“El
comensal”. Gabriela Ibarra. Caballo de Troya. 2015. 176 páginas.
“El comensal” es la primera
novela de Gabriela Ibarra (Bilbao, 1983). En ella, cuenta dos muertes de
familiares distantes en el tiempo: el asesinato de su abuelo por ETA en la
primavera de 1977 y la muerte de su madre por un cáncer galopante en 2011. Un
año después de esta segunda pérdida, Gabriela Ibarra sintió la necesidad de
investigar el asesinato de su abuelo y entrelazó ambos relatos en una novela corta,
seca, directa, escrita sin la más mínima afectación ni cursilería, alejada de
los tratamientos más habituales sobre la pérdida de seres queridos de algunas
novelas editadas en nuestro país recientemente. Estos dos sucesos luctuosos son
abordados aquí con absoluta neutralidad y casi con el tono aséptico de una
crónica, narrados sin sentimentalismos superfluos ni subjetivismos morales que
contaminen el relato desnudo y frío de los hechos.
Como escribe la propia autora
en la nota previa, la novela es una reconstrucción libre de la historia de su
familia. De la muerte de su madre y del rápido proceso destructivo de la enfermedad
que la mató, fue ella testigo directo en primera línea; del asesinato de su abuelo,
ocurrido antes de su nacimiento y silenciado ante ella por su familia durante
su infancia, fue buscando información en internet y las hemerotecas. Pero no
todo es autobiografía y documentación en “El comensal”, porque, así nos lo dice
la escritora, “a menudo, imaginar ha sido la única opción que he tenido para
intentar comprender”.
El primer episodio narrado en
el libro es el secuestro en su propia casa, tortura y posterior asesinato de
Javier de Ibarra por un comando de ETA en 1977. Ibarra fue un importante
empresario y político vasco durante el franquismo, presidente del periódico El
Correo Español–El Pueblo Vasco, presidente de la Diputación de Vizcaya entre
1947 y 1950, alcalde de Bilbao entre 1963 y 1969, miembro de la Real Academia
de la Historia y autor de varios libros de temática vasca. La familia Ibarra
pertenecía al núcleo principal de la burguesía del País Vaso que vivía en
Neguri y era, como se dice en el libro, una de las diez o doce familias que
coparon el poder político en Vizcaya hasta finales de los años setenta. La
nieta narra la muerte de su abuelo con objetividad y distancia, sin opiniones
personales ni digresiones morales de ningún tipo. Es tras la muerte de su madre
cuando descubre la condición humana de los asesinos de su abuelo, cuyo
asesinato siempre había considerado casi como una historial irreal o de
ficción, y se asusta cuando pone cara a quienes lo mataron, descubre dónde
viven y cómo cualquier persona en determinadas circunstancias puede llegar a
considerar normal, e incluso un deber político, la destrucción del otro sin
remordimientos.
El relato de la pérdida de la
madre es la crónica del avance inexorable de la enfermedad hasta el desenlace
final, que se precipita todavía antes de lo esperado y modifica la percepción
de la muerte de la hija. “Antes de la muerte de mi madre yo vivía como si lo normal
fuera morirse de viejo. […] Ahora creo que lo más corriente es morirse antes de
tiempo, como mi abuelo Javier, o como mi madre. […] La muerte antes de tiempo
es siempre violenta, irse joven lo es. Igual que partir de un disparo es
siempre antes de tiempo. No importa la edad”.
Hay referencias a Robert
Walser y a su libro “El paseo” y una cita del escritor suizo cierra “El
comensal”: “Sería hermoso tener en el bosque una tumba pequeña y tranquila.
Quizá oyera el canto de los pájaros y el susurrar del bosque sobre mí. Lo
desearía”. Gabriela Ibarra ha escrito un bello libro sobre la muerte, para
mirarla a la cara, saber que no es puede ser esquivada e intentar quitarle, en
la medida de lo posible, dramatismo e importancia.
Carlos
Bravo Suárez
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