viernes, 10 de agosto de 2012

LAS VACACIONES ALTOARAGONESAS DE TERESA PÀMIES




El pasado 13 de marzo murió en Granada, en casa de uno de sus hijos, a los 92 años de edad, la escritora catalana Teresa Pàmies. Nacida en 1919 en la población leridana de Balaguer, durante la Guerra Civil española fue dirigente de la rama juvenil del PSUC, partido del que entre 1965 y 1981 fue secretario general su marido, Gregorio López Raymundo, originario de la localidad zaragozana de Tauste. Durante la dictadura franquista, ambos vivieron un largo exilio que los llevó a residir en Francia, República Dominicana, Cuba, México y Checoslovaquia.

 En 1971, gracias a un visado especial, Teresa Pàmies pudo regresar a Cataluña para recibir el Premio Josep Pla por su primera novela, Testament a Praga, que había escrito conjuntamente con su padre. A partir de entonces, inició una brillante carrera literaria que abarca alrededor de una treintena de obras, casi todas con un fondo autobiográfico y en su mayor parte escritas en lengua catalana, aunque usó también el castellano en algunos de sus escritos. En el año 2001 recibió el Premio de Honor de las Letras Catalanas. Su hijo, el conocido escritor Sergi Pàmies, ha heredado de su madre el buen oficio literario.

En 1978, la escritora catalana y su marido pasaron sus vacaciones de verano en la localidad oscense de Broto. Fruto de aquella estancia de un mes en tierras pirenaicas fue Vacances aragoneses, publicado por la editorial Destino en 1979. De cuidada prosa, hermosas descripciones y vocabulario preciso, Vacances aragoneses es un magnífico ejemplo de la denominada literatura de viajes.

Teresa Pàmies cuenta en las doscientas páginas del libro una serie de excursiones andando por los alrededores de Broto y otras en coche a algunos de los lugares más destacados de nuestro Pirineo. Las visitas a San Juan de la Peña, Ordesa, Bujaruelo, Panticosa o Jaca están narradas con detalle y salpicadas de certeras y agudas observaciones. Además, la autora añade algunas interesantes notas de tipo más costumbrista e incluso algunas incisivas críticas al nuevo urbanismo de mal gusto que empezaba a aflorar en aquellos años en algunos pueblos pirenaicos.

Broto es visto como “un pueblecito de cuento” y, desde el primer momento, los veraneantes     –como eran llamados en la época los turistas estivales  tienen la sensación de haber elegido el lugar adecuado para pasar unas días de descanso lejos de Barcelona. Estas son sus primeras impresiones al llegar a la localidad sobrarbense: “Entre escarpadas montañas se extendía un conjunto armonioso de casas bajas con tejados de pizarra o de losa. El espumoso río azulaba entre huertos y abedules. La visión era ya una promesa de buenas vacaciones, las que yo necesitaba al rondar los sesenta años, caminando por la vida con un hombre que ya los había superado y que, por cierto, es hijo de Aragón”.

La pareja se instala en el paseo del río, en una sencilla habitación alquilada a buen precio a Ángel Pérez, uno de los dos carpinteros de Broto. Desde la ventana de su cuarto pueden contemplar el Mondarruego, la más original de las imponentes montañas que rodean la localidad. Su primera excursión consiste en ir andando hasta Torla por un viejo camino. Al volver a Broto y observar a los jóvenes en el bar del hotel de la plaza, la escritora hace esta acertada reflexión: “Viejos y todo, habíamos subido desde Broto por el antiguo camino, calzados con alpargatas, entre charcos y piedras resbaladizas, mientras los jóvenes se aburrían mortalmente entre las paredes de un bar impersonal, de espaldas a las bellezas de los parajes que se abrían allí mismo. ¿No eran ellos los viejos?”. Eran los días en que entre la juventud española triunfaban John Travolta y la “fiebre del sábado noche”.

Otras excursiones por las proximidades de Broto los llevan a la ermita de Morillo, a la cascada del Sorrosal o a los pueblecitos próximos de Sarvisé y Oto. Disfrutan de los bellos paisajes y respiran un aire puro que los vigoriza a la vez que los sosiega. Todo es bello en la localidad sobrarbense y sus alrededores excepto la urbanización denominada Nuevo Broto, que  la escritora ve como “una violación del paisaje imponiéndole un conjunto de casas de cemento que parecen nichos, un cementerio gris para gente viva y respetable, de cara a las crestas blancas y luminosas del Pelopín (2.007 m.) y delante de un lugar encantador construido hace siglos por hombres que sabían elegir el marco adecuado para vivir a la vez en sociedad y en la naturaleza”.

En el paisaje humano de Broto, destaca la relación de nuestros turistas con el vitalista y campechano párroco mosén Estanislao, un cura abulense, nacido en una Castilla a la que  -asegura Pàmies- “los catalanes no podemos tildar de opresora sin tergiversar la historia”. Por iniciativa de mosén Estanislao, Teresa Pàmies y Gregorio López Raymundo son invitados a una comida con todas las fuerzas vivas del pueblo bajo la presidencia del obispo de la diócesis, que se encuentra de visita pastoral al lugar. Tanto el cura de Broto como el señor obispo dialogan amistosamente sobre diferentes temas de actualidad con los dos ilustres veraneante comunistas, buscando puntos en común que les permitan entenderse. No ocurre así con el párroco de Torla y otros comensales que no participan con tanto agrado de la situación.

La cuestión de la relación de los catalanes con los aragoneses y con el resto de España aparece en el libro en diversas ocasiones. Nada más llegar a Broto, la escritora y su marido encuentran a las afueras del pueblo unas pintadas ofensivas contra los catalanes que les sorprenden negativamente y que intentan corregir añadiendo frases conciliadoras. En otra ocasión, Teresa Pàmies muestra en el libro su enfado e indignación al oír a unos turistas catalanes utilizar la palabra “murcianos” para referirse a turistas procedentes de otros lugares de España. El término “murciano” era usado de manera despectiva para referirse a los emigrantes llegados a Cataluña desde otros puntos de la geografía española. Hay un párrafo que resume el pensamiento de la escritora de Balaguer sobre esta cuestión y que, como todas las citas textuales de Vacances aragonesas, traduzco directamente del catalán: “Es esto conocer la tierra en la que has nacido, Aragón es también nuestra tierra, porque, además de catalanes, somos españoles”. Y añade: “Respeto la opinión de los compatriotas que no piensan así, que sólo se consideran catalanes; nadie puede mandar en los sentimientos de otro, y este es un principio que no se puede aplicar en sentido único”.

Otra de las actividades veraniegas de Teresa Pàmies durante sus vacaciones en Broto es la lectura, para la que ya venía bien provista de libros desde Barcelona. Entre sus lecturas de verano figura también un librito sobre el idioma aragonés que compró esos días vacacionales en el propio Broto. Se trata de El aragonés: identidad y problemática de una lengua, de los autores Ánchel Conte, Chorche Cortés, Antonio Martínez, Francho Nagore y Chesús Vázquez. Le sirve para conocer algunos aspectos de la lengua aragonesa, porque, como ella dice, en una autocrítica que le honra, “los catalanes somos muy ignorantes de las realidades de otros pueblos de España y nos quejamos de que ellos ignoren la nuestra”. Sin embargo, tras la lectura del libro, Pàmies asegura no haber quedado en absoluto convencida de que el aragonés sea una lengua ni de que Aragón pueda ser considerado como una nación.

En Vacances aragoneses encontramos también un capítulo dedicado al último domingo de agosto, cuando casi todo el mundo se afana en el pueblo en la recogida de la hierba y el forraje. En otro momento, el río Ara lleva a la escritora a recordar de manera retrospectiva a otros ríos más universales presentes en su vida en los largos años de forzado exilio: el Sena, el Vltava, el Elba, el Danubio, el Plata, el Mississipí…. También hay algunas páginas dedicadas a la trucha o a la presencia en Broto de la Compañía Arniches, un grupo de teatro leonés o vallisoletano que durante una semana del mes de agosto representó en la localidad sobrarbense obras de Alfonso Paso, Jacinto Benavente, Muñoz Seca o Jaime Salom. En su viaje de vuelta a Barcelona tras finalizar sus vacaciones, los veraneantes se detienen a visitar Boltaña, Aínsa, Graus y Monzón, y a cada una de estas poblaciones les dedica la escritora de Balaguer unas líneas en su libro.

Vacances aragoneses fue publicado hace ya más de treinta años, pero aún se lee hoy con cierto gusto. Yo he vuelto a hacerlo recientemente como un homenaje personal a Teresa Pàmies, que en este 2012 nos ha dejado para siempre tras una larga vida, fecunda y provechosa.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón, en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo de Huesca.
Imágenes: Teresa Pàmies (1919 - 2012), portada del libro Vacances aragoneses y vista panorámica de Broto con la cascada de Sarrosal al fondo.

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