rotundidad ni documentarse, y el mencionado cronista local no aporta argumentos demasiado sólidos; pero la tradición lo ha transmitido con empeño y también en la Historia de Barbastro de López Novoa, escrita en 1861, al referirse a Torres del Obispo, entre otras cosas, se dice que "su iglesia parroquial, antes colegial, fue convento de templarios" (4).

Tras ese posible periodo de presencia de la Orden del Temple, el lugar sería restituido al abadiado de San Victorián de Asán. Torres del Obispo era la posesión situada más al sur y la más alejada del propio monasterio de las muchas que dependían de la abadía sobrarbense. En un documento fechado en agosto de 1307 y recogido en el libro Los monasterios medievales de Aragón, de Agustín Ubieto, al establecer el rey Jaime II lo que el monasterio de San Victorián debía cobrar por sus villas, se hace mención expresa de todas ellas, en su mayoría situadas entre los ríos Cinca y Ésera, y en la relación ya aparece Torres, escrito sin ningún complemento del nombre añadido. Se trata, como hemos referido, del pueblo más alejado del monasterio. De la zona geográfica más próxima al mismo, sólo aparecen citados Torrelabad, Torre de Ésera y Graus (5).

En el interesantísimo libro de Antonio Serrano Montalvo La población de Aragón según el fogaje de 1495, Torres, que consta como perteneciente al monasterio de San Victorián, tenía en ese año dieciocho fuegos, es decir, dieciocho casas, que a una media de unas cinco personas por casa daría un total de unos noventa habitantes. Lo más interesante de este documento es que se citan los nombres de esos dieciocho vecinos (cabezas de familia) del lugar, por este orden: Primo mossen Johan Garriz (rector), Johan de Santa Olalia (bayle), Miguel de la Clusa, Domingo Cepiello, Betrán de la Portella, Sancho Naval, Jaume Piquer, Ramón lo Mujerrez, Johan de Terlión, Johan Bonet, Jaume Frago, Pedro Xristoval, Tristán Moncal o Montal (miserable), Antoni Ferrer (miserable), Ramón de Font (miserable), La de Miranda (miserable), Arnau Guillem (miserable) y Martín el Vizcayno, (miserable). En una nota se dice que, en un principio, se les olvidó nombrar a tres miserables que no tenían qué comer, y que eran Tristán Montal, Antoni Ferrer y Ramón de Font. Esta expresión "miserable" se utiliza para referirse a su condición de pobres de solemnidad y vemos que de las 18 casas del pueblo, 17 si descontamos la del cura, seis eran muy pobres y tres de ellas tanto que no tenían ni para su sustento. Algunos de los nombres como Clusa (Cllusa, en el habla local), Frago, Naval o Portella son denominaciones de casas del pueblo que han llegado hasta la actualidad, o al menos hasta hace muy pocos años, y de las que los citados serían posiblemente antepasados hace ya más de quinientos años (6).

Entre los muchos informes que se redactaron en el siglo XVI, Ubieto, en su ya mencionado libro, cita uno del canónigo Pérez de Artieda que dice, entre otras cosas, que "San Victorián es el monasterio más antiguo deste reyno y que tiene su distrito que llaman el Abadiado de San Victorián, el cual tiene de largo seis leguas, contando desde Gia hasta Torres más abaxo de Graus, y en ancho otras tantas dende La Espuña hasta Obarra, dentro del cual el abad exercita jurisdicción espiritual y en sus lugares propios de vasallos la temporal, excepto en los lugares de Rivagorza (escrito así con v), y para el exercicio del espiritual tiene su oficial en la villa de Graus, puesto que dentro del dicho distrito tiene el obispado de Lérida algunos lugares de su jurisdicción estando entremezclados unos con otros y en muchos que son del abadiado tiene también jurisdicción espiritual y colación de beneficios el dicho obispo y asimesmo hay entremezclados algunos del priorato de Roda" (7). Sabemos que en Graus las disputas por el poder temporal sobre la villa (la dependencia religiosa se mantuvo hasta mucho más tarde) culminaron con un importante pleito entre la abadía asanense y el conde ribagorzano, que un arbitraje resolvió a favor del segundo en el año 1480 (8). En el siglo XVI, los litigios son entre el conde de Ribagorza y el propio monarca Felipe II, y esta disputa por la jurisdicción de Ribagorza dio lugar a las cruentas guerras civiles que ensangrentaron el condado durante parte de dicha centuria.

En un informe de 1549, citado por Manuel Iglesias Costa en su Historia del Condado de Ribagorza, y realizado con motivo de la visita al condado del propio conde titular don Martín Gurrea y Aragón, se alude al pueblo como Torres de San Victorián y se dice lo siguiente, que intento transcribir con comas, que no aparecen en el documento citado por Iglesias, y donde suprimo algunas referencias poco claras: "Comparecieron Sebastián Santolaria, bayle del lugar de Torres de San Vitorián, [parece probable que este Sebastián Santolaria fuera descendiente del Johan Santolaria que aparece también como bayle del lugar en el informe de 1495]; Pedro Frago, [descendiente del Jaume Frago de 1495], jurado; Juan Bidal, prohombre; y consejeros, personas elegidas por el concejo general del dicho lugar. Respondieron que el lugar es del abadiado de San Victorián y son veinte y nueve vecinos y que la jurisdicción criminal es del señor conde y que ésta han visto ejercitar y que la apelación en lo civil han oído decir que también es del señor conde. Tiene en dicho lugar su señoría hueste y cabalgada y junta de homicidios y otras calonías. Hay bayle, justicia y dos jurados y el bayle pone el abad y jurados y el bayle pone el justicia. Hay tres infanzones llamados Sebastián Santolaria, Francisco Navarro y Juan Miguel Montart". (9). De este documento, que no olvidemos se hace para que el conde reivindique su poder y su autoridad sobre los diversos lugares del condado, observamos que se dice que éste, el conde, tiene cierta jurisdicción sobre el lugar, pero que el bayle (el alcalde) del pueblo, según parece entenderse, es nombrado por el abad; por lo tanto, en algunos aspectos, el conde tiene jurisdicción sobre la población, pero en otros la mantiene todavía el prelado asanense.

Pero hay más. En 1554 se realiza un censo a raíz de una sentencia dictada por la audiencia de Zaragoza a favor del conde don Martín de Gurrea y Aragón en respuesta al recurso presentado contra la pretensión real de Felipe II de incorporar el condado a la Corona. Como hemos dicho, este pleito será el origen de las sangrientas guerras civiles ribagorzanas. Este censo, también citado en su ya referido libro por Manuel Iglesias (10), y considerado por éste como muy fiable, se realiza tras recorrer don Martín, pueblo a pueblo, todo su condado y es, como dice Iglesias, el censo de la época conocido de mayor precisión. En él, aparece Torres del Abad entre los lugares del condado que son “de Señores de Iglesia”, lo que quiere decir que Torres pertenecía al abadiado de San Victorián, pero donde el conde tiene jurisdicción criminal y cierta pretensión en apelación de la civil y otros derechos, con una población de cincuenta fuegos (unos 250 habitantes). El incremento de vecinos es muy notable respecto al informe de sólo cinco años antes; por lo tanto, alguno de los dos podría ser erróneo. Sabemos que muchos censos no se ajustaban a la realidad porque, cuando se realizaban para recaudar impuestos, había vecinos que se ocultaban o incluso huían de la población. Sin pretender enredarnos en la fiabilidad de estos censos e informes, constatamos sus diferencias y observamos la situación de Torres que, como la de Graus, es de pertenencia todavía al monasterio de San Victorián, aunque sometido cada vez en más aspectos a la jurisdicción del conde de Ribagorza.

El censo anterior queda confirmado en otro informe de 1566, y en la posterior bula pontificia de 1571, citados por Ubieto en su libro sobre los monasterios de Aragón (11),  donde se detallan los cincuenta y cuatro lugares del señorío monástico de San Victorián y los tres monasterios-prioratos (además del propio de San Victorián, los de San Pedro de Tabernas y Santa María de Obarra), que alcanzaban hasta 925 vecinos, es decir, fuegos o casas, destacando el conjunto de Graus, con 300, al que sigue Torres con 50. Esta cifra, como decimos, coincide con el censo de 1554 citado por Iglesias Costa. El abadiado ejercería en ese momento su potestad sobre una población de entre 4000 y 5000 habitantes.

En el año de 1571, mediante una bula pontificia firmada por Pío V, el día 28 de junio se creaba la nueva diócesis de Barbastro y el abadiado de San Victorián perdió la jurisdicción sobre casi todos los lugares citados. Por consiguiente, Torres dejó de pertenecer a dicho monasterio para pasar a formar parte del obispado de Barbastro y, por ello, ya en 1575, adquiere su nombre moderno de Torres del Obispo.

En resumen, durante un largo periodo de unos cinco siglos (con el referido posible paréntesis templario), el lugar actualmente denominado Torres del Obispo se llamó Torres del Abad de San Victorián, por ser pertenencia, la más alejada geográficamente del centro monástico, de un extenso y poderoso abadiado. Hemos visto cómo, en ese largo periodo de tiempo, se hace necesario aclarar en ocasiones las competencias que sobre el lugar tienen el abad asanense, el conde ribagorzano o el propio monarca, y cómo ello generó una serie de conflictos que a buen seguro alterarían en muchos momentos la tranquilidad de esta población ribagorzana.


NOTAS:

(1) Ramón Burrel, Relación histórica y monografía del lugar de Torres del Obispo, Imprenta de José Perales, Madrid, 1899.

(2) VV. AA, Ribagorça. Catalunya Romanica,  Barcelona, 1998, pp. 540 y 541. Las líneas referidas a Torres del Obispo son obra de Joan Albert Adell Gisbert. Encontramos en ellas mención a una primera noticia de Torres que dataría de finales del primer milenio, cuando "el presbítero Baró fundó San Julián de Capella y de inmediato, con la citada iglesia, él mismo, se entrega al monasterio de Santa María de Torres y al abad Adroer para seguir la vida. monacal; de esta comunidad mozárabe, no se ha localizado ninguna otra noticia" Hasta aquí la cita que, unida a la presencia de un árbitro mozárabe en la resolución del litigio entre Juseu y Aguinalíu por la posesión de un pozo salinar, permite, con todas las reservas, pensar en la existencia de una importante comunidad mozárabe en la zona e incluso en un monasterio cristiano como pudiera ser el de Santa María en Torres.

(3) Adell Gisbert: op. cit. p. 541.

(4) Saturnino López Novoa, Historia de Barbastro, Sociedad Mercantil y Artesana y Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1981, Tomo II, pp. 376 y 377.

(5) Agustín Ubieto Arteta, Los monasterios medievales de Aragón. Función histórica, Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1999, pp. 84 a 90.

(6) Antonio Serrano Montalvo, La población de Aragón según el fogaje de 1495, II, Sobrecullidas, IFC et alii, Zaragoza, p. 378.

(7) Ubieto Arteta, Agustín: op.cit. pp. 86-88.

(8) José Mª Ariño, Sentencia arbitral en la villa de Graus. 1480 Diario del Alto Aragón, Suplemento Domingo, 6 de mayo de 2001.

(9) Manuel Iglesias Costa, "Historia del Condado de Ribagorza", Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2001, p. 382.

(10) Iglesias Costa: op. cit, p. 430.

(11) Ubieto Arteta, Agustín: op.cit., p. 88.

(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus de 2023)


domingo, 3 de septiembre de 2023

CAMPOS AZULES

Julia Soria nació en 1949 en La Mallona, una pequeña y hoy casi deshabitada aldea soriana perteneciente al municipio de Golmayo. Cuando apenas tenía dos meses, sus padres emigraron a Barcelona, donde pasó su infancia y sus primeros años de juventud. Se enamoró y se fue a vivir a París con su novio francés. Por traslado laboral de su marido, vivió en Brasil quince años en Río de Janeiro. Divorciada, volvió a España, trabajó en Madrid y se licenció en Traducción e Interpretación. Recientemente, se formó como narradora en la Escuela de Escritura del Ateneo de Barcelona. Con 73 años, la exquisita Alba Editorial ha publicado recientemente su primera novela, “Campos azules”, en la que rememora una estancia con sus abuelos en su localidad natal soriana, cuando la escritora tenía once años y la España rural daba sus últimos coletazos antes de su masiva despoblación.

 “Campos azules”, de título con reminiscencias machadianas, está narrada en primera persona y se nutre principalmente de las propias vivencias de la autora. Aunque, como ella misma ha señalado, hay también obviamente en la novela algunos elementos de ficción que condimentan acertadamente la condición literaria del texto. El relato se inicia cuando la narradora, una mujer de sesenta años en ese momento, viaja junto a su hermano al pueblo de Soria en que nació para intentar arreglar la abandonada casa familiar y ayudar así a su madre en su propósito de venderla mejor. En su estancia en la ruinosa vivienda, afloran en la narradora los sentimientos y los recuerdos del pasado a través de un cuaderno que ella escribió siendo niña. El relato se traslada a los años 60 del pasado siglo XX, cuando Julia tenía once años y para intentar curarse de una enfermedad fue enviada por sus padres al pueblo, donde vivió una estancia de ocho meses en casa de sus abuelos maternos. Allí, descubrió la vida rural de aquella época en que las duras labores del campo y el incesante trabajo familiar ocupaban plenamente el tiempo de los hombres y las mujeres del pueblo. Entre los diferentes personajes de la narración, emerge con fuerza la figura de la abuela, verdadera bastión de la familia, una mujer sencilla y analfabeta, cuya fortaleza y sabiduría deslumbran a la niña y con la que esta mantendrá siempre un poderoso vínculo afectivo. Julia es una chica de ciudad encandilada por la vida del pueblo que, además del nacimiento del primer amor, vivirá también una trama detectivesca, con tintes de drama rural, que ella misma intentará desentrañar en una investigación con los demás niños del pueblo.

Escrita con cierta melancolía pero sin sentimentalismos superfluos, con mucha delicadeza y sencillez y con una prosa sólida y bien construida, que incluye palabras y expresiones propias del lugar,  “Campos azules” es, en buena medida, una hermosa crónica de un periodo reciente de la historia de nuestro país. De la vida rural de una época en que los pueblos aún estaban llenos de vida, de los duros trabajos agrícolas, antes de la llegada de las máquinas y de la emigración masiva a la ciudad, del trabajo abnegado, constante y callado de las mujeres (desde la colada hasta hacer el pan), de las palabras justas, de los silencios, de unos personajes recios y nobles y “poco demostrativos” de sus sentimientos… Pero también de la irrupción de la violencia y la brutalidad, de la intransigencia y la crueldad más despiadada con quienes se apartaban de las estrictas normas morales del momento. De un pasado que quienes tenemos ya ciertos años hemos visto en sus estertores y del que sin duda procedemos. Como procede de él la autora del libro: “Me conmueve pensar que mi verdadera identidad está ahí. De esos garbanzos, de ese salvado y de ese trigo provengo. De la sencillez de una vida difícil y del esfuerzo de unas personas que labraron algo más profundo que los surcos de la tierra”.

A partir de sus recuerdos y vivencias, Julia Soria ha recreado de manera fidedigna y realista la vida rural de un pequeño pueblo de la meseta castellana, el inicio de una nueva vida con sus padres en una Barcelona a medio construir en sus barrios destinados a la primera emigración procedente de otros lugares de España y el desmoronamiento de esa España rural, luego vacía y vaciada, que hoy lucha por renacer de sus cenizas. Además de una hermosa crónica, “Campos azules” es un homenaje, lleno de ternura y agradecimiento, a aquellos hombres y mujeres del campo que, desde su forzada ignorancia, su sencillez y su trabajo abnegado, forjaron lo que luego fuimos y contribuyeron a construir un futuro mejor, en el que tal vez hemos olvidado en demasía los sólidos valores que ellos atesoraban y que a su manera nos legaron.

“Campos azules”. Julia Soria. Alba Editorial. 2022. 320 páginas.