Alemania da un plazo de tres
meses a España para repatriar a sus judíos, de lo contrario serán enviados a
los campos de concentración. Romero Radigales pide permiso al ministro Jordana
para solicitar los 510 visados, pero éste le pone pegas. “No pueden salir
debido a las malas comunicaciones. Es imposible transportarlos tanto por tierra
como por mar”. Y el ministro concluye pidiendo al cónsul “mantenerse en una
actitud pasiva, absteniéndose de toda iniciativa personal y debiendo limitarse
a esperar instrucciones” y recalcando que “en ningún caso debe tramitarse un
pasaporte colectivo”. Se debe explicar a los interesados que desde el gobierno
español se están haciendo las gestiones necesarias, pero que no están dando su
fruto. Franco da largas y el cónsul español pide más tiempo para gestionar la
repatriación. Alemania accede, pero recomienda un pasaporte colectivo. Radigales
lo consulta a España y desde Madrid ni siquiera le responden.
Ante el final del plazo dado por Alemania, Radigales
propone in extremis otra solución, los judíos españoles podrían ser repatriados
en un barco sueco de la Cruz Roja
Internacional que lleva víveres a Grecia. El encargado de negocios sueco cree
que el gobierno de su país aceptaría sin problemas la petición. Romero
Radigales se lo comunica al embajador en Berlín, Ginés Vidal, que lo consulta a
Madrid desde donde le responden con celeridad: “Es indispensable neutralizar el
exceso de celo del cónsul general en Atenas, paralizando este asunto que podría
crear en España serias dificultades”. Se recomienda también reducir al mínimo
la cifra de visados.
El plazo dado por Alemania ha concluido y Romero
Radigales advierte que si los judíos son deportados van a una muerte segura.
Sin embargo, desde Madrid dan la callada por respuesta con un clamoroso
silencio administrativo. A mediados de julio, Alemania comunica su intención de
deportar a los judíos españoles de Salónica a un campo de trabajo, para dar más
tiempo para resolver el problema. El gobierno español no hace nada y el cónsul
hace todo lo que puede para evitar la deportación, siempre buscando argumentos
jurídicos en que apoyarse. Como licenciado en derecho y diplomático, Radigales
nunca se rindió en la búsqueda de soluciones dentro del derecho internacional y
consular del momento.
El 24
de julio de 1943, Radigales obtiene un primer éxito en su inquebrantable empeño
humanitario y consigue colocar a 155 judíos en un tren italiano que partía de
Salónica a Atenas. Mussolini nunca compartió la política antisemita de Hitler y
repatrió a los judíos italianos que vivían en Grecia. Quedaban, sin embargo, en
Salónica 367 judíos españoles que el 29 de julio son sacados de sus casas y
agrupados en un gueto junto a la estación de tren para ser enviados al campo de
Bergen-Belsen. Se les dice que irían a España, pero que antes pasarían por el
campo de concentración, hacia donde parten el 2 de agosto en vagones de ganado.
En
Atenas, Radigales escribe a Jordana cuestionando la actuación española en el
asunto y señalando que es su obligación decirle que otros países amigos (Italia)
o neutrales (Suiza, Argentina o Turquía) han tenido un comportamiento diferente
y han repatriado a sus súbditos judíos en Salónica. Además, dada la solidaridad
de los judíos de todo el mundo, esto puede dar lugar a una violenta campaña
contra el gobierno español por la influencia de los judíos en muchos países y
que esa campaña sería apoyada y beneficiaría a los rojos españoles y a los
contrarios al régimen. Desde San Sebastián, donde veranea, Jordana contesta que
el gobierno hará cuanto le sea posible y que para los judíos que han sido
internados no debe albergarse temor, pues se harán gestiones para sacarlos de
allí.
Bergen-Belsen fue el campo en el que murió Anna Frank.
Era conocido como el campo del hambre y de la muerte lenta. Los judíos
españoles fueron instalados en la zona que los nazis llamaban irónicamente
“campo de residencia”, reservada a los presos denominados materia de
intercambio. Supuestamente recibían, dentro de la escasez alimentaria general,
un trato algo mejor que el resto de prisioneros, de los que estaban alejados
posiblemente para que no vieran su estado y no pudieran contar luego las
atrocidades cometidas sobre ellos.
En noviembre de 1943, el gobierno alemán comunica su
intención de trasladar a los judíos españoles de Bergen-Belsen a Polonia, es
decir, a Auschwitz, donde sin duda les esperan las cámaras de gas. Es entonces
cuando el gobierno español reacciona y accede a la repatriación. Alemania
insiste en que tienen que salir todos a la vez. Franco dice que en grupos de 25,
a lo que Alemania se niega. Finalmente, se acuerda que salgan en dos
expediciones de unos 180 repatriados cada una. Saldrán en dos grupos diferentes
en febrero de 1944, tras seis meses de estancia en el campo. La liberación de
un campo nazi antes del final de la guerra puede ser considerada casi como un
milagro, un caso prácticamente insólito en aquel tiempo.
En trenes de tercera clase, incomparablemente mejores que
los vagones de ganado en los que fueron transportados antes, los judíos
sefardíes llegan a la frontera de Port-Bou y desde allí son trasladados a
Barcelona, donde se instalan temporalmente. Al parecer, durante tres días el
gobierno español se olvidó, intencionadamente o no, del segundo de los trenes
en la frontera y los nazis estuvieron a punto de devolverlo a Alemania.
Finalmente, los judíos liberados se instalan temporalmente en Barcelona para
poder trasladarse luego a otro destino fuera del territorio español.
Una vez salvados los judíos de Salónica, Romero Radigales
continúa con su cruzada humanitaria y centra sus apoyos en los 230 judíos
sefardíes de Atenas, que también corren el peligro de ser deportados. El cónsul
pide al gobierno de España que acelere su repatriación, pero se topa con el problema
de los cupos. Los judíos llegan a España con visado de tránsito y en un número
limitado. No se acepta un nuevo grupo hasta que salgan los que están en el
país. Así que hasta que no se vayan los que acaban de llegar no se pueden
recibir nuevos contingentes.
Los judíos sefardíes de Atenas son detenidos el 25 de
marzo de 1944 y el 2 de abril son deportados al campo de Bergen-Belsen. La
familia Radigales los despide llevándoles comida y ropa, pidiendo a los
alemanes que les den un buen trato y dándoles ánimos. Además, Romero Radigales
y su mujer logran proteger y esconder a unos 80 de estos judíos. Aquí el cónsul
siguió la táctica adoptada por Sanz Briz en Budapest y, ayudado por conocidos
griegos (hay que recordar que su mujer era de origen heleno), logra alquilar
varias casas y edificios que vincula a la legación española en Atenas. De esta
manera, unos 80 judíos se libraron de la deportación al campo de Bergen-Belsen.
El resto de los judíos sefardíes de Atenas, unos 150,
permaneció prácticamente un año en dicho campo, hasta ser liberados por los
aliados el 13 de abril de 1945. Al parecer, todos lograron sobrevivir hasta su
liberación. Hay que tener en cuenta que los judíos sefardíes españoles fueron
de los pocos que se salvaron en Grecia, donde murieron más de 50.000 de los
aproximadamente 60.000 que vivían en el país. De ellos, el 95% murió en el
terrible campo de Auschwitz.
Después de la guerra, Romero Radigales centró sus
esfuerzos en devolver a los judíos sus bienes y su patrimonio. El cónsul
protegió y custodió los bienes de los deportados y repatriados, que en muchos
casos habían sido depositados en la legación española. Y al final de la
contienda se creó una comisión para devolverlos a sus legítimos propietarios.
Hemos visto cómo, casi en completa soledad y en muchos
momentos más allá de su deber y al margen de las órdenes de su gobierno, la
actuación de Romero Radigales fue determinante y decisiva en la salvación de al
menos seiscientos judíos sefardíes que vivían en Grecia al inicio de la Segunda
Guerra Mundial. Como ya se ha dicho, el régimen de Franco intentó, como hizo
con otros diplomáticos como el también aragonés Ángel Sanz Briz, rentabilizar y
apropiarse de su comportamiento ético y
humanitario, aunque la verdad es que en muchos momentos su actitud fue de
absoluta pasividad y de intentar poner trabas a sus planes.
Por
eso, y por su labor humanitaria incesante y su falta de indiferencia ante el
sufrimiento de los demás, estos diplomáticos merecen el mayor de los reconocimientos
y homenajes. A Sebastián Romero Radigales, para que su recuerdo permanezca
indeleble entre nosotros, se le tributó en Graus hace unos meses con la
inauguración de una plaza que lleva su nombre.
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