Entre las varias novelas que he leído en los últimos meses, ha habido una que me ha sorprendido por su singularidad y alejamiento de las líneas narrativas más convencionales. Se trata de "Níquel", escrita por Francisco Ferrer Lerín, nacido en Barcelona y residente desde hace un tiempo en la villa pirenaica de Jaca. El libro, que tiene como veremos muchos elementos autobiográficos, fue publicado por la zaragozana Mira Editores en abril del recién terminado 2005. Su lectura, a pesar de la dispersión a la que, de una manera pretendida, tiende su trama, no deja indiferente al lector. Se trata de una novela algo miscelánea en la que se produce una mezcla de elementos formales y de contenidos narrativos que constituyen un rico, sugestivo y por momentos inquietante cóctel literario.
Debo reconocer que poco sabía de su autor antes de que "Níquel" cayera en mis manos. Solamente algunas vagas referencias a su condición de poeta y su vinculación con el grupo de los novísimos, del que en la solapa de la novela que comentamos se dice que Ferrer fue padre nutricio. A través de su completa página web (http://www.ferrerlerin.com/), he descubierto algunos datos biográficos que ponen de manifiesto las muchas similitudes entre las vivencias del autor y las peripecias del protagonista de la novela. Las variadas y heterogéneas experiencias personales del escritor han sido convertidas en materia literaria con el resultado de una novela audaz y diferente, singular y llena de originalidad, aunque tal vez con algún pequeño desaliño estilístico en alguno de sus pasajes. Francisco Ferrer Lerín nació el 1 de enero de 1942 en Barcelona. Era hijo de un acomodado dentista y recibió sus primeros estudios en los jesuitas de Sarriá, donde sus laureados escritos escolares aparecían en la revista "San Ignacio". Su escasa religiosidad hizo que acabara siendo despedido de ese prestigioso colegio católico barcelonés. Empezó después la carrera de medicina y dio sus primeros pasos como poeta. En 1964 apareció su primer poemario "De las condiciones humanas", y en 1971 publicó en la editorial Ocnos "La hora oval", obra finalista del premio Maldoror de poesía. La colección de cuentos y poemas "Cónsul" vio la luz en 1987.
En 1970 se matriculó en Filología Hispánica y a sus aficiones literarias hay que sumar su gran pasión por la ornitología que aparece profusamente en "Níquel", sobre todo en sus muchas referencias a las aves rapaces. Su otra afición, compulsiva en esos años y también muy presente en la novela, fue el póquer. En 1967 se desplazó a Jaca como ornitólogo en el Centro de Biología Experimental del CSIC con la intención de convencer a las autoridades locales de la necesaria recuperación de los muladares o comederos de aves carroñeras. El objetivo era evitar la desaparición del buitre leonado, por aquellos años en peligro de extinción en nuestra península. Ante las dificultades encontradas en ese empeño, se vinculó a prácticas clandestinas de transporte de carroña. Como ornitólogo, trabajó para ICONA en el Plan de Recuperación de Población de Grandes Aves Rapaces Carroñeras en los puertos de Tortosa-Beceite y en los Pirineos oscense y leridano. En los 80 fue director de la Escuela Taller del Serrablo y más tarde creó una empresa de rehabilitación de edificios de estilo montañés. Es miembro de la Sociedad Española de Ornitología y del Grupo Mundial de Trabajo sobre las Rapaces y ha escrito en diversas publicaciones especializadas. Actualmente reside en Jaca y ha terminado un "Bestiario", aún sin publicar, consecuencia de sus estudios sobre ornitónimos en el Diccionario de Autoridades. También tiene preparada para su posterior publicación su segunda novela "La bestia de Gévaudan", que, según se anuncia en la solapa de "Niquel", cierra el círculo carnicero en su temática.
Tras la sorpresa que me produjo la lectura de la novela, busqué los datos que acabo de resumir sobre un escritor que, además de una gran originalidad literaria, mostraba un conocimiento directo de algunos territorios del Alto Aragón que son familiares para mí. Como he señalado, descubrí en esas informaciones que Pablo Amatller Moragas, el protagonista de "Niquel", estaba inspirado en el propio Ferrer Lerín, y que muchas de las extrañas peripecias de Paolo, como se le llama en el libro con frecuencia, habían sido vividas por Ferrer y pasadas por el filtro literario hasta su conversión en atractivo personaje de ficción.
Pablo Amatller nace en Barcelona en una familia acomodada que, abandonada por el padre y tras unas inversiones poco afortunadas, queda en situación económica precaria. El joven Paolo debe dejar los estudios de medicina y buscar recursos pecuniarios en los verdes tapetes del juego. Su afición a los naipes y la ornitología absorberán su tiempo y le harán protagonista de situaciones sorprendentes. La defensa de las aves carroñeras le lleva a la militancia activa en la creación de muladares donde depositar cadáveres de animales que sirvan de alimento a las rapaces. En esa lucha conocerá a Ugalde, mezcla de ecologista y magnate de prácticas mafiosas, y tropezará con la incomprensión y el boicoteo de los rudos payeses de una época en que la ecología era una absoluta rareza. La situación deriva en violencias respectivas que culminan con la muerte en atentado del gobernador civil de Lérida. Para escapar de las acusaciones y poder pagar su defensa judicial Pablo vuelve a recurrir al póquer, pero una inoportuna cucaracha, caída del techo sobre la mesa de juego en el momento más inoportuno, le impide ganar el dinero necesario y le precipita en una deuda impagable. Sale del atolladero aceptando un trabajo como espía para una organización que pretende que España no se aleje de los intereses estadounidenses en unos momentos de guerra fría y de inminente final de la dictadura. Su primer encargo es conocer las opiniones de los militares y las relaciones mutuas entre éstos y la sociedad. Para ello se le envía a una pequeña ciudad con gran presencia militar que, aunque nunca es citada por su nombre, se identifica como Jaca. La situación culminante en su trabajo de espía se produce en 1973 tras el atentado que mató a Carrero Blanco: Paolo y su superior Susana escoltan hasta Portugal a los supuestos asesinos del almirante y todo termina con las muertes de éstos y del jefe de Pablo en un enigmático final de recorrido. Amatller continúa su trabajo, ya menos arriesgado, en varias editoriales desde donde debe "mejorar la opinión del pueblo español acerca de los Estados Unidos de América". La novela llega a su fin cuando el protagonista conoce la muerte de su padre y decide coger, en la Estación del Norte de Barcelona, un tren directo que le lleve hasta no se sabe muy bien dónde.
El telón de fondo cronológico del libro abarca principalmente la década de los sesenta - con dos mínimos retrocesos a 1958 y 1956 - y los primeros setenta, hasta el mes de diciembre de 1973 en que se produce el referido atentado contra Carrero. Los hechos narrados en relación con la muerte del almirante, producida tras su entrevista con Henry Kissinger, son, cuando menos, sorprendentes, y apuntan a una interpretación del suceso muy diferente de la oficial. Sólo el breve capítulo final alarga la secuencia cronológica desde 1974 a 1986, año en que termina la novela.
Uno de los pasajes del libro que más han despertado mi interés es aquél que se produce cuando Pablo Ametller atraviesa el Pirineo camino de Francia. En una parada llena de inquietantes sorpresas en el alto de Monrepós, nuestro personaje recibe la misteriosa visita de un pastor y descubre los restos de un niño depositados en una caja. Desde allí, el personaje se desplaza al lado francés, donde la existencia de una momia de cocodrilo en la catedral de Saint Bertrand de Comminges y las referencias a los dragones de la Galia, uno de los cuales fue domesticado al parecer por el obispo que da nombre a la localidad, permiten al novelista crear un momento de especial intensidad y misterio cuando en un paraje cercano a la población, en una noche iluminada por la luna llena, "de pronto, puntual, inmisericorde, aterrorizándonos, un vagido, un brutal lamento de recién nacido, algo no soportable, con una fuerza desgarradora y sobrehumana, asciende del fondo del valle, de un punto impreciso, perdido en la maraña inextricable que envuelve el río y su entorno palustre". El misterio profundo del instante recrea una atmósfera que recuerda, en cierto modo, los inquietantes relatos de H. P. Lovecraft, ambientados en lúgubres tierras pantanosas habitadas por extraños reptiles ancestrales.
Para terminar, reproduciré la descripción del paisaje que Pablo Ametller contempla desde lo alto del puerto de Monrepós cuando en 1967 atraviesa la cordillera pirenaica en el misterioso viaje que acabamos de referir: "El ascenso al puerto de Monrepós, viniendo del sur, se produce de modo repentino. La carretera zigzaguea paralela al río Isuela y se mantiene en una cota relativamente baja con los amenazadores paredones de las sierras exteriores del Prepirineo siempre enfrente. Avanzando, siempre en llano, el coche enfila lo que se adivina como un paso, un desfiladero, un tajo que las aguas excavaron en la sierra de Gratal y que, a la izquierda, preside el Pico del Águila. Se atraviesan muchos túneles - el viajero, desconocedor de la ruta, no ha tenido la previsión de contarlos -, se llega a la presa del veterano embalse de Arguis, se vuelve a ascender por una arriesgada y pendiente pista y al fin se alcanza el puerto. Mil doscientos ochenta y cuatro metros de altitud que parecen haber sido ascendidos de golpe desde el nivel del mar, desde el nivel cero. Pero el panorama es impresionante. Pocas perspectivas habrá en Europa de tal magnitud y espectacularidad que puedan ser abordadas desde un camino asfaltado. Gran parte del Pirineo oscense, la totalidad del zaragozano y el sector oriental del navarro, gracias al ángulo logrado por la distancia y altura, pueden ser observados a la perfección, diferenciándose, de sur a norte, la depresión entre las sierras exteriores -Monrepós se sitúa en su cresta - y las sierras interiores, la cara solana de las sierras interiores que por muchos son tomadas por el propio Pirineo, y el Pirineo axial, el Pirineo sensu stricto, a menudo de menor altitud que el Prepirineo y detrás, cuando lo permite el ángulo, se vislumbran picos y macizos franceses. En resumen, y para cerrar esta página de geografía física: una cordillera que se extiende de este a oeste formada por un eje -el Pirineo - y sus réplicas -el Prepirineo -, dos contrafuertes en paralelo, uno meridional y otro septentrional. (El pretendido origen del topónimo bascula entre lo poético y lo numinoso, por lo que dejaremos de comentarlo por el momento)".
El libro de Ferrer Lerín proporciona una lectura estimulante y muestra un uso personal de técnicas y recursos literarios. Esperamos la pronta aparición de "La bestia de Gévaudan" que cierre el círculo temático abierto en un singular ejercicio narrativo por la novela "Níquel".
Carlos Bravo Suárez
Debo reconocer que poco sabía de su autor antes de que "Níquel" cayera en mis manos. Solamente algunas vagas referencias a su condición de poeta y su vinculación con el grupo de los novísimos, del que en la solapa de la novela que comentamos se dice que Ferrer fue padre nutricio. A través de su completa página web (http://www.ferrerlerin.com/), he descubierto algunos datos biográficos que ponen de manifiesto las muchas similitudes entre las vivencias del autor y las peripecias del protagonista de la novela. Las variadas y heterogéneas experiencias personales del escritor han sido convertidas en materia literaria con el resultado de una novela audaz y diferente, singular y llena de originalidad, aunque tal vez con algún pequeño desaliño estilístico en alguno de sus pasajes. Francisco Ferrer Lerín nació el 1 de enero de 1942 en Barcelona. Era hijo de un acomodado dentista y recibió sus primeros estudios en los jesuitas de Sarriá, donde sus laureados escritos escolares aparecían en la revista "San Ignacio". Su escasa religiosidad hizo que acabara siendo despedido de ese prestigioso colegio católico barcelonés. Empezó después la carrera de medicina y dio sus primeros pasos como poeta. En 1964 apareció su primer poemario "De las condiciones humanas", y en 1971 publicó en la editorial Ocnos "La hora oval", obra finalista del premio Maldoror de poesía. La colección de cuentos y poemas "Cónsul" vio la luz en 1987.
En 1970 se matriculó en Filología Hispánica y a sus aficiones literarias hay que sumar su gran pasión por la ornitología que aparece profusamente en "Níquel", sobre todo en sus muchas referencias a las aves rapaces. Su otra afición, compulsiva en esos años y también muy presente en la novela, fue el póquer. En 1967 se desplazó a Jaca como ornitólogo en el Centro de Biología Experimental del CSIC con la intención de convencer a las autoridades locales de la necesaria recuperación de los muladares o comederos de aves carroñeras. El objetivo era evitar la desaparición del buitre leonado, por aquellos años en peligro de extinción en nuestra península. Ante las dificultades encontradas en ese empeño, se vinculó a prácticas clandestinas de transporte de carroña. Como ornitólogo, trabajó para ICONA en el Plan de Recuperación de Población de Grandes Aves Rapaces Carroñeras en los puertos de Tortosa-Beceite y en los Pirineos oscense y leridano. En los 80 fue director de la Escuela Taller del Serrablo y más tarde creó una empresa de rehabilitación de edificios de estilo montañés. Es miembro de la Sociedad Española de Ornitología y del Grupo Mundial de Trabajo sobre las Rapaces y ha escrito en diversas publicaciones especializadas. Actualmente reside en Jaca y ha terminado un "Bestiario", aún sin publicar, consecuencia de sus estudios sobre ornitónimos en el Diccionario de Autoridades. También tiene preparada para su posterior publicación su segunda novela "La bestia de Gévaudan", que, según se anuncia en la solapa de "Niquel", cierra el círculo carnicero en su temática.
Tras la sorpresa que me produjo la lectura de la novela, busqué los datos que acabo de resumir sobre un escritor que, además de una gran originalidad literaria, mostraba un conocimiento directo de algunos territorios del Alto Aragón que son familiares para mí. Como he señalado, descubrí en esas informaciones que Pablo Amatller Moragas, el protagonista de "Niquel", estaba inspirado en el propio Ferrer Lerín, y que muchas de las extrañas peripecias de Paolo, como se le llama en el libro con frecuencia, habían sido vividas por Ferrer y pasadas por el filtro literario hasta su conversión en atractivo personaje de ficción.
Pablo Amatller nace en Barcelona en una familia acomodada que, abandonada por el padre y tras unas inversiones poco afortunadas, queda en situación económica precaria. El joven Paolo debe dejar los estudios de medicina y buscar recursos pecuniarios en los verdes tapetes del juego. Su afición a los naipes y la ornitología absorberán su tiempo y le harán protagonista de situaciones sorprendentes. La defensa de las aves carroñeras le lleva a la militancia activa en la creación de muladares donde depositar cadáveres de animales que sirvan de alimento a las rapaces. En esa lucha conocerá a Ugalde, mezcla de ecologista y magnate de prácticas mafiosas, y tropezará con la incomprensión y el boicoteo de los rudos payeses de una época en que la ecología era una absoluta rareza. La situación deriva en violencias respectivas que culminan con la muerte en atentado del gobernador civil de Lérida. Para escapar de las acusaciones y poder pagar su defensa judicial Pablo vuelve a recurrir al póquer, pero una inoportuna cucaracha, caída del techo sobre la mesa de juego en el momento más inoportuno, le impide ganar el dinero necesario y le precipita en una deuda impagable. Sale del atolladero aceptando un trabajo como espía para una organización que pretende que España no se aleje de los intereses estadounidenses en unos momentos de guerra fría y de inminente final de la dictadura. Su primer encargo es conocer las opiniones de los militares y las relaciones mutuas entre éstos y la sociedad. Para ello se le envía a una pequeña ciudad con gran presencia militar que, aunque nunca es citada por su nombre, se identifica como Jaca. La situación culminante en su trabajo de espía se produce en 1973 tras el atentado que mató a Carrero Blanco: Paolo y su superior Susana escoltan hasta Portugal a los supuestos asesinos del almirante y todo termina con las muertes de éstos y del jefe de Pablo en un enigmático final de recorrido. Amatller continúa su trabajo, ya menos arriesgado, en varias editoriales desde donde debe "mejorar la opinión del pueblo español acerca de los Estados Unidos de América". La novela llega a su fin cuando el protagonista conoce la muerte de su padre y decide coger, en la Estación del Norte de Barcelona, un tren directo que le lleve hasta no se sabe muy bien dónde.
El telón de fondo cronológico del libro abarca principalmente la década de los sesenta - con dos mínimos retrocesos a 1958 y 1956 - y los primeros setenta, hasta el mes de diciembre de 1973 en que se produce el referido atentado contra Carrero. Los hechos narrados en relación con la muerte del almirante, producida tras su entrevista con Henry Kissinger, son, cuando menos, sorprendentes, y apuntan a una interpretación del suceso muy diferente de la oficial. Sólo el breve capítulo final alarga la secuencia cronológica desde 1974 a 1986, año en que termina la novela.
Uno de los pasajes del libro que más han despertado mi interés es aquél que se produce cuando Pablo Ametller atraviesa el Pirineo camino de Francia. En una parada llena de inquietantes sorpresas en el alto de Monrepós, nuestro personaje recibe la misteriosa visita de un pastor y descubre los restos de un niño depositados en una caja. Desde allí, el personaje se desplaza al lado francés, donde la existencia de una momia de cocodrilo en la catedral de Saint Bertrand de Comminges y las referencias a los dragones de la Galia, uno de los cuales fue domesticado al parecer por el obispo que da nombre a la localidad, permiten al novelista crear un momento de especial intensidad y misterio cuando en un paraje cercano a la población, en una noche iluminada por la luna llena, "de pronto, puntual, inmisericorde, aterrorizándonos, un vagido, un brutal lamento de recién nacido, algo no soportable, con una fuerza desgarradora y sobrehumana, asciende del fondo del valle, de un punto impreciso, perdido en la maraña inextricable que envuelve el río y su entorno palustre". El misterio profundo del instante recrea una atmósfera que recuerda, en cierto modo, los inquietantes relatos de H. P. Lovecraft, ambientados en lúgubres tierras pantanosas habitadas por extraños reptiles ancestrales.
Para terminar, reproduciré la descripción del paisaje que Pablo Ametller contempla desde lo alto del puerto de Monrepós cuando en 1967 atraviesa la cordillera pirenaica en el misterioso viaje que acabamos de referir: "El ascenso al puerto de Monrepós, viniendo del sur, se produce de modo repentino. La carretera zigzaguea paralela al río Isuela y se mantiene en una cota relativamente baja con los amenazadores paredones de las sierras exteriores del Prepirineo siempre enfrente. Avanzando, siempre en llano, el coche enfila lo que se adivina como un paso, un desfiladero, un tajo que las aguas excavaron en la sierra de Gratal y que, a la izquierda, preside el Pico del Águila. Se atraviesan muchos túneles - el viajero, desconocedor de la ruta, no ha tenido la previsión de contarlos -, se llega a la presa del veterano embalse de Arguis, se vuelve a ascender por una arriesgada y pendiente pista y al fin se alcanza el puerto. Mil doscientos ochenta y cuatro metros de altitud que parecen haber sido ascendidos de golpe desde el nivel del mar, desde el nivel cero. Pero el panorama es impresionante. Pocas perspectivas habrá en Europa de tal magnitud y espectacularidad que puedan ser abordadas desde un camino asfaltado. Gran parte del Pirineo oscense, la totalidad del zaragozano y el sector oriental del navarro, gracias al ángulo logrado por la distancia y altura, pueden ser observados a la perfección, diferenciándose, de sur a norte, la depresión entre las sierras exteriores -Monrepós se sitúa en su cresta - y las sierras interiores, la cara solana de las sierras interiores que por muchos son tomadas por el propio Pirineo, y el Pirineo axial, el Pirineo sensu stricto, a menudo de menor altitud que el Prepirineo y detrás, cuando lo permite el ángulo, se vislumbran picos y macizos franceses. En resumen, y para cerrar esta página de geografía física: una cordillera que se extiende de este a oeste formada por un eje -el Pirineo - y sus réplicas -el Prepirineo -, dos contrafuertes en paralelo, uno meridional y otro septentrional. (El pretendido origen del topónimo bascula entre lo poético y lo numinoso, por lo que dejaremos de comentarlo por el momento)".
El libro de Ferrer Lerín proporciona una lectura estimulante y muestra un uso personal de técnicas y recursos literarios. Esperamos la pronta aparición de "La bestia de Gévaudan" que cierre el círculo temático abierto en un singular ejercicio narrativo por la novela "Níquel".
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en "Diario del Alto Aragón", el 8 de enero de 2006)
1 comentario:
Amigo Carlos. El servicio de alertas Google me informa de la publicación en tu blog de una entrada referente a "Níquel". Sólo una precisión: "El Bestiario de Ferrer Lerín" fue publicado hace un año, por Galaxia Gutenberg. Enlazaré tu blog con ferrerlerin.blogspot.com
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